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El Telégrafo
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Vital Alsar: “Heyerdahl cometió errores capitales”

Vital Alsar: “Heyerdahl cometió errores capitales”
19 de diciembre de 2012 - 00:00

“Nunca he visto una frontera, pero he oído que existen en las mentes de algunas personas”, dijo alguna vez Thor Heyerdahl. Y no era para menos, este biólogo marino noruego cruzó una barrera que nadie más, desde que Colón descubriera América en 1492, había sentido la necesidad de traspasar.

En 1947 Heyerdahl emprendía desde el Callao un viaje por el Océano Pacífico que lo llevaría a la Polinesia, demostrando así que era posible la tesis del origen del hombre americano proveniente de Oceanía, o un leve viceversa que defendía. Leve porque la evidencia genética habla más bien de una expansión del ser humano desde Asia en dirección al este.

El mérito de Heyerdahl radica en el tipo de embarcación que utilizó para realizar su viaje: la Kon-tiki, construida con madera de balsa obtenida en territorio ecuatoriano. Y es esa la base sobre la que se construye otra historia, la de un español, Vital Alsar, que realizó 20 años después dos recorridos con las mismas intenciones que las de Heyerdahl. Fue un viaje más extenso, más audaz, que cambiaba los lugares de partida y de destino: de Guayaquil a Australia, en balsa.

Alsar habla de los errores de Heyerdahl. Son errores que tienen que ver con precisiones históricas. “Nadie le quita el mérito de ser el pionero de estos viajes y de haberlo logrado”, dice el español, y explica enseguida que cuando llegó a Sudamérica -porque quería hacer un viaje similar- tuvo que ir hasta Ecuador para conseguir la madera de balsa necesaria para realizar aquel recorrido, que en un período de siete años se convirtieron en tres.

Alsar también cometió errores. En su primer viaje, en 1966, a bordo de La Pacífica, la misión naufragó tras 143 días, en un punto cercano a las Galápagos, donde los rescató una embarcación alemana.

Habían cortado los troncos en un período desafortunado, con luna creciente, momento en que -los mayas y su tradición astronómica lo sabían de sobra- las células que contienen la savia están abiertas por la acción de la luna, alborotadora de todos los líquidos del planeta, que tienden a salir de la tierra. Con la madera débil, la balsa fue blanco fácil del gusano teredo. “En uno de esos días se me cayó un cuchillo y se enterró hasta el mango”, dice Alsar.

Cuatro años después, en 1970, zarparon nuevamente en una embarcación llamada “La Balsa”, y en 161 días llegaron a Mooloolaba, Australia, tras recorrer una distancia que equivale a tres veces el Atlántico con las rutas de Colón. La proeza, de la que se dijo que había triunfado por una casualidad, se realizó una vez más en 1973, para callar aquellos rumores de mera suerte. Explica Alsar que en este último recorrido aprendió que se podía sobrevivir tres o cuatro semanas bebiendo tan solo un litro de agua salada, en un viaje del que salieron con apenas el 15% de los alimentos necesarios.

Pero Alsar indica otros errores de Heyerdahl, como el que utilizó una balsa a la que se le había agregado una proa de barco y con timón de escudilla -“error capital, las proas no existían en la navegación precolombina”- y que el noruego no debió volver a Perú, sino partir desde el Ecuador, pues en el país vecino no existe, desde el norte hasta el Callao, un lugar apropiado para un puerto.

Jenny Estrada, historiadora local que para el lanzamiento de su libro “La Navegación Prehispánica” contó con la presentación de Alsar, explica que sobre el viaje del español los historiadores locales defienden la tesis de que los viajes interoceánicos los realizaron los manteños-huancavilcas, y no los incas, como había afirmado Heyerdahl.

Fuera de las sentencias, que podrían envolver el relato en un halo de patriotismo que acaso no venga a cuento para un tema ancestral que trasciende a las naciones, que no a las culturas, no deja de ser una cuestión de precisión histórica, una precisión que se ahonda en el sistema de navegación de las balsas: las guaras o timones múltiples de quillas, cuya exactitud Alsar defiende sin miramientos.

“Es la forma más maravillosa de control. Dos veces hicimos el viaje desde Guayaquil a Australia, y las dos veces llegamos a la misma ciudad, a Mooloolaba”. No es del todo cierto. Terminaron en Ballina, pero por una eventualidad climática: durante horas no hubo viento que soplara las velas cuadras de las embarcaciones con que llegaban a Australia, que eran tres porque en ese viaje se habían propuesto probar las tesis de la migración interoceánica masiva.

Este navegante enfatiza que en ese último viaje, talvez el más precario por la cantidad de personas -doce- que participaban, no se dijo en ningún momento nada que irrespetara la esencia humana. Era el inicio de los viajes que más tarde emprendería, recreando sucesos históricos como la cruzada del Amazonas por Francisco de Orellana, o el acto simbólico de pagar a Rodrigo de Triana el oro que Colón ofreció al primero que avistara la tierra. Siempre los viajes llevaron una pintura de Dalí, siempre levaban una bandera blanca, de la paz, a la que tiene derecho el mundo, dice, porque “el que quiere una guerra es un estúpido. ¡Es que es de locos!”

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