Eugenio Espinoza, el ‘Ídolo de Quito’ que venció a la pobreza (VIDEO)
“Era noqueador, una bestia, pegaba fuerte con la derecha...”, refiere Edgar Chávez sobre Eugenio Espinoza, mientras conduce su vehículo en dirección al Hospital Militar.
Chávez, de 71 años, un jubilado que ahora trabaja como taxista, es aficionado al boxeo de antaño, ese en el que Eugenio ‘El Campeón’ Espinoza hizo escupir sangre a casi todos sus contrincantes.
Todavía recuerda la emoción que le provocaba verlo ganar, para luego ser transportado en hombros hasta La Tola, barrio en el que residía.
Y sí, golpeaba duro. Chávez tiene presentes los ‘clásicos’ contra el extinto Jaime ‘Chico de Oro’ Valladares y ante Daniel ‘El Esgrimista’ Guanín, otros ídolos de la afición ecuatoriana con los que protagonizó grandes combates.
“Con Guanín eran encontrados”, dice el conductor, quien después pregunta por qué buscamos a Espinoza en La Tola si él vive como conserje en el Polideportivo de Chimbacalle. Gira por la calle Don Bosco y, con sonrisa a medio gas, trata de acordarse dónde queda la casa en la que vivía ‘El Campeón’.
Chávez ignora que Espinoza volvió a La Tola y que su domicilio ahora está ubicado en la calle Dolores Sucre. Antes habitaba un inmueble situado entre las calles Ríos y Chile, lugar que en la década del 60 se convirtió en el más popular del sector. Ahí se estacionaban las caravanas de aficionados que iban a dejarlo en hombros.
El hambre y las necesidades
Espinoza levanta la mano derecha para identificarse. Está parado junto a la puerta de su casa, desde hace 4 años Eugenio Espinoza retornó a La Tola, el barrio que lo vio crecer como boxeador profesional.
De pie en la sala, Eugenio observa una gigantografía de su época como pugilista, cuando vivió entre la gloria y la fama. Se sienta, descansa su brazo izquierdo sobre uno de los sillones de cuero marrón que reposan en la habitación.
Señala la gigantografía, hace memoria, por sus puños pasaron algunos de los mejores exponentes mundiales: Antonio ‘Mochila’ Herrera (Colombia), Ismael Laguna (Panamá), Gabriel ‘Flash’ Elorde (Filipinas), José ‘Mantequilla’ Nápoles (México), Rodrigo ‘Rocky’ Valdez (Colombia), Eddie Perkins (Estados Unidos), Alfonso ‘Peppermint’ Frazer (Panamá), Carlos ‘Morocho’ Hernández (Venezuela), René Barrientos (Filipinas) y Jaguar Kakizawa (Japón).
Pero esos son los recuerdos del gran deportista, el peleador nació antes, la pobreza siempre fue el contrincante a vencer. Eugenio toca su frente, se remonta inmediatamente a su infancia.
Xavier (45 años), uno de sus cuatro hijos, lo acompaña, siempre lo hace cuando recibe visitas de la prensa. Le sirve como una suerte de ‘ayuda memoria’. “Papá tuvo una niñez bastante dura, los problemas comenzaron con la muerte de mi abuelito (Campo Espinoza)”, comenta mientras revisa algunos álbumes de fotografías.
‘El Campeón’ perdió a su padre cuando tenía 3 años, nunca supo las verdaderas causas del deceso, solo le conversaron que él fue un negro de Imbabura bastante talentoso para cantar y tocar la guitarra, buen puñete, y que llegó a ser sargento del Ejército. Los oficiales lo invitaban a dar serenatas a las mujeres que pretendían.
La única imagen de su progenitor vivo es aquella en la que lo carga, lo besa y se despide. Todavía lo ve saliendo de casa con el uniforme militar, dejándolo atrás a él, a su madre, María Isabel Hidalgo, y a sus 3 hermanos: Triana, Campo Elías y Marco Vinicio. Eugenio era el hijo menor.
El fallecimiento de don Campo afectó mucho a la familia, no dejó herencias y, por alguna razón que no se explica, su madre nunca cobró el montepío como viuda de un miembro de las Fuerzas Armadas.
La vida militar de su padre los llevó de un lado a otro. Eugenió nació en Tulcán, el 29 de agosto de 1937, cuando don Campo prestaba sus servicios en aquella ciudad. Al momento de morir, laboraba en Riobamba, hacia donde los trasladó.
“A mi papá lo recordaban mucho en el cuartel de Riobamba, por eso cuando yo tenía 7 años, acompañaba a mi madre, que lavaba ropa para los militares. Yo les hacía algunos mandados. A cambio me daban comida o dinero”, reseña.
