Las medallas y triunfos de estas madres se las dedican a sus hijos
El embarazo no frenó sus metas deportivas
Desde que su hija nació, Vicky Morales tuvo que aprender a mezclar su rol de basquetbolista con el de madre. Entre las rodilleras, vendas y tomatodos con rehidratante que llevaba a los partidos o entrenamientos, tuvo que mezclar pañales, biberones, baberos y gorritas.
“¡Ups! Ya vengo chicas, voy a darle de lactar a mi nena, ya regreso”, era una de las frases a las que acostumbró a sus compañeras cuando llevaba a Victoria Micaela a las prácticas.
Es más, hace 2 años, cuando la niña tenía apenas 6 meses de nacida, la novel madre fichó por el Cosmos de Guaranda y convirtió a su retoño en viajera constante. A donde le tocaba jugar, Quito, Guayaquil, Cuenca, Ambato... la llevaba consigo. La niña se acostumbró a los desplazamientos y se convirtió en compañera inseparable del equipo.
Y, pese a que el embarazo no estaba en los planes de la deportista y la obligaba a abandonar la actividad en forma temporal, Vicky nunca pensó en retirarse. Se dio modos para continuar en lo uno, sin descuidar lo otro.
Todo esto es posible gracias a la ayuda de sus padres: Alicia Enríquez (56 años) y Juan Morales (61 años), quienes cuidan de la bebé buena parte del día. Alicia suele acudir al coliseo Julio César Hidalgo para atender a su nieta mientras su hija se entrena.
Esto, y el respaldo inquebrantable de su esposo, el teniente de policía Andrés Solano, le abre espacio, incluso, para continuar sus estudios de ingeniería de empresas y recursos humanos en la Universidad Tecnológica Equinoccial (UTE), y capacitarse como técnica deportiva en el Instituto Consejo Provincial de Pichincha.
Pero la determinación de Vicky también les ha dado preocupaciones. Alicia no olvida las veces que, algo angustiados, le recomendaron dejar de jugar baloncesto durante la gestación, mas ella prosiguió hasta el quinto mes de embarazo.
“Es que amo tanto esta disciplina que me era difícil dejarlo. Los entrenamientos y los partidos son lo mío”, confiesa la jugadora capitalina de 30 años, quien a los 3 meses de nacida Victoria Micaela, retornó a la actividad.
En tanto, la pequeña, que ahora tiene 2 años 7 meses, se habituó al estilo de vida de su progenitora y comienza a tomarle gusto al deporte de la canasta, situación inevitable, si se toma en cuenta que sus abuelos, Alicia y Juan, son instructores profesionales, y desde ya la adiestran en los movimientos básicos.
Vicky, por ahora, está centrada en brindarse al máximo para UTE en la Liga Ecuatoriana y en la Liga Sudamericana que comenzará el próximo viernes en Valparaíso, Chile. Su inspiración máxima es su hija.
Cambió de vida
Lo que a Vicky le pasó hace 2 años ahora le sucede a su compañera de equipo, Jéssica Preciado, quien reconoce que, a veces, se olvida su condición de mamá. Esto ocurre cuando, después de un entrenamiento o cotejo exigente, se queda dormida y solo se despierta con algún agarrón de la niña.
Valentina, quien nació el 25 de septiembre de 2014, le cambió la vida a la pívot, que ahora duerme menos y hace más. Se levanta a las 06:00 para darle la primera comida del día, alistarle la ropa y estar pendiente de las cosas de la casa.
En vista de que su cónyuge, Christian González, es marino y pasa la mayoría del tiempo en la zona fronteriza de Putumayo (Sucumbíos), por ahora, la principal responsable de la crianza de la pequeña es la exponente esmeraldeña, cuyas prioridades variaron abruptamente.
Hasta hace 18 meses, el básquet era lo más importante en su cotidianidad y lo que menos esperaba era ser madre. Ahora no imagina su existencia sin Valentina y, pese a todos los sacrificios que exige ser mamá, está dispuesta a hacer lo que sea con tal de no alejarse de su deporte y ser una madre ejemplar.
“El embarazo me tomó por sorpresa, no lo esperaba. Pero cuando veo a mi hija sé que todo tiene sentido. Más que mi nueva rutina, lo que me preocupa es retomar lo antes posible mi ritmo de competencia. Retorné hace 3 meses, tuve que bajar de peso y ahora me siento al 80% de mi capacidad”, manifiesta.
