Entender la muerte
Hablar de la muerte se considera aún un tabú o algo de mal gusto. Al muerto se le encajona, se le acristala, se le tapa, se le camufla con flores y olores. Sin embargo, un hecho tan cercano y propio del ser humano necesita ser entendido para saber vivir mejor.
Un grupo de educadores de la Universidad Autónoma de Madrid defiende la inclusión en las escuelas del tema de la muerte, como ya sucedió con la educación sexual, porque aprender a entender la muerte es lo más propio y universal que nos sucede a los seres humanos.
La sinceridad infantil es la primera fuente de aprendizaje que los mayores desprecian. Si se pregunta a un niño “¿qué es la muerte?”, “¿qué le ha pasado a la mamá de Bambi?”, la respuesta es un claro: “no sé”. En cambio, si un niño pregunta a un adulto, ¿por qué se ha muerto mi abuelita? Las respuestas suelen ser variopintas. Oscilan entre la evasión de la respuesta hasta la hipótesis del cielo.
La ausencia de seguridades en la educación de un niño que descubre la muerte, se convertirá en una carga de angustia de muerte cuando se haga adulto, fruto de unas explicaciones poco esclarecedoras y aparentemente inofensivas. Educar acerca de la muerte, es evitar la explicación desde la angustia.
Agustín de la Herrán Gascón, profesor de la Universidad Autónoma, cree en la necesidad de incluir la muerte como contenido educativo en la etapa infantil: “Ante una experiencia trágica vivida por un niño, se puede hacer bastante más que consolarle o dejar que el problema se vaya solucionando más o menos solo, con jarabe de tiempo”.
La educación infantil es la más rica y creativa en cuanto a realizaciones y se debería comenzar a afrontar en esta etapa todos los temas de nuestra naturaleza. O, ¿acaso no hay relaciones evidentes entre muerte, ciclos biológicos, educación ambiental, sexual? “Creemos que si no se incluye en las aulas el tema de la muerte desde un contenido global y ordinario, no se estará enseñando a vivir completamente”, afirma Agustín de la Herrán.
Los niños juegan y hablan de la muerte
El estado de sueño es la primera identificación con la muerte. Primera diferencia: vida/muerte, igual a dinámico/estático.
En los juegos y primeras interpretaciones de la muerte hay grados. No es lo mismo que se muera una planta que un animal. No es lo mismo morirse de manera permanente que revivir una vez terminado el juego. No es lo mismo que se muera alguien próximo que alguien que se percibe lejano al propio mundo de las vivencias. Es decir, no será igual que se muera un tío que la mamá.
El niño comienza a asumir la realidad de la muerte y se defiende de ella a través de su creencia de que es capaz de influir sobre esa realidad. La buscan por sus causas y la superan con rituales llenos de magia y fantasía. Son juegos de salvamento y resucitación mediante los cuales las heridas y los muertos se curan. Mediante estas simbolizaciones se superan egocentrismos, la culpabilidad se transforma en solidaridad y se comienza a elaborar el desarrollo de capacidades, como las de ayuda, compasión, empatía...
El contrato de vida
Tarde o temprano la realidad se impone, tanto para el niño como para el adulto, entonces se comienza a asumir la realidad de la muerte. En el niño hay estadios de adaptación de esta realidad que escapa a su control.
Cuando la realidad se impone, una forma de afrontarla con éxito es asegurándose mediante un contrato de vida. Una niña, Julia, de 4 años, excepcionalmente consciente de la idea de que todas las personas tienen que morir, también su madre, entra en depresión y falta casi 2 semanas al colegio: no come, llora, se queda en la cama, hasta que la madre, que conoce la situación, le promete no morirse nunca. La respuesta es inmediata: la niña se levanta y come lo que no había comido en 3 días. Esto ocurre porque el conocimiento le da seguridad y aumenta su capacidad de razonamiento lógico.
En una época en que reina la imagen, y por ello el movimiento de la razón hacia lo superficial, lo efímero, la idea de muerte como concepto básico, como realidad, se va travistiendo en representaciones que nunca llegan a atrapar su verdadero significado. Una causa más para educar en un plano de razón distinto al visual.
Pautas de actuación para una eventualidad trágica
En su libro ¿Todos los caracoles se mueren siempre?, Agustín de la Herrán da pautas específicas para que los padres y maestros puedan explicar la muerte de alguien cercano a un niño.
Lo primero es la coordinación y coherencia para no entrar en contradicciones, de ahí que es importante pactar una versión. Ser sinceros y evitar el engaño es decisivo. Dar una versión falsa carece de utilidad y sentido (se ha ido de viaje, etc...). Permitir la expresión natural de las emociones del niño, sin estimularlas (tú lo que tienes que hacer es llorar), o reprimirlas (no llores más), ayudando a interpretarlas y a expresarlas.
Lo más adecuado es afrontar la realidad de forma tranquila, para favorecer, desde la serenidad, el transcurso de las posibles fases de elaboración y aceptación de la experiencia de vacío y pérdida por parte del niño.
Tratamiento saludable de la muerte
Introducir en los campos educativos un tema como este es, sin duda, controvertido. Para Agustín de la Herrán, la muerte como la vida entera ha de entrar en las escuelas y trabajarse en ellas desde la naturalidad y el rigor, derivados de una buena formación.
Antes ya se hizo algo parecido con la educación sexual, cuya polémica era —y sorprendentemente sigue siendo— objeto de escándalos en escuelas, y de debates en medios de comunicación. La diferencia básica con la educación para entender la muerte es que la sexualidad es sonora porque versa sobre el placer, y es tratada constantemente por la imaginación y la falta de imaginación del ser humano. Y el placer es popular. En cambio, la muerte, asociada al dolor, es poco deseada como tema y oscurecida por creencias y ritos. Ya es hora de que se le dé una oportunidad a la educación.
Una pérdida puede ser asociada con el abandono, de ahí que es importante la seguridad en los niños, su independencia emocional, y son los padres los encargados de proveerla
Especialista
“El niño tiene el derecho a sentirse triste”
Carolina Espinosa Jara, directora del Centro Psicoterapéutico Ansuz, explica que hablar con el niño sobre la muerte de un familiar dependerá de la edad del niño y de su relación con el fallecido. Una forma es a través de explicaciones sencillas y concretas. “No lo vamos a ver pero lo vamos a sentir, es una forma de explicarles”, dice la especialista. Otra manera es a través de juegos en los que se hable de la presencia y la ausencia. Comenta que para los niños es importante la parte concreta, de ahí que decirles que su familiar se fue al cielo sí es una opción.
“Es sano que desde niños entiendan que hay un proceso cíclico desde lo biológico donde la persona nace, crece, se reproduce y muere” afirma Espinosa a la vez que señala que en los niños se debe trabajar la independencia emocional, que sepan que van a estar seguros aunque los padres no se encuentren.