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Erick Bone, un alacrán que heredó buen veneno

Erick Bone, un alacrán que heredó buen veneno
06 de febrero de 2013 - 00:00

Un día, hace 12 años, Erick regresó a la casa agitado. Tenía el pómulo derecho  hinchado, el labio inferior lastimado y el uniforme escolar lleno de tierra. En términos criollos: “le habían sacado la madre”.

Un compañero -el malo y pesado que nunca falta en el aula de  clases- le había pegado sin justificación alguna. María Banguera, su mamá, recuerda el momento en que lo vio. La respiración del niño estaba acelerada. Apenas podía hablar. Las venas de su cara sobresalían. Lloraba, pero no era un llanto provocado por el dolor de la paliza, sino más bien por la impotencia de no haber podido defenderse.  

Era una sensación similar a la que le invadía  cuando veía pelear a su papá, José el “Alacrán” Bone. Erick se sentaba en una de las sillas del coliseo Julio César Hidalgo antes de que sonara la campana y empezara el combate. Sentía que los golpes lo impactaban directamente a él. Por eso, siempre entraba al camerino para  auscultar a su papá. Revisaba cada golpe que había recibido.

Esas dos experiencias marcaron a Erick, nacido en Portoviejo (Manabí) y ahora de 24 años, y desde hace mucho radicado en la capital. Con cierto instinto de venganza decidió empezar a boxear para impedir que lo agredieran y para defender a su papá de sus contrincantes    

En el barrio San Juan, ubicado en el occidente de Quito, lo conocen como el hijo del “Alacrán”. Ese sector de la ciudad fue determinante en el inicio de su carrera deportiva.    

Una tarde, durante una caminata habitual, pasó por un gimnasio. Su vínculo desde niño con el boxeo hizo que se detuviera a mirar un entrenamiento. “¿Quieres pelear?”, recuerda que le preguntó uno de los entrenadores del lugar. “Claro”, respondió e inmediatamente escuchó una frase que aumentó el desafío: “Demuestra que eres el hijo del ‘Alacrán’”.    

Recibió una paliza. De ese momento, conserva una cicatriz en su mejilla derecha.    
Esa experiencia fue el impulso para que empezara a entrenarse con regularidad. Después de hacerlo, durante seis meses para ser más exactos, pidió la revancha, pero el rival ya se había retirado.

Luego de aquel episodio él y su familia se mudaron al barrio La Tola. En ese sector conoció  al entrenador Segundo Chango quien, después de varias pruebas, lo invitó a la Selección Pichincha. Ese fue el trampolín que lo llevó después a la Selección Nacional, equipo que integra desde hace seis años y con el que logró, en el 2012, el campeonato boliviariano en la categoría 65 kilogramos.

Erick Bone es la nueva esperanza del boxeo ecuatoriano. Su rostro refleja las huellas de los golpes que ha recibido en las ocho peleas profesionales que ha disputado.
No ha perdido una, por eso es de los púgiles nacionales que proyectan sus carreras hacia la consagración.

Subir al ring es una ceremonia. Es casi un ritual que transforma el estado de ánimo del pugilista. Una mezcla de ansiedad, deseo y motivación, no solo en el momento de iniciar el combate, sino también antes. Cuando se intensifican los entrenamientos, asegura, “incrementa el espíritu de lucha de  los peleadores”.

Se considera un púgil inteligente y con mente fría. Sabe que si sale desesperado al ring  y con la idea de acabar rápido la pelea, el rival se dará  cuenta y tomará el  control del combate. “Esto me ha pasado algunas veces y he acabado mal, no he perdido, pero sí lo he pasado mal, hasta cuando el técnico me pide tranquilidad y cabeza fría, cambiando la táctica”, acota.

Conoce los riesgos que demanda este deporte, debido a que un mal golpe puede provocarle serias secuelas e inclusive hasta la muerte. “Hay muchos boxeadores  que  suben (al ring) y tiran golpes sin preocuparse de su defensa, este es un deporte con bastantes riesgos y uno está expuesto a que le den golpes muy fuertes y yono estoy para eso”.

El boxeo es su profesión y está dedicado por completo a su preparación. Su ilusión es pelear por el título mundial y se ha propuesto hacerlo en un futuro no muy lejano. “Llegar al título mundial y hacer unas cuantas defensas, estabilizarme bien, luego decirles muchas gracias y colgar los guantes; quiero boxear hasta los 34 años, como máximo”.

En su trayectoria como boxeador amateur contaba con una beca de la Concentración Deportiva de Pichincha (CDP); sin embargo, al pasar al profesionalismo ese apoyo fue anulado. Pese a eso continúa entrenándose en las instalaciones de CDP.

El campo sentimental no escapa de su cotidianidad. Daniela Andrade, microtenista  de Pichincha, le entregó su corazón hace dos años. Fueron novios durante  cinco y ahora disfrutan la compañía del pequeño Darley, de 10 meses, su primer hijo.  

Fue muy difícil para Erick lograr que Daniela lo aceptara como su novio. No lo miraba en las concentraciones. Pero, “el que la sigue, la consigue” dice un adagio popular. Y así ocurrió. La invitó a salir con insistencia, hasta que aceptó.  

Su esposa fue el factor influyente para un cambio de vida, hecho que sus amigos recalcan, porque ya no es el de antes. Las fiestas y farras ya no son motivo de distracción. Ahora dedica a su familia el poco tiempo libre que tiene después de los entrenamientos.

Bone está convencido de que la soledad lleva por mal camino a los boxeadores. El hecho de no tener una familia estable y estar expuestos a la pobreza extrema hace que cuando llegan a acumular fama y dinero pierdan la noción de las responsabilidades. Pero ese no es su caso. Ahora solo sueña con el título mundial.

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