El patinaje le abrió la puerta a la adrenalina
El sonido constante de las ruedas deslizándose sobre el pavimento a toda velocidad es perceptible apenas se ingresa al patinódromo de la Concentración Deportiva de Pichincha, detrás del estadio Olímpico Atahualpa (norte de Quito).
Los ritmos contagiantes de reggaetón o salsa se escuchan en los parlantes, mientras alrededor de 50 patinadores exhiben su talento en el escenario de 200 metros de longitud.
A modo de murmullos se escuchan las voces de niños y jóvenes que acompañan los acordes musicales. Incluso, simulan moverse como si estuvieran en una pista de baile. En los graderíos los últimos en llegar ajustan su casco para iniciar su rutina.
Entre ellos está Gabriela Vargas, quien a sus 14 años es la exponente femenina más destacada de la provincia de Pichincha. En el último Campeonato Nacional, desarrollado en Guayaquil, fue vicecampeona en velocidad y resistencia.
Lleva un lustro en esta actividad a la que se vinculó por casualidad, tras no poder continuar en la gimnasia por un problema de hiperflexibilidad en los codos, que le impedía soportar el peso de su cuerpo en los ejercicios.
“Si seguía ahí tenía el riesgo de fracturarme los brazos”, confiesa Gaby, como la llaman sus amigos.
A raíz de eso fue a varias disciplinas para observar la forma de preparación y ninguna la convenció. Cansada de buscar, acudió al patinódromo en el que la adrenalina y la velocidad que trasmitían los deportistas la sedujo.
Desde aquel momento visita a diario ese escenario. Por 12 meses perfeccionó la técnica para permanecer de pie sobre los patines. Primero lo hizo, como todos, sobre el césped porque ese material le restaba movilidad a las ruedas.
“Se requiere al menos un año para familiarizarse con esta disciplina y adquirir confianza, que es la base para luego moverse con facilidad en la pista”.
La afición de “Gaby” por esta disciplina le obliga a trasladarse directamente desde el colegio hacia el patinódromo, lo que no le da tiempo para almorzar en casa y solo alcanza a “picar” algo en el camino.
Tras saludar con sus compañeros desciende hasta el camerino luciendo el uniforme del colegio: azul con plomo, y sobre la espalda lleva la maleta, en donde a más de libros y esferos está su vestuario. Ponérselo no le toma más de cinco minutos.
Son dos horas las que entrena diariamente para perfeccionar su estilo. Se adapta con la misma precisión a la resistencia y también a la velocidad.
En ambas modalidades, el año anterior en su primera salida internacional, consiguió dos medallas doradas. El premio lo consiguió en suelo colombiano. “Yo era la única extranjera, pero para mí fue todo un logro porque Colombia es una potencia mundial en patinaje”.
Precisamente por eso fue dos meses a practicar en el vecino país y espera regresar en julio para afinar su destreza sobre las ruedas.
De momento, su prioridad es concluir el 9º año en el colegio Los Pinos y dominar el inglés.