El tamaño y la forma del cuerpo humano, dicen los biólogos, reflejan la historia económica y social de la sociedad. Somos más altos, más fuertes y cada vez más gordos que nuestros antepasados, porque el acelerado progreso del mundo permitió a los seres humanos darse ese lujo. Si antes, los humanos tenían poco acceso a dietas altas en calorías y proteínas, hoy prolifera la alimentación exagerada, con la cual desde la niñez surgen las primeras señales de sobrepeso.

Nuestros antepasados estaban hechos básicamente para andar, nadar, para huir en caso de peligro o para cazar. Es así que los alimentos que se llevaban a la boca no derivaban en depósitos de grasa, potencialmente peligrosos, porque se mantenían en permanente movimiento.

Hoy, no solo dejamos de movernos, sino que, además, se ingieren más calorías de las necesarias; la energía se acumula en forma de grasa, lo cual lleva a la conclusión de que la obesidad es el resultado del desequilibrio que se genera entre la entrada y la salida de energía.

Este desequilibrio que provoca la obesidad aparece con mayor regularidad por la combinación de factores genéticos y ambientales.

Quizás esto explique por qué en países que hay hambruna, existen casos de obesidad, como en algunos del continente africano.

Durante mucho tiempo, se habló del gen ahorrador que propicia la acumulación de grasa, el mismo gen lo tenían nuestros antepasados, pero ellos no engordaban, porque esta acumulación de grasa y energía permitía hacer frente a largos períodos de escasez alimenticia.