Y ahora, ¿qué vamos a hacer con las tablas?
El teatro es caro. Sus volúmenes de gasto no se asemejan ni un poco al cine, pero en proporción, los alcances de las artes escénicas las ponen en una situación difícil.
A decir de gestores del medio escénico, al punto anterior se le suman otros que se necesita tener en cuenta a la hora de elaborar las políticas públicas que impulsen el desarrollo teatral en el país. No parece poco lo que queda aún por caminar en materia de recursos, difusión o la relación de la obra con el espectador.
Raymundo Zambrano, director del colectivo teatral Palosanto de Manabí, agrupación que tiene 26 años en las tablas, opina que “hay muchas salas, pero no hay público. Tenemos que crear un público”.
Según Zambrano, en cada sala en que presenta sus obras, el público se agota luego de 3 ó 4 funciones. “En este país no se puede vivir de la taquilla”, concluye.
Y es que el dinero es común como factor limitante para el desarrollo de las artes escénicas en Ecuador.
Iván Morales, director artístico de Solsticio Cine y Teatro, agrega a ello el hecho de que, actualmente, los grupos independientes tienen que “competir” con la gratuidad que ofrecen las presentaciones culturales que se promueven desde instancias públicas.
Según Morales, “cuando nosotros, los trabajadores independientes, queremos vender una obra, estamos compitiendo con la gratuidad. De alguna manera, nos están eliminando, no promoviendo”.
Pese a las dimensiones que toma la falta de recursos económicos como principal problema para el desarrollo del teatro, todos coinciden en que eso no significa que esos recursos deban esperarse en forma de dádivas estatales.
“Los ‘productos’ artísticos no se pueden promover como objetos de consumo en sociedades de ‘supervivencia’ como la nuestra”, opina Virgilio Valero, director del grupo guayaquileño Teatro Ensayo Gestus, fundado hace 25 años.
Morales añade que “ése es el concepto que debemos eliminar: que todo es dinero. Porque también existe la riqueza intangible”, refiriéndose a las expresiones artísticas.
Decía Polibio Sánchez Arosemena, vicepresidente de la Fundación Sánchez Aguilar, que administra el teatro del mismo nombre, que teatros como ése suelen ser públicos en el exterior, por el monto de gastos que implica su funcionamiento.
“Es necesario que los artistas no sean vistos como gente que viene a pedir plata”, dice Zambrano, quien se refiere también a la gratuidad. Según el manabita, esa práctica corre el riesgo de convertir al espectador en “asistencialista”.
A ellos se suma la presencia a la que pueden aspirar las artes escénicas en los espacios de difusión.
Explica Valero que estos “se limitan a las carteleras de información cultural de prensa escrita, a lo sumo”, pues pagar un anuncio comercial publicitario es costoso y “casi imposible”, pues la opción es gravarlo en la entrada.
“En los otros medios (televisión, radio) no existen espacios de información cultural, mucho menos programas de corte artístico”, agrega Valero.
Raymundo Zambrano, director del colectivo teatral Palosanto de Manabí, se refiere también a una barrera que existe entre la obra y el espectador, lo que genera algo de desinterés en las artes escénicas.
Zambrano reflexiona acerca de la presencia de grupos o maestros de teatro en colegios o escuela. ¿Existen? se pregunta, “¿el arte está presente en la educación formal?”. La aproximación a las artes, tal como se plantea en el país, empieza a ser sesuda recién a partir de los estudios de tercer nivel, considera.
Un poco más allá fue Bertha Díaz, coordinadora del área de proyectos escénicos del ITAE, al hablar de esa aproximación con el público en el taller “De lo sentido al sentido múltiple”, que dictó en el II Encuentro Interescénico de El Sótano, publicación sobre artes vivas en la que escribe, junto a colaboradores de toda América Latina.
Díaz sostiene que “los modelos que nos enseñan en la academia para generar lectura de espectáculos anulan la riqueza de la relación directa y singular con la obra de arte”.
Es decir, continúa Díaz, que “las críticas apelan más a un ‘logos’ y obvia la experiencia individual -sensitiva-, que es donde se genera el primer encuentro con la obra”.
