Freddy, el compañero de “Lupe”
Ana Párraga acaricia con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda un dije plateado en forma de aleta de ballena que cuelga de su cuello. Cierra los ojos y los aprieta de tal forma que sus pestañas parecen volverse aún más rizadas.
Las oraciones -en el segundo día de la novena en memoria del entrenador de apnea (buceo a pulmón), Freddy Toledo- parecen transportarla a un mundo paralelo e irreal que tan solo unos días atrás era real. Su mente se traslada quién sabe dónde, quizá al fondo de la piscina, en la que en tantas ocasiones escuchaba una voz en su mente, la de su maestro, la de su amigo, que le repetía incesantemente: “Vamos Ana, topa la pared, vira los 100 metros, 2 patadas más, tranquila”. Eso solo ella lo sabe y se lo reserva para sí misma.
De repente la petición de Gloria, una de las personas que se une al rosario, la saca de su letanía: “Señor, salva y protege el alma de Freddy...”. La novena termina antes de que la vela ubicada sobre una mesita en medio de la sala de la casa Toledo-Vizuete, al norte de la ciudad, termine de consumirse.
No se ha ido, su esencia permanece en este hogar, así lo perciben todos. Ya no hay llanto porque doña “Lupe”, como sus seres cercanos conocen a Etelvina Vizuete, madre de Freddy, habla de él como si continuase vivo. Es que él lo está, no solo para sus familiares sino también para muchos de sus compañeros de la piscina Olímpica, donde cayó víctima de una bala que lo alejó de quienes lo aman, por robarle un celular. (el viernes pasado).
Su madre lo recuerda de manera alegre porque él era así, una persona que “vestía” siempre una sonrisa y contaba siempre las mismas historias. Tanto así que sus alumnos le pedían cada vez que llegaba una nueva persona a la piscina para aprender apnea que contara tal o cual anécdota. Aunque muchos ya se las conocían de memoria, él tenía el don de hacerlas parecer cada vez más interesantes.
Doña “Lupe” se sienta en la sala de su casa, sobre un sillón anaranjado, y toma el lugar de su hijo, al contar las historias de Freddy una vez más ante la mirada atenta de los presentes (amigos, familiares y alumnos). Ella relata que desde pequeño el agua lo seguía, que era su destino ser nadador.
“Cuando él tenía 3 años, yo vivía en la 35 y San Martín. Mi casa estaba sobre el agua y yo tenía que pasar por un puente de madera para llegar a ella, allí nacieron todos mis hijos (cuatro). Un día estaba lavando la ropa, había abierto un espacio pequeño para botar el agua y él se fue por ahí, entonces le dije al papá: ‘Enrique, Freddy se cayó; me boté y salí con ‘mijo’, solamente se le veían los ojos porque la marea estaba baja y salió enlodado...’”, relata.
Y rápidamente comienza a contar otra historia: “cuando él tenía 4 y mi hija Magaly 5 y pico, les compramos un triciclo, entonces en un descuido se salieron y fueron por el puente, pero la marea esta vez estaba alta y por ahí mismo me tiré, a pesar de no había aprendido a nadar (risas de la sala). No sé cómo los salvé; los saqué a los dos y después los triciclos. Y así nos pasaremos toda la noche... contando sus travesuras”.
Quienes están en la sala tienen ganas de más y ella continúa: “Una vez yo estaba lavando en el patio y él desapareció: “Freddy, Freddy, Freddy, lo llamaba... Hasta a radio Cristal fui para poner en las noticias que no asomaba, pero cuando regresamos me percaté de que su cama había estado destendida y que él se había quedado dormido debajo del colchón para esconderse de su hermana”.
Al preguntársele si es que había practicado otro deporte que no fuera la natación, contesta con otra anécdota. “Él era tan pobre, pero tan pobre, en serio..., que quería ser futbolista. Había cogido sus botas y les había puesto unos clavitos para que sean pupos, estaba jugando pelota con la hermana y con los clavos le rayó la pierna; Magaly tiene la marca todavía”.
Sobre cómo llegó a la piscina Olímpica para transformarse en nadador y a la postre en entrenador de la selección ecuatoriana de apnea, comenta que su esposo Enrique lo llevó a nadar con al profesor Espinoza. “La gente ya sabía cuando ‘Lupe’ llegaba a la piscina para alentar a Freddy en una competencia porque le gritaba: ‘Ale, ale, ale Freddy’”, cuenta el señor.
“Lupe” también recuerda que una vez “iba en mi carrito y él ya estaba listo con la malla para entrenar a las 4 de la tarde. Hasta cerrar el carro se me bajó y se fue corriendo a la piscina, cuando yo ya cerré vi que venía bañadito en sangre. En esa temporada no había agua en la ciudad y la gente del barrio se había llevado casi toda la de la piscina, él no lo sabía y se lanzó. Entonces vino y me dijo: “Exijo una explicación (risas)”.
Esas historias de su Chayannte, su niño bonito, como ella lo llamaba, quedarán en su corazón. “Él era mi amigo, mi compañero y siempre lo será porque así lo siento”.