Con la bebita en brazos, Jéssica sueña verla algún día destacando en algún deporte. Por ahora todo lo que puede hacer la atleta de 24 años es dedicarle su esfuerzo en UTE y, ojalá, los cetros del torneo local y la Liga Sudamericana.
Volver reforzó los lazos
Pese a que su pasión por el fútbol es tan grande, Anita Carrillo admite que al enterarse de su gravidez, pensó en colgar los botines para siempre. Creyó que después de dar a luz, el rol de madre le impediría pisar nuevamente las canchas; su única opción era alargar en lo posible su estadía como jugadora, por eso, ya con la pancita visible, se mantuvo activa a nivel barrial hasta los 6 meses de gestación.
El parto se le adelantó y a los 8 meses de embarazo dio a luz. Matías, su ‘pequeño sol’, nació el 10 de julio de 2014. La decisión de su madre, Ana Lema (75 años), de ayudarla a cuidar al niño para que pueda regresar a los escenarios, la sorprendió de tal manera que, a veces, medita en si está soñando.
“A mis padres, Ana y José Carrillo (87 años) nunca les agradó que juegue fútbol. Hace varios años, cuando me convocaron a la Selección Nacional juvenil, como era menor de edad, ellos no firmaron la autorización para que fuera. Por eso me impresionó el cambio de mi mami”, relata.
La resolución de la progenitora, no únicamente le permitió a Anita presentarse de nuevo en Espuce, club en el que está desde hace 3 temporadas, sino trabajar como aleccionadora de las selecciones femeniles sub-14, sub-16 y sub-18 de Pichincha.
La existencia de Matías reforzó la relación entre ambas. Para el presente campeonato de la serie A, Ana Lema, además de velar por su nieto cuando Anita actúa en los partidos, se transformó en su fan número 1.
El chiquillo y la abuelita se desplazan con Anita a los lances. Van en el mismo bus que transporta al plantel. La volante indica que sus compañeras miman, cargan y juegan con el bebé. Y él ya se familiarizó con ellas, con el bullicio y los viajes.
Egresada en cultura física en la Universidad Central, la centrocampista agradece a Mauricio García, técnico de Espuce, por costear los viáticos de Matías y de Ana. Sueña con ser campeona nacional y vestir otra vez la casaca ‘Tricolor’, tal como lo hizo en la Copa América de 2010. Con 29 años a cuestas, se siente entera, con el talento y la motivación para hacer realidad cualquier cosa.
Ser seleccionada, un sueño
Las pruebas de que estaba embarazada y la convocatoria a la selección sub-18 le llegaron casi al mismo tiempo. Tenía que decidir y lo hizo: renunció a su anhelo de estar en el conjunto patrio y se enfocó en el reto de ser mamá.
Gabriela Flores Manotoa, de 28 años de edad, tenía 17 cuando el mundo se le puso de cabeza con todo lo que implica estar encinta. Debido a su estado también se retiró del colegio Andino, justo cuando estaba por iniciar el sexto curso en la especialidad informática.
Tras nacer Carlos Ariel, hace 10 años, para concluir el bachillerato, Gabriela estudió a distancia en el colegio Octavio Paz. Con los cuidados de su hijo le ayudó su padre, Pedro Flores, pues la madre de Gaby, salió del país como migrante a Europa hace 17 años. Ahora reside en Bélgica y la futbolista no la ve desde hace 6 años.
Su retorno al balompié se cumplió al mes de alumbrar con el Independiente de la Liga Barrial Balcón del Valle de Quito. Ahí fue compañera de Anita Carrillo.
En 2009, Gabriela, quien se desempeña como volante creativa, lateral o carrilera, ingresó al club Universidad San Francisco de Quito y, tras una temporada de para, se vinculó a Espuce en 2012.
Una de sus metas como deportista es ser seleccionada nacional. En 2 ocasiones rechazó los llamados a la ‘Tri’ porque la atención que demandaba su vástago no le dejaba tiempo.
Casada con Carlos Suárez, progenitor del niño, Gabriela se plantea retomar los estudios universitarios en cultura física, los cuales dejó por el cierre de la Universidad Autónoma de Quito (UNAQ). Más afianzada, cuenta con el respaldo de su familia y cree que aquello es lo fundamental de cara a conquistar los más caros deseos. (I)