Ellas se han superado gracias al tenis
El deporte les dio la posibilidad de conocerse y de entablar una amistad que llega incluso al ámbito laboral. Carolina Lasso y Sarita Carlosama, las mejores exponentes del tenis femenino sobre silla de ruedas en el país, comparten sus días entre sus labores en una empresa petrolera y las canchas de cemento en las que perfeccionan su habilidad con la raqueta.
Ambas serán las representantes ecuatorianas en esta disciplina en los I Juegos Parasuramericanos que se disputarán en Chile, del 27 de marzo al 2 de abril de este año.
Un accidente de tránsito cuando apenas tenía 17 años privó a Carolina del movimiento en sus extremidades inferiores. Se fracturó las vértebras T8 y T9 de la columna y le diagnosticaron paraplejia, algo incomprensible para ella en ese instante y fatal para sus progenitores.
“Era muy joven y quizás eso me ayudó a afrontar el problema con mayor confianza. La noticia afectó mucho a mis padres, a mí en menor grado, aunque pensé que la vida ahí se terminaba, pero gracias a Dios tuve ayuda y pude seguir adelante”, recuerda Carolina, ahora con 4 décadas de vida.
Le llevó un largo período adaptarse a su nueva condición y a manejarse de manera autónoma para cumplir con sus necesidades, pero nunca perdió la alegría y menos el deseo de superación. Culminó sus estudios y empezó la vida laboral.
Por su apego desde niña a los deportes buscó incesante un espacio que le permitiera volver a sentirse activa. Practicó baloncesto, pero el ser un deporte en conjunto fue una limitante para practicarlo.
Hace 6 años el ‘deporte blanco’ la atrapó y desde ahí no ha dejado de jugar, aunque en paralelo adquirió el gusto por la música y su talento lo ha expuesto en la campaña ‘Corazones Azules’, que buscan concienciar a las personas sobre el manejo prudente y responsable al volante.
Carolina formó su hogar y es madre de Andrés y Dana, de 13 y 11 años, respectivamente, quienes son el motor que a diario la impulsa a cumplir jornadas de hasta 17 horas de tareas ininterrumpidas, que las concluye por la noche con su asistencia al quinto año de Comunicación Empresarial. Sus estudios los realiza en el Junior College gracias a una beca que ganó. Le resta solo un nivel para graduarse.
Su pasión por el tenis le ha permitido salir del país para jugar cotejos y perfeccionar su estilo, aunque ello representó un desembolso monetario de su propio bolsillo. Esa precisamente, dice, es una limitación que impide que otras personas se dediquen a esta disciplina.
Ese criterio lo comparte Sarita, de 37 años, quien desarrolló a los 18 años una enfermedad congénita que afectó su columna y la dejó inmóvil. Se sometió a una operación, pero no mejoró. Pasó en rehabilitación tres años sin mejoría alguna y ahí decidió acoplar su vida a su nueva condición física.
“No fue fácil, pero debía aprender a movilizarme con la silla, empezar una nueva vida y sortear los problemas”, contó.
Sarita confiesa que es una mujer muy firme en sus decisiones, guerrera para afrontar los obstáculos, incluso para estudiar una carrera que nunca pasó por su mente.
Antes de su enfermedad cursó el primer año de medicina y como doctora visualizaba su futuro. “No podía verme de otra forma”.
Pero la vida la condujo a ser ingeniera en gestión empresarial, profesión que le entrega el sustento económico para pagar su propio entrenador, tener al menos 3 sillas de ruedas para sus distintas actividades y costearse desplazamientos para competencias fuera de Ecuador. “En el país no hay apoyo para dedicarse totalmente al deporte y aunque amo el tenis, no puedo dejar mi trabajo para dedicarme por completo, porque el sueldo que recibo no lo tendría como deportista”, dice.
La silla especial, fabricada con aluminio, que requiere este deporte, representa un costo aproximado de 3.000 dólares, y las llantas que se desgastan rápidamente en los entrenamientos valen $ 80. A eso debe sumarse el costo de raquetas, que en promedio es 170 dólares.
Sarita hasta el momento es soltera y eso le da espacio para cumplir sus entrenamientos diarios sin interrumpir su trabajo.
Está entre las mejores 200 del mundo y quiere mejorar su ranking, aunque sabe que para ello necesita más tiempo de trabajo. “Creo que cuando sea viejita podré dedicarme por completo a esto y lograré ser la número uno”, puntualizó.