A deslizarse sin miedo en la blancura helada
Un horizonte eternamente blanco invita a jóvenes, niños y adultos a disfrutar de un recorrido lleno de magia. Al deslizarse sobre ese escenario, la afilada cuchilla en línea que se despliega bajo los pies de los patinadores sobre hielo, roza la superficie helada y de esta se desprenden ligeros e imperceptibles sonidos, que trasladan a los practicantes al mundo de la fantasía.
Ropa cómoda es lo imprescindible para iniciar la aventura. Los patines corren por el escenario; su uso está incluido en el valor que se paga para acceder a 90 minutos de diversión (10:30-12:00).
Según los patinadores, el hielo es la superficie que mayor facilidad presta cuando se inicia en este deporte. “Acá no es necesario que sepas moverte. Prácticamente los patines se deslizan solos si te dejas llevar. Se han dado casos de niños de 4 años que a veces tropezaban al caminar y que no tienen mayor problema para deslizarse”, afirma la instructora María Isabel Jaramillo.
La ventaja es que en el Palacio del Hielo, al norte de Quito, por lo reducido del espacio (15m x30 m) no se puede ir a gran velocidad, y eso le da al practicante mayor confianza para soltarse y perder el miedo, por eso no se usan cascos ni rodilleras.
Lo primero es tener un breve contacto táctil con el hielo para perder el miedo. Con juegos de pelotas y conos comienza el aprendizaje, que se realiza por el cerramiento de la pista, que incluye paredes de vidrio sobre los senderos que registran hasta 10º bajo cero.
Sin embargo, no es imprescindible llevar extrema protección contra el frío. Unos guantes son suficientes porque la temperatura reinante en el ambiente tiene un promedio de 17ºC. Cada 90 minutos pasa por el escenario un minizambony (máquina niveladora) que limpia y deja cubierto cualquier desprendimiento que exista en la pista, por mínimo que sea.
Además, para que luzca perfecto el circuito (en competencia) se riega un chorro de agua caliente, que otorga la sensación de transparencia, incluso se puede observar toda el agua que la conforma. Pero este último paso solo es en ciertos casos, cuando ingresan los acróbatas del hielo, porque para los novatos esa sensación es contraproducente.
“Patinar en hielo es como vivir una experiencia de otro mundo”, confiesa Nataly Pauca, de 16 años, y estudiante del colegio Julio Verne, quien se inscribió hace 2 semanas.
Después de perder el miedo, el paso inmediato es iniciar una especie de marcha, con la cual se va acentuando la relación de dominio de los patines y empieza el diseño de figuras sobre la superficie, las cuales parecen imperceptibles desde fuera de la pista. Solo los movimientos corporales dejan ver cómo se las ejecuta. Burbujas, el zig zag y el carrito (de cuclillas) son las rutinas primarias del aprendiz.
Dominarlas es el paso para afirmarse como un patinador con cierta experiencia, aquel que está en capacidad para deslizarse en solitario por cualquier lugar del escenario. Después, puede intentar con la garcita (elevando en un ángulo de 90º la pierna). Lo más complicado es girar.
Se necesita habilidad para tomar la curva y virar sin problemas. Aquí es donde se registran los accidentes más frecuentes, pero ninguno pasa de un leve golpe o caída. “Llevo una semana intentando el giro y aún no me sale, pero patiné luego de 2 días”, dijo Gisella Villarroel de 14 años, estudiante del colegio Inmaculada.
Superada esta fase comienzan las piruetas más complicadas, maniobras realizadas por los profesionales, que incluyen giros continuos sobre uno o dos pies, mientras se extienden o se recogen los brazos. Pero esta habilidad se logra con el paso de los años y con un entrenamiento diario de hasta tres horas.