Dicho lo anterior, se evidencia que uno de los puntos a tratar es también la forma en que se comprende a las artes escénicas, desde quiénes las producen, quiénes las miran, y quiénes las regulan.
A decir de Morales, “se piensa que el teatro es cuestión solo de memorizar texto y repetir. Ven el resultado, no el proceso. No saben el trabajo que implica, las horas de expresión corporal, los largos ensayos, del repetir y repetir y buscar y buscar, y crear y crear”.
Cuenta Morales que en su experiencia de maestro, “cuando pido a mis estudiantes -porque enseño en una universidad- que levanten la mano los que han ido al teatro alguna vez, si lo hacen dos de 20, ya me siento feliz. Más aún si quieren hacer un teatro serio, cuestionador”.
Si se piensa en políticas públicas para el desarrollo de las artes vivas, salta a la vista la necesidad del diálogo entre Estado y gestores, y las nociones que se tienen, ya a nivel de la población en general.
Morales piensa que desde las instancias públicas “no conocen de nuestra realidad. Quizás lo intentan... esperamos que lo intenten”.
Eso se suma a las palabras de Genoveva Mora, directora de la revista El Apuntador, especializada en teatro, que fue citada en un artículo reciente de El Telégrafo (2 de abril). Ahí hablaba de un intento de diálogo entre gestores y Estado que, para ella, ha fracasado desde 2009.
Desde el Ministerio de Cultura, según Valeria Andrade, de la Subsecretaría de Artes y Creatividades, se intenta generar ese diálogo.
Y Díaz lo ve igual: “Justamente hay gente como Valeria Andrade que está abriendo otras formas de relación con la gente del medio artístico. Es cierto, también, que el monstruo estatal aún es enorme e impenetrable, pero creo que empieza a generarse algo y que la gente que produce arte tiene que buscar cómo generar otras relaciones”.
Es decir -explica Díaz- “no es un problema solo del poder, sino de cómo nosotros, los otros, nos relacionamos con éste, le proponemos algo al poder”.
Pero estas preocupaciones también están atravesadas por cómo se comprende la producción artística también desde sus gestores.
A propósito del Día Mundial del Teatro (27 de marzo), Juan Coba, director de Teatro Arawa, decía que en el país hacía falta producir más dramaturgia. “Ecuador es un país que se busca y no se encuentra”, decía Coba en esa ocasión.
“Reconozcamos que en Ecuador la escritura dramatúrgica es escasa”, dice Valero, que opina que “lo importante es que la propuesta tenga calidad artística honesta en dramaturgia, puesta en escena, interpretaciones y que refleje una estética o poética…”.
La Universidad de las Artes aparece entonces, en el horizonte, como una posible solución -¿se puede hablar en términos de “solución” y “problema”?-, como un estímulo al desarrollo de la dramaturgia.
Morales indica que en el país a la dramaturgia se la ha ligado demasiado a la literatura.
“Cuando se ha querido trabajar sobre un tema específico, se ha pedido a los escritores de novelas, de cuentos, que escriban obras de teatro. Ellos son narradores y su escritura es narrativa, no dramática”, dice, y agrega que “ya Aristóteles hablaba sobre esta diferencia”.
En ese sentido, “no sé si se vaya o no a resolver con la Universidad de las Artes”, indica, y plantea críticas por otras instituciones universitarias: “Lo que sí sé es que es increíble que a estas alturas, por ejemplo, en la Facultad de Artes de la Universidad Central, la Escuela de Teatro no tenga en su pénsum Dramaturgia y Dirección Teatral”.
Sobre el mismo tema Díaz apunta que la existencia de una entidad o una carrera especializada en teatro no significa necesariamente que ello va a impulsar por sí sola la producción de dramaturgia propia. Según ella, hace falta también la participación de los artistas.
“No podemos creer que la universidad o alguna institución la va a resolver, la va a suplir. Son los artistas los que se hacen cargo. Ojalá que la Universidad de las Artes ponga en movimiento nuevas dinámicas y que se incuben espacios creativos…”, dice esta gestora, convencida de que no existen fórmulas establecidas para el arte.
Y aclara que, “al margen de que yo crea o descrea mucho de ello”, no se puede simplemente esperar. “Son los artistas los que deben hacerse cargo de sus necesidades”.