William Goldman murió a los 87 años en Manhattan, EE.UU.
El guionista William Goldman, célebre por escribir películas como Todos los hombres del presidente, Dos hombres y un destino —por las que obtuvo un par de Óscar— o La princesa prometida (también es autor de la novela original), falleció el jueves pasado a los 87 años en su casa de Manhattan, según confirmaron fuentes familiares a la web especializada Deadline. Está considerado como uno de los guionistas más importantes del cine estadounidense.
Nacido en Illinois el 12 de agosto de 1931, el escritor comenzó su carrera como novelista y debutó en el mundo del cine con el guión de Agentes dobles en 1965. Su primer gran éxito llegó en 1970 con el western protagonizado por Robert Redford con Paul Newman, Dos hombres y un destino. El filme dirigido por George Roy Hill le dio el primero de sus dos Óscar.
El segundo premio de la Academia de Hollywood le llegaría también con un filme protagonizado por Redford, en este caso acompañado de Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente, el filme dirigido por Alan Pakula sobre la caída del poder de Richard Nixon en la Presidencia de Estados Unidos, el famoso caso Watergate.
Goldman es responsable de los guiones de muchas otras grandes películas entre las que destacan títulos como Marathon Man, La princesa prometida, Poder absoluto, Misery o Memorias de un hombre invisible. También participó en la elaboración de los libretos de Algunos hombres buenos y Una proposición indecente. Fue el hombre que convirtió en leyendas cinematográficas a Butch Cassidy y a Sundance Kid.
El escritor de la mítica frase: “Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”, recordó el periodista español Gregorio Belinchón en un perfil publicado en diario El País. Escribió novelas (La princesa prometida y Marathon Man), obras de teatro y crítica cinematográfica.
A través de este último género, hizo de Salvar al soldado Ryan una interpretación muy recordada: engaña al espectador sobre qué personaje cuenta la historia, dijo, “y edulcora en su final la guerra”. (I)