La NBA logra seducir a la afición otra vez
El día que la música murió; 1959, Buddy Holly, Ritchie Valens y PJ Richardson fallecían en un accidente aéreo. Tratar de explicar lo ocurrido era asignación compleja, describirlo era laborioso. El cantante Don McLean lo hizo mejor que nadie, cuando 12 años después cantó su éxito “American Pie”. La letra de la pieza describía que ese día la música murió.
Sentí exactamente lo mismo la tarde que Ayrton Senna se estrelló en la curva de Tamburello en Imola, ese día -para mí- murió la Fórmula 1.
El mismo efecto tuvo en mis emociones el retiro de Michael Jordan del básquet de la NBA. No podía ver la liga con los mismos ojos.
La seducción inicial de la NBA conmigo vino de la mano de los Lakers de los 80; Kareem, Magic, Worthy fueron responsables de que estampe un afiche de este equipo en las paredes de mi habitación. El romance fue sellado a mediados de los 80 con la llegada del fenómeno Michael Jordan.
La NBA era la liga perfecta de básquet, con todos los ingredientes y figuras en cada equipo, llegaban jugadores de otros países por méritos, no por buscar mercados o internacionalización.
El croata Drazen Petrovic fue el mejor ejemplo, un hechicero con la pelota, verlo actuar era una experiencia sublime, su juego era una exaltación a las bondades de este deporte.
Al retiro de Jordan se sumó la muerte de Petrovic..., ese día el básquet casi murió en mí, entró en coma; era una especie de vegetal...
Kobe Bryant logró reacciones en la inercia en la que había aterrizado la pasión que algún día transpiré por el básquet, pero reconozco que era raro, había dificultad para despertar. Si bien ese deporte no había muerto en mí, la carga que representaba la ausencia de Jordan y la muerte de Petrovic pesaban demasiado.
Buscar el despertar no se convirtió en una obsesión, sabía que al menor descuido y en el momento menos esperado llegaría a mí otra el vez el flechazo. No me divorcié del todo de la NBA, incluso vi algunos partidos en vivo, pero el amor oficial me volvió a golpear de manera definitiva esta temporada.
Lo que se ha visto, los jugadores que han llegado, las acciones sinceras y el básquet practicado enamoran hasta a un muerto con gusanos. Blake Griffin llegó este año a la NBA destruyendo cualquier cosa que encontró a su alrededor, tiene un básquet efectivo y con una técnica exclusiva. Véanlo jugar, está (todavía) con los Clippers de Los Ángeles, seguramente en cuestión de años lo comprará un equipo con mercado más fuerte. Kevin Durant es otra de las joyas de la liga; completo y agresivo en su juego.
Oklahoma sabe que con él tienen un jugador que los llevará lejos. Hacer las cosas bien en Chicago no es garantía de respeto eterno, haber tenido a Jordan en esa franquicia hace la vida difícil para cualquier futura estelar del equipo, sin embargo, Derrick Rose parece ser el jugador indicado para encarar el reto y conseguir que en Chicago hablen de Jordan bajo los mismos calibres que hablan de Rose.
Y cerramos con la final de la NBA que estamos disfrutando. Miami puede ser un equipo arrogante, con megafiguras y multimillonarias. Por momentos pueden olvidar el norte que buscan por la cantidad de mercadeo que gira alrededor de sus miembros, pero aclaremos, cuando pisan la cancha para jugar básquet, son un espectáculo. Wade, James, Bosch; tres mosqueteros capaces de medirse con cualquier otro trío de jugadores -lean bien- de la historia.
Dallas habla alemán, Dirk Nowitzki es una máquina, gana rebotes, tiene juego bajo el tablero, penetración, tiros a larga distancia, pasa bien la pelota; si bien Dallas depende mucho de él, puede también confundir a los rivales que crean esto. Al considerar que bloqueando el juego del teutón todo está controlado se encuentran con otras realidades.
Es una final de NBA que nos ofrece todos los ingredientes para volver a descubrir el amor que tiene esta liga. Hoy se juega el partido Nº 5, la serie está 2-2.
Desde ya siento lástima por el hecho de que a la temporada le quedan pocos partidos... la seducción hizo su trabajo y la NBA ha vuelto por su verdadera ruta.