Con-Sentido
Los seres humanos mienten 1 o 2 veces al día
En el transcurso de la vida, todos los seres humanos, tarde o temprano, aprenden a mentir. Algunos adquieren tanta habilidad para ocultar la verdad que no les exige demasiado esfuerzo; saben cómo fingir para que todo lo que dicen parezca cierto.
Hace algunos años, el psicólogo inglés Adrian Raine decía que mentir es casi como tener el don de leer la mente. “Tienes que ser capaz de comprender el pensamiento de la otra persona. Tienes que suprimir tus emociones o regularlas para que no parezca que estás nervioso. Hay mucho que hacer. Hay que suprimir la verdad”.
Los seres humanos mienten, sobre todo, por miedo, advierten los científicos que, en diferentes partes del mundo, han emprendido estudios cognitivos de la mentira humana. El hecho es que las personas mienten más de lo que se cree, como se establece en el Estudio Cognitivo de la Mentira Humana, desarrollado por la Universidad Autónoma Nuevo León, en México, en el que los investigadores aseguran que la mayoría de personas miente en promedio 1 o 2 veces al día. Aunque una mentira siempre será considerada un engaño, estas pueden tener grados de acuerdo con el contexto en que se dicen.
Las mentiras, calificadas como piadosas, al parecer, estarían más ‘justificadas’ que otras, porque quienes las pronuncian lo hacen, al parecer, para no dañar a los demás y evitar males mayores.
Entre lo que las personas dicen, escuchan y leen, se podrían contabilizar cientos de mentiras, pero la mentira no se revela solo en la esfera de lo humano. Según David Livingstone Smith, director del Instituto de Ciencias Cognitivas y Psicología Evolutiva de la Universidad de Nueva Inglaterra, en Estados Unidos, en el mundo biológico, las plantas y los animales utilizan la falsedad y la simulación para sobrevivir, lo que revela la paradójica utilidad que tiene la mentira.
Es así como hay serpientes que fingen ser venenosas para ahuyentar a depredadores y orugas que fingen ser serpientes con el mismo propósito.
Para Karen Andrade, terapista familiar, la mentira no solo significa decir cosas que no están apegadas a la verdad; se miente también cuando se oculta información o cuando se dice algo que es verdad, pero de una manera que el interlocutor considere falso. Para el investigador y filósofo David Livingstone, los humanos mienten, porque es una característica básica de los seres vivos, pero estos lo hacen mejor que otros animales, “porque su inteligencia es poderosa y tienen la capacidad de hablar”.
Para este investigador, la gente falta a la verdad en todo momento: en sus hojas de vida para conseguir mejores empleos, para evitar pagar impuestos, para tener relaciones extramatrimoniales, para ganar popularidad entre sus amigos, para conquistar a una potencial pareja, para ser reconocido, etc.
“Aunque no sea correcto, con cierta regularidad, los mentirosos son los ganadores del juego de la vida”, argumenta Livingstone, quien explica en una de sus obras que, desde el punto de vista biológico, hay ciertos rasgos que selecciona la evolución que, al parecer, son ventajosos para los individuos. Eso significa que mentir resulta ventajoso, porque cualquier persona que no sea capaz de hacerlo está en clara desventaja.
Según el investigador, el que no sabe mentir tiene todas las posibilidades para convertirse en un marginado social, porque la vida social humana gira en torno a la mentira, nos guste o no.
En una entrevista publicada por el diario español El Mundo, Livingstone invita a imaginarnos lo insoportable que sería que todos fuéramos honestos los unos con los otros. Si así fuera, la vida social, tal y como la conocemos, sería un caos. Aquí reside una interesante paradoja: todos queremos ser libres para mentir, pero ninguno quiere ser víctima de las mentiras.
“Desde una perspectiva evolucionista, el uso sensato del engaño es mucho mejor que la honestidad total. Precisamente por eso, nosotros y muchas otras especies somos mentirosos expertos”, explica.
Aunque el estudio de Livingstone pone de relieve a la mentira como una herramienta que puede resultar ventajosa, hay estudios, como el emprendido por la Universidad de Notre Dame, titulado la Ciencia de la Honestidad, en el que se señala que la verdad mejora la salud física y mental de las personas. Al mismo tiempo comprobaron que las personas que redujeron su tendencia a decir mentiras estuvieron menos tensas, tuvieron menos dolores de cabeza e irritación de garganta que las que sí faltaron a la verdad.
Para la psicóloga ecuatoriana Paula Vernimmen, especializada en Argentina, más allá de cualquier excusa, las mentiras nunca dejarán de ser dañinas. “Al optar por ellas, evadimos la realidad para no afrontar los problemas; es una forma de autoengaño”. Considera que quienes se acostumbraron a mentir podrían tener una baja autoestima, temor al rechazo, vergüenza, miedo al castigo y a la crítica.
La psicología no es la única rama que ha abordado este tema. En la última década, los neurólogos han divulgado estudios, en los cuales se advierte que hay cerebros humanos que, por su estructura, son más capaces de mentir que otros.
De ahí que un equipo de investigadores de la Universidad de California del Sur identificó que la estructura del cerebro de los mentirosos compulsivos es distinta de la de los honestos. Los embusteros compulsivos tienen en el lóbulo prefrontal del cerebro más cantidad de sustancia blanca que de sustancia gris, en torno a un 22% más.
