El código tarado
Códigos ardientemente respetados y cumplidos a rajatabla, cuando por las venas corre la pasión ciega de un hincha que no perdona, no olvida, que no acepta lo que considera desaires y humillaciones al equipo de sus amores.
Reglas escritas y elaboradas al calor de la euforia de la esquina del barrio, bajo cuchufletas propias de quienes cómicamente iniciaron una simple “joda”, que con el tiempo fue asimilada de la manera más torpe posible por cerebros que no pudieron procesar el génesis de la situación.
Incrementado el cuadro patético de la situación, se presenta una notable y firme evolución del código, escrito quién sabe por quién, pero cada vez más peligrosamente respetado por sus fieles y firmes devotos a posturas nada orientadoras y alejadas, a miles de millas de distancia, de la razón y coherencia.
¡¿De qué diablos estamos hablando?!
Del actual y cada vez más arraigado credo de una masiva cantidad de hinchas del fútbol presente.
La iniciativa de Barcelona de bautizar con los nombres de José Francisco Cevallos y Carlos Luis Morales, los arcos del estadio Monumental, generó la erupción salvaje de muchas de estas irrisorias “normas”.
Aquí el apocalipsis de criterios:
“Pepe Pancho” Cevallos acercó el trofeo de la Copa Libertadores a Guayaquil, ese premio que le había sido esquivo a los clubes ecuatorianos, hasta que Liga (Q) la ganó en 2008. La copa original fue vista por múltiples personas que hicieron largas colas para tomarse fotos y contemplarla de cerca.
Sin embargo, para muchos, el hecho de haberla traído a Guayaquil fue visto como una ofensa; un irrespeto para quienes no eran dueños de ella.
El gesto agradable de Cevallos se convirtió en repudio de unos cuantos, lo que en buenos términos de los que andan a pie se conoce como “pica”.
Estas manifestaciones de considerar irrespeto el haber llevado la copa a Guayaquil se suman a los códigos que exigen no celebrar goles contra tu ex equipo, no besar camisetas, si es que no te pagan el sueldo y, si te despiden intempestivamente no podrás demandar. Además, si te cambias de equipo y llegas a una institución seria y ejemplar, tampoco podrás resaltarla.
Un hincha me escribía y decía que es imposible perdonarle a Cevallos el haberse cambiado a jugar con el enemigo.
¿Desde cuándo Liga es enemigo de Barcelona?
Y si lo ven así, por que vociferan heridos de cólera cuando alguien compara el partido entre estos dos equipos con un clásico. Supuestamente, traidor es quien se cambia al considerado equipo antagonista.
Se rendirá tributo a la mentalidad de las barras bravas argentinas y constantemente se citará como ejemplo supremo la ideología que aplican allá con situaciones que vinculen a equipos rivales. Es común escuchar decirles a los que cultivan este código: “Anda a ver si en Argentina un hincha de Boca se saluda con uno de River”, ejemplo propio de un cromañón y que da fuerzas a quien quiere aplicar semejante burrada en su región.
Eso sí, cuando se presenta una tragedia en estadios del país en mención, se repite una y otra vez que no se quiere caer en ese mundo, que se debe alejar de la gente estos devastadores ejemplos, extraditar las costumbres criminales que practican las nefastas barras bravas, pero para citar los modelos de códigos sí sirven.
“Debes comprender que pensamos como hinchas”, dicen otros que justifican sus actos y razonamientos.
Pero lo único que me pregunto es en qué momento la diversión sana entre compañeros de trabajo, colegio o vecinos, se transformó en rivalidad agresiva y peligrosa entre simpatizantes de los denominados equipos “rivales”.
No quiero aceptar el concepto que expuso el editorialista William Sánchez al tratar de describir al seguidor de un equipo: “Aconsejo que, en vez de conversar con un fanático, debería hacerlo con su mascota que, seguramente, lo escuchará con atención, lo que jamás logrará tratando de entender a un fanático.”
Tengo fe todavía en esta legión de humanos, sacrificados y devotos a sus clubes en las buenas y en la malas; en los que sufren y se alegran por sus acciones.
Sé que allá afuera hay muchos buenos todavía, que no siguen códigos tarados y que seguramente no se sentirán reflejados en este escrito. Quien se sienta ofendido es un cultor del código.