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La casualidad acercó a Ortiz y Trujillo a la espada y al florete

La casualidad acercó a Ortiz y Trujillo a la espada y al florete
27 de septiembre de 2013 - 00:00

Su  vinculación a la esgrima fue impensada y espontánea. Camila Ortiz decidió practicar esta disciplina en el 2008, mientras observaba en la televisión el desarrollo de los Juegos Olímpicos de Beijing. En ese momento, la quiteña de 14 años se dejó cautivar con las técnicas y el estilo  de los competidores.      

Se tardó algunos días en encontrar el lugar apropiado para practicar. Llegó a los bajos del estadio Atahualpa, donde las paredes blancas y los grandes espejos lucen desgastados, y el ambiente la sedujo hasta  atraparla por completo. “La esgrima es mi pasión y aunque es por momentos muy sacrificada, creo que vale la pena”, comentó Camila el miércoles pasado, minutos antes de viajar a Argentina para participar en el Campeonato Sudamericano para mayores.         

La alegría  que le produjo ganar la medalla de bronce en la modalidad de florete, en los Primeros Juegos de la Juventud que se realizan en Lima (Perú), aún es evidente. Se emociona cuando habla de aquella  experiencia, pues es la segunda distinción internacional oficial que consigue en su corta trayectoria deportiva. “En Perú me compliqué mucho con una esgrimista argentina, lo que me impidió pasar a las finales del certamen”, añadió.   

Confiesa que le tomó varios días aprender la técnica de manejo del florete, cuya zona válida para los puntos es el dorso. “Aquí lo primero que se requiere es tener una buena condición física, sobre todo el movimiento coordinado de pies y manos para sorprender al adversario”.

La técnica para manejar y controlar  
el arma es lo primero que deben aprender los esgrimistas
Cursa el primer año de bachillerato en el colegio Newton y aunque no destaca en los estudios como lo hace en el deporte, compaginar ambas actividades le obliga  a veces a trasnochar. En su casa pasa poco tiempo, apenas lo necesario para almorzar y disfrutar de su mayor debilidad gastronómica: la pizza.

Cada vez que tiene viajes recibe la autorización de su colegio y apenas se reintegra, tiene que cumplir con las tareas acumuladas que la esperan. Pero eso no es un  problema para ella, ya que disfruta lo que hace, aunque confiesa que en algún momento quiso alejarse de este deporte. “Como deportista no puedo tener la actividad normal de las muchachas de mi edad y eso a veces me ha disgustado, pero cuando reflexiono, no me imagino una vida sin la esgrima. Me gusta mucho este deporte”, asegura.

Hasta el año anterior fue seleccionada de fútbol, pero en esta temporada prefirió dejarlo como hobby, ya que el tiempo es su principal limitante. “Realmente es mucho esfuerzo hacer las dos cosas y encima los estudios”.

El miércoles arribó a Quito en la madrugada y por la tarde viajó a Argentina para competir en los Juegos Sudamericanos de mayores, pese a que aún es juvenil. No tuvo tiempo ni para desempacar. En su maleta llevó como siempre tres floretes, debido a que toda competencia internacional determina que debe existir al menos uno de reserva.  

El mismo florete con el que a diario se entrena entre dos y tres horas, lo lleva a las competencias. “Cuando tienes una herramienta nueva, la hoja es dura y te toma tiempo acostumbrarte y hacerla más flexible. En cambio si voy con la misma con la que habitualmente practico, el desempeño es mejor”.

Camila vive cada competencia con adrenalina e intensidad, pero su anhelo mayor es conseguir la clasificación a unos Juegos Olímpicos. “Quiero llegar muy lejos, ser campeona mundial y estar representando a mi país en la máxima cita del deporte universal”.

Su compañera más cercana es Doménica Trujillo, quien por coincidencia también alcanzó el bronce en los Juegos de la Juventud en Lima, pero en la modalidad espada, e igualmente competirá junto a ella en los Sudamericanos.

Con firmeza, “Dome”, como la llaman sus compañeros, recalca que la diferencia principal de la espada es que los puntos válidos al tocar están en todo el cuerpo. Además, es el instrumento más pesado de los utilizados por los esgrimistas en esta disciplina.

El florete y el sable en promedio tienen un peso inferior a los 500g, mientras que la espada puede llegar hasta los 750g. “Hay que saber controlar y manejar bien la mano para apuntar al cuerpo y lograr un punto válido”, refiere Doménica.

A Doménica  le gusta sobresalir en el aspecto académico. “No me gusta ser buena en una cosa y descuidar la otra. Para mí el estudio es tan importante como el deporte, debo rendir por igual y hasta el momento no se me han presentado problemas en ese aspecto”.

De las asignaturas que recibe en el colegio Marista, su preferida es  Lenguaje; y si de comer se trata, la sopa de fideo es su predilecta. Es el platillo que disfruta incluso cuando es ella la encargada de la elaboración. “Me fascina ese plato. Siempre que viajo, lo primero que recibo en casa cuando regreso es ese plato”, dice.

Su incursión en esta disciplina se dio por sugerencia de su padre, Pablo Trujillo, quien escuchó una convocatoria a través de la radio y la llevó a la Asociación de Esgrima de Pichincha. Una vez ahí descubrió su afición. “Observé asombrada todo lo que hacían, me gustó mucho y aquí sigo, creo que estaré de largo”.

El cansancio, producto de las escasas cuatro horas que pudo dormir el miércoles pasado, es evidente. Los ojos se le cierran por segundos y con sus manos lucha por volver a abrirlos, mientras los bostezos no cesan. “Perdón, no he descansado lo suficiente y aún debo viajar”, afirma.

DATOS

Las tres armas que se utilizan en esta disciplina: florete, espada y sable, están fabricadas con acero templado y son importadas.

La longitud mínima permitida de la hoja para florete y espada es de 90 cm y en el caso del sable, de 88 cm, siendo la longitud máxima del arma de 110 cm para las dos primeras y de 105 cm para el sable.

Un traje completo está compuesto por la chaquetilla, el pantalón, las medias, los guantes y las zapatillas. En el caso de las mujeres, se usa el peto como protección del pecho.   

Todos esos implementos fabricados en materiales de buena calidad tienen un precio aproximado de 700 dólares.

La máscara o careta es fabricada con un acero especial que tiene una especie de tejido frontal que, como máximo, posee una separación de 2,1 mm entre los hilos.

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