Esa era una de las formas en las que aprendió a sobrevivir, también hilaba cabuya con doña Isabel o cargaba las maletas de los pasajeros que arribaban a la estación del tren procedente de la Costa.
La estación del tren fue el ‘tubo de ensayo’ del futuro púgil. Casi a diario se liaba a golpes con otros chiquillos, con quienes se disputaba la posibilidad de obtener propinas por cargar los equipajes.
“Patallucha andaba. Tenía hinchada propia, como era churón y de pelo largo, quienes me apoyaban en las peleas me decían: Dale Zambito, dale, pégale, tú puedes”, relata el exdeportista agitando los brazos como si tuviera al frente a algún adversario.
A los 9 años la existencia de Eugenio parecía intrascendente. Las materias de la escuela Simón Bolívar, sobre todo las matemáticas, lo tenían a mal traer. En cuarto grado desistió de estudiar. Y aunque siente vergüenza cuando le preguntan sobre su nivel de preparación, argumenta que si se hubiese dedicado a los estudios, el mundo jamás lo hubiera conocido como boxeador.
La Peaña
“Vea papá, cuéntele sobre su viaje a La Peaña, cuando trabajaba para don Vega”, interrumpe Xavier. “Esa parte de la vida de mi papi es fundamental. Pudo salir adelante cargando guineo”.
Eugenio se para, reacomoda sus añoranzas. “¡Chuta, Don Vega!, todo un padre para mí”, menciona tras un largo suspiro.
Entre los 8 y 17 años de edad La Peaña, parroquia rural del cantón Pasaje (El Oro), se convirtió en el hogar de Eugenio. Claramente recuerda su primer encuentro con José Silvestre Vega, un terrateniente costeño a quien le ayudó a llevar la maleta en la estación del tren.
A don Vega le cayó bien, sintió pena por él. Durante su estadía en Chimborazo le pidió permiso a doña Isabel para llevarse a ‘Zambito’ al Litoral. “Allá se hará hombre, no le faltará nada, va a dedicarse a la agricultura”, citaba en medio del llanto de la acongojada madre.
En efecto, las duras tareas agrícolas transformaron al flacuchento niño en un corpulento adolescente. Aprendió a utilizar el machete, a detectar culebras; a sembrar café, cacao y banano. A cargar todo lo que se cosechaba. “Hasta hablaba como montubio”, añade entre carcajadas.
Su presentación como voluntario ante un camión de militares hizo que se despidiera de La Peaña.
Con 17 años de edad había resuelto seguir la carrera militar, quería ser como su padre. La conscripción la pasó en el Batallón Vencedores de Quito y el curso para soldados en un grupo de tanques de la Brigada Blindada Galápagos de Riobamba.
En la milicia aprendió a conducir automotores y tuvo mucho éxito en las horas de educación física, especialmente cuando le hacían ‘calzar los guantes’.
Su reputación de pegador era tal, que pasó a ser el ‘castigador oficial’. “Si algún conscripto cometía una falta, en vez de mandarlo al calabozo le hacían pelear conmigo ¡Les daba unas palizas!”, enfatiza con orgullo. Si algo le gustaba leer, era el manual de boxeo que entregaban como parte de la instrucción. Tras entender en teoría cómo se aplicaba un jab, un cross, un uppercut o un crochet, practicaba solo y en silencio.
El boxeo, a tiempo de ser una opción no imaginada de ganarse la vida, fue lo que le quedó luego de frustrarse su carrera militar. A la hora de dar exámenes académicos para el ascenso a soldado, no los aprobó. “De nuevo me quedé por no saber matemáticas. De historia sabía muy poco”.
No al escándalo
Cada vez que recuerda el titular “De campeón a Pobre Diablo”, a doña María Piedad Alfaro Rodríguez (72 años) se le eriza la piel. En calidad de esposa de Eugenio Espinoza detesta que los medios de comunicación saquen provecho de la fama de su marido a través de notas sensacionalistas.
Dicho titular fue publicado en un medio escrito que evita divulgar. El artículo iba acompañado de una fotografía en la que Eugenio saca la hierba con un azadón cerca a su residencia en Chimbacalle. A Piedad no le agrada figurar en las entrevistas que le hacen a su esposo, menos posar para las fotos. Siempre recomienda a los reporteros tratarlo con respeto.
La biografía de Eugenio Espinoza está llena de anécdotas, remembranzas buenas y malas que le convierten en lo que es: uno de los 4 grandes boxeadores de la edad dorada del pugilato ecuatoriano.
Esa historia la comenzó a los 21 años, para ese entonces ya estaba radicado en La Tola (Quito). Por mera curiosidad entró al coliseo Julio César Hidalgo, donde se desarrollaba el Campeonato Interbrigadas del Ejército. Ante la ausencia del oponente del peleador Hugo Chávez, algunos militares que conocían la capacidad ‘demoledora’ de Eugenio, lo convencieron de enfrentar a Chávez. “Me prestaron una pantaloneta y una toalla manchadas de sangre”. Contra todo pronóstico, Espinoza sometió a su contendiente.
