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El Telégrafo
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Entrevista

“¡Yo quiero morir como Molière, en el escenario!”

Rossana Iturralde, actriz y productora teatral. Foto: Mario Egas/El Telégrafo
Rossana Iturralde, actriz y productora teatral. Foto: Mario Egas/El Telégrafo
13 de septiembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

La sala escénica Mariana de Jesús —de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en Quito— estaba llena. Era viernes, el segundo día de un ciclo en que los espectadores de la capital podían descubrir —o volver a ver— La Edad de la Ciruela y la actriz Rossana Iturralde le daba los últimos toques al montaje.

La noche anterior, el jueves, había dado una primera función, impecable, junto con la quiteña Nadyezhda Loza y ante una asistencia que no llenó sus expectativas pero, para la segunda fecha, “con mejor difusión”, las butacas casi se llenan. Lo impredecible fue la caída que Rossana tuvo sobre el escenario.

Una asistente fue desde Toctiuco a ver la obra que le había recomendado un vecino perteneciente a un centro de desarrollo comunitario. Fue la espectadora más entusiasta, la que les pidió autógrafos a Rossana y Nadyezhda. Sonreía, lloraba, se conmovía y no le importó que todas la mujeres interpretadas por Iturralde cojearan, por el accidente que tuvo al inicio de la función, después de perder el equilibrio y caer, desde un cajón, sobre las tablas, doblándose el tobillo que se hinchó y le arrancó un par de gestos no premeditados sin parar la función.

Esta obra —escrita por el dramaturgo Arístides Vargas— ha tenido unas 600 funciones desde su estreno, hace 19 años. ¿En ese período recibió alguna crítica?

Siempre. Es lo que más tenemos. No siempre estoy pendiente, pero yo creo que la crítica debe existir, aunque digan que los críticos son ‘gente vaga’ o algo así. Creo que los críticos son gente que se plantea seriamente hacer un comentario sobre la obra, es una persona que lee, está informada, ve buen teatro, que investiga... esas críticas son buenas porque por ahí hay cosas que te pueden servir o que pueden hacerte cuestionar el planteamiento que te has hecho.

Hay una idea de que este es el país de los elogios mutuos —como dijo otro guayaquileño: Miguel Donoso Pareja— en todas las artes...

No, hay gente aquí que se ha dado de trompones. (...) Yo también he trabajado en obras en que las críticas no han sido buenas, con cosas no tan positivas. La Edad de la Ciruela tiene un encanto, más allá de que la gente de teatro es un poco especial aquí: se juntan para cosas importantes, y eso es bueno, pero generalmente la gente de artes escénicas nunca ve bien el trabajo del otro, pasa mucho en este país. En todos los países hay muchos celos, competencia, si se quiere, porque hacer un teatro experimental, con un trabajo de verdadera investigación no es igual a, digamos, una obra que emplee un humor más ligero, popular. Respeto a quienes hacen eso, un humor ligero, pero esas obras, dependiendo de quiénes vengan, no las comentan. En el mundo de los festivales, de los intelectuales, se comentan otras cosas, con otros contenidos, otra manera de llegar a la gente.

¿Por qué una obra, como la que acabamos de ver, perdura?

Eso está en los artistas, de eso estoy convencida. Yo podía haber decidido no hacerla nunca más, aunque me lo pidieran cien veces. Lo bueno es que la gente viene, y no es que estamos rogándole que venga ni nada. Más bien, ¡no hemos tenido mucha difusión! Presioné hartísimo para que salga, como soy una actriz que tengo un camino bastante grande recorrido, y hay mucha gente que apoya mi trabajo, cuando yo llamo y pido que nos den una cobertura, me la dan.

Ayer —jueves 10 de septiembre— no vino mucha gente...

No había más de cincuenta personas.

Usted le atribuye eso a la falta de difusión, ¿tanto crédito tienen los medios?

Sí. Una vez yo hice este montaje con una actriz que tenía todos los contactos en diario El Comercio, Cristina Morrison, y tuvimos cobertura todos los días, un reportaje inmenso, grabaron la función... y la obra se llenó. No es que no tenga contactos, pero debo hacer un doble esfuerzo porque no soy la dueña de un periódico. Hay que presionar mucho, mucho en este país para que los periodistas le den cobertura al tema del teatro, a las artes escénicas. En Colombia hay unos 600 grupos de teatro. Aquí, grupos profesionales, con larga trayectoria pueden ser contados con los dedos de la mano. Hablo de actores y directores. De ahí, hay mucha gente joven que está haciendo bien las cosas, ha habido un salto cualitativo y cuantitativo en cuanto a la producción de obras; sin embargo todavía no hay esa cultura de teatro en la gente.
Aquí hay unas 15 obras en escena, en una semana, y es una ciudad ya grande, tenemos a dos millones de personas en Quito; en Guayaquil, tres millones y medio y hay mucho menos teatro que acá.

Usted estuvo un año en España. ¿Qué determina que se difunda el teatro, sin dudas de por medio, en ese país?

Es un país que tiene a Lope de Vega, Calderón de la Barca. Francia tiene a Molière, Inglaterra a Shakespeare y los argentinos... no sabría qué decirte, tienen una tradición, son descendientes de europeos. Imagínate, Molière murió haciendo teatro, los reyes de esa época eran mecenas del teatro, los poderosos, para no decir solo los reyes. Era lo más importante del mundo ir al teatro, eso acá no existía. Acá la gente hace teatro porque tiene una pasión por eso, pero no puedes hablar de una manifestación teatral de hace quinientos años.

¿Quiere decir que es algo que se transmite por generaciones?

Claro, yo pienso que está en los genes. Yo pienso que así son las necesidades, es como la música. Quién no la escucha. Este es un país muy musical, más allá del género que se escuche.

***
En los primeros años de La Edad de la Ciruela —mediados de los noventa— el elenco se subía al escenario de seis a ocho veces por mes. Ahora, Iturralde planea una gira nacional que llegaría a Quito, Guayaquil, Cuenca, Latacunga, Riobamba, Ambato, Loja e, incluso, a ciudades más pequeñas, de provincias, “donde haya una infraestructura para hacerlo”.

Para eso convocaría al público —dice— con sus propios medios.

“No son 19 años de haber hecho la obra todos los días. La idea nuestra es ir buscando espacios en donde no tengamos problemas con el montaje y que la puesta en escena se presente de la manera más digna”.

Antes de la función del viernes pasado, no hubo quién le deseara a Rossana Iturralde que se rompa una pierna y casi ocurre. En el camerino, donde concedió esta entrevista, se despidió con una frase matizada por su acento costeño: “No es la primera vez que me caigo, qué importa: ¡Yo quiero morir como Molière, en el escenario!” (I)

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