Los estudios revelan que la toma de decisiones morales se lleva a cabo en la sustancia gris del lóbulo prefrontal. Los mentirosos compulsivos tienen el 14% menos de materia gris, lo que significa que se preocupan menos por los aspectos morales, que son menos capaces de procesar este tipo de pensamientos. “Tienen una especie de ventaja natural para mentir”, dice el estudio.
Sobre este tema, el reconocido periodista científico Eduardo Punsent, señala que los humanos aprendieron a mentir cuando les hizo mucha falta. “En los tiempos remotos, el entorno era extremadamente duro. Hoy sabemos que en África quedaron apenas unas miles de personas para iniciar la emigración a otros continentes. Solo Dios sabe lo que sufrieron nuestras especies más allegadas a lo largo del último millón de años. Las cosas empezaron a cambiar para mejor cuando uno de aquellos testigos –contemplando cómo un rebaño alocado de mamuts arrasaba su valle– le dijo al otro: “¡Qué bella es la naturaleza!”, fue entonces cuando dijo la primera mentira.
Para el psicólogo Alejandro Arroyo Cabezas, existen algunas teorías sobre la mentira, pero él se inclina más por la explicación aportada por la psicología evolutiva y que se basa en la teoría de la “inteligencia maquiavélica”, propuesta a finales del siglo pasado, por Whiten y Byrne.
Según este planteamiento, fue el desarrollo de una compleja vida social, lo que determinó la aparición en los primates, de un cerebro relativamente más grande con estructuras neuroanatómicas más desarrolladas y diseñadas. Esta estructura fue lo que le permitió al primate actuar de la manera más conveniente para conseguir sus fines, ya sea ocultando intenciones o llevando a cabo un engaño táctico.
De esta manera, contribuyó a asegurar la reproducción y, por ende la supervivencia. Alejandro Arroyo precisa que existen algunas razones por las que los seres humanos mienten y cita al premio Nobel Gary Becker, creador del Modelo Simple del Crimen Racional, que plantea que los seres humanos se comportan en el mundo, haciendo simplemente un estudio costo-beneficio. Por lo tanto, si el beneficio supera el costo, la persona mentirá si eso es lo que le conviene.
Por otro lado —indica— la mentira también puede ser una señal de empatía hacia los demás, ya que en ocasiones mentimos para evitar hacer daño a otras personas. “El mentirnos a nosotros mismos puede llevarnos a creer que somos mejores de lo que realmente somos, lo que nos podría proveer de una ventaja adaptativa”, indica.
Aunque la mentira está presente en la vida humana de forma cotidiana, los especialistas podrían considerarla como “normal”, pero hay personas que mienten de forma impulsiva, excesiva y descontrolada. También hay aquellos que simulan estar enfermos o aquellos que se autoprovocan enfermedades para engañar a los médicos.
Son personas que tienen lo que se conoce como trastorno facticio que se caracteriza, sobre todo, por síntomas físicos o psicológicos fingidos o producidos, de manera intencional, con el propósito de asumir el papel de enfermos.
Conductas repetitivas
Todas las conductas humanas pueden ser aprendidas, de hecho, cuando un niño crece en un ambiente en el que sus padres mienten existen más probabilidades de que, cuando crezca, se comporte como ellos.
Para muchos psicólogos, la mitomanía, hace referencia a un trastorno psicológico, por el cual la persona afectada tiene una conducta repetitiva del acto de mentir, lo que le proporciona beneficios inmediatos, como admiración o atención.
A diferencia de otras adicciones, en la mitomanía puede existir o no intención de engañar para contar una historia personal más llamativa.
En la mayoría de los casos, el mitómano hace todo lo posible por no ser descubierto, pero cuando esto sucede, puede obtener el efecto contrario al deseado, es decir, sus amistades tienden a rechazarlo y a aislarle al sentirse engañados.
Los estudios actuales sobre este tema se centran en aquellas mentiras en las que, literalmente, se dicen cosas que no se apegan a la realidad, pero también se miente por omisión y con otros giros sutiles.
Según Livingstone, “mentimos en otras muchas formas no verbales: usamos maquillaje, recurrimos a la cirugía plástica para disfrazar nuestra verdadera apariencia”.
La pregunta es la misma: ¿por qué mentimos? y la respuesta es simple: porque realmente funciona.
Los Homo sapiens que fueron mejores para mentir obtuvieron ventaja significativa sobre otros en la implacable lucha para el éxito reproductivo. Los estudios sugieren que las personas deben acoplarse a un sistema social para alcanzar éxito, y, al parecer, la mejor ‘arma’ para lograrlo es mentir a los demás.
Cierto o falso
Según la revista digital Algarabía, la mentira puede ser un riesgo en las negociaciones. En las tribus, las bandas de cazadores que eran consideradas como estándar social, si eran descubiertas en alguna mentira, perdían credibilidad para su comunidad.
Los malos mentirosos se ponen nerviosos y se delatan por movimientos no verbales involuntarios.
Los biólogos proponen que la función de mentirnos a nosotros mismos es más fluida que la de mentir a otros. La primera nos ayuda a mentir sinceramente sin saber que estamos mintiendo.
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La especialista
“Los honestos creen que todos dicen la verdad”
Mentimos por muchas razones: para ser aceptados, para ser reconocidos y porque además es fácil mentir.
Las personas que son honestas creen que todos son como ellas y no saben que les mienten, pero las personas que mienten están convencidas de que todos mienten y que eso está bien. La mentira puede volverse patológica, porque al constatar que funciona, las personas fácilmente siguen mintiendo. Las personas extrovertidas mienten más que las introvertidas.
Lucía Noboa, psicóloga