Eugenio tuvo un ascenso vertiginoso. En 1959, como integrante de la selección amateur de Pichincha, alcanzó el título mediano ligero en el campeonato nacional que se celebró en Portoviejo. Con menos de 2 años dentro del pugilismo, en vista de no tener en el país a quién más ganar, se decidió por el boxeo profesional. Se estrenó en Pasto (Colombia) ante Walcott González, el 15 de diciembre de 1960.
Su incursión en el deporte rentado le permitió dedicarse de lleno al pugilato, pues en su etapa amateur alternó su tiempo entre los entrenamientos y los oficios de zapatero y repartidor de leche.
Según la página web Box Rec, en la que se presenta un resumen de la carrera de cada boxeador profesional del planeta, Espinoza estuvo activo desde 1960 hasta 1971, lapso en el que sostuvo 81 combates, la cifra más alta de peleas profesionales dentro del boxeo ‘tricolor’.
Entre los triunfos más sonados cuentan los que infringió al filipino Gabriel ‘Flash’ Elorde, al panameño Ismael Laguna y al colombiano Antonio Mochila Herrera, todos en 1969, en Quito.
También son recordados los enfrentamientos con Jaime ‘Chico de Oro’ Valladares y Daniel ‘El Esgrimista’ Guanín. Eugenio cree que los choques con Valladares en 1963 fueron seguidos con especial pasión por los amantes del boxeo.
En el primer enfrentamiento escenificado en el Coliseo Julio César Hidalgo el 20 de julio, Espinoza noqueó al ‘Golden Boy’ en el cuarto de 10 asaltos. Pero en la revancha, propiciada el 14 de septiembre en la Plaza de Toros Quito, Valladares lo derrotó por la vía rápida en el octavo de 10 rounds.
“Yo me resbalé, descuidé la guardia, Jaime aprovechó y me dio un golpe en el mentón. Quise pero no pude levantarme”, detalla. Peleas como estas le permitieron figurar entre los 10 mejores de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), en la década del 60.
La fama
“Si algo es peor que las notas de prensa sensacionalistas, son los ofrecimientos políticos”, reflexiona Xavier, tras mirar una foto en la que su padre aparece levantando la mano en señal de victoria junto a varios aficionados.
Durante muchos años, ‘El Campeón’ atrajo muchedumbres, por eso lo buscaban candidatos a la Presidencia o a la Alcaldía. Xavier ríe con ironía, perdió la cuenta de las veces que invitaron a don Eugenio a una tarima o cuando salía a pegar propaganda.
León Febres Cordero, Rodrigo Borja, Jamil Mahuad, en sus épocas de candidatos al sillón de Carondelet; Gustavo Herdoíza, cuando se postuló para la Alcaldía, fueron varios de quienes, a cambio de apoyo, le ofertaron trabajo o alguna posesión. Nunca cumplieron.
Eugenio menea la cabeza, mira las paredes blancas de su domicilio de 2 pisos. Cada ladrillo, puerta, mueble, electrodoméstico se lo debe a su esfuerzo y al apoyo de sus seres queridos. Una vivienda que tiene en Solanda la adquirió en su etapa de empleado; la casa de La Tola la compró a través de un préstamo luego se jubilarse. No tiene lujos, pero vive dignamente.
Al único político a quien agradece por darle trabajo es a Álvaro Pérez Intriago, exprefecto de Pichincha y alcalde de Quito, quien inauguró la piscina de Chimbacalle. Eugenio se desempeñaba como administrador.
‘El Campeón’ sube las cejas, recuerda los momentos de fama, cuando artistas de la talla de Julio Jaramillo, Héctor Jaramillo o Ernesto Albán, le saludaban o le pedían posar con ellos para una foto. “¡Qué tiempos aquellos!”, susurra.
Al hablar del dinero que percibió como boxeador profesional, admite que no supo administrarlo, mas él y su familia disfrutaron de buena comida, ropa cara, juguetes y otras ‘tentaciones’. Tampoco niega las grandes parrandas a las que salía con sus amigos para celebrar las victorias.
Ahora vive tranquilo, la pelea contra la pobreza terminó. Eugenio no consiguió noquearla pero puede decir que la venció por puntos. La pensión jubilar y un sueldo vitalicio le permiten atender sus necesidades básicas y no depender de nadie.
Para mantenerse sano, 2 o 3 veces por semana utiliza la máquina caminadora y las pesas que tiene en la planta baja. Aunque de cuando en cuando descuelga los guantes que alguna vez le hicieron sentir el ‘Ídolo de Quito’.