La virgen de El Panecillo y ese anhelo de volver hegemónica la fe de los quiteños
La virgen del Panecillo es una escultura compuesta de siete mil piezas diferentes que descansa sobre un edificio base de cuatro niveles, construido en hormigón y revestido de piedra volcánica.
La figura, demostración de dominio, es un mensaje sobre quién detentaba el poder en una sociedad que pretendiendo ser moderna estaba fuertemente marcada por el racismo. Algo así había sucedido con las capillas mandadas a construir en cuantas edificaciones musulmanas hubiera en Granada por encargo de los reyes católicos cuando los moros fueron expulsados. Los mismos reyes que dieron inicio a la conquista del Nuevo Mundo.
Fue situada de espaldas al sur de Quito porque probablemente quienes idearon la obra no contemplaban esa zona como parte del radar urbanístico, sin embargo el hecho de que fuera enclavada en una colina de El Panecillo, en donde los antiguos aborígenes hicieron rituales, da cuenta de la disputa por el espacio y el anhelo de volver hegemónica la fe de los quiteños.
A pesar de que la idea de coronar la colina con un monumento "divisable desde toda la ciudad" se había planteado desde 1950, fue recién en 1969 que los planes se concretaron.
Diseñada por el artista español Agustín de la Herrán Matorras, en 1973, es una réplica de la escultura del quiteño Bernardo de Legarda, la misma que reposa en el altar mayor de la iglesia de San Francisco.
La virgen de El Panecillo es entonces la imagen inaugural de lo que sería la búsqueda de la afirmación que dominó y en parte sigue dominando la concepción sobre Quito: la idea de que es una ciudad colonial e hispanista, en detrimento de ese otro mundo del que también es parte: el indígena, popular.
Eduardo Kingman Garcés, historiador, cuenta que la disputa por ese espacio se evidencia (el de la colina de El Panecillo) cuando el gremio de los albañiles, alrededor de los años 50, acudió al alcalde de ese entonces, Jacinto Jijón y Caamaño, para pedirle que colocaran allí la estatua de Atahualpa, sin embargo la propuesta no tuvo asidero.
"Nicolás Pichucho (+), dirigente de la Asociación de Albañiles de Quito, hijo de indígenas y personaje urbano, se preguntaba en el vértice de su juventud: 'Si Quito es una ciudad incluyente, ¿por qué los que hemos construido la ciudad no tenemos derecho a opinar sobre ella?'", relata el historiador Kingman, quien conoció a Pichucho (+) hace unos diez años.
En esa disputa retórica por el reconocimiento, asevera el historiador, era importante la figura de Atahualpa para los albañiles porque para ellos El Panecillo era un lugar significativo, una suerte de huaca.
Fue ese anhelo el que motivó un pedido que hicieran Pichucho y su gremio a los picapedreros de El Tejar (cantera antigua, más allá de la calle Rocafuerte, cerca del antiguo penal): la construcción de una caja de piedra con un manifiesto del gremio.
"En ese momento de disputa respecto a la significación, al sentido de la ciudad, sale airoso el hispanismo, como ha mostrado Guillermo Bustos. Aquellos que hacían del hispanismo el modelo de ciudad que querían, acuden a la Virgen de Legarda para tratar de realizar una representación y contratan a un artista español para que permee la identidad del arte español en la ciudad de Quito".
Además de su nombre popular de Virgen de El Panecillo, al monumento también se lo conoce como Virgen de Quito o Virgen del Apocalipsis. Este nombre surge del parecido que tiene con la representación de la mujer que aparece en el libro final de la biblia católica, de ahí que en la base del monumento haya una placa que reza: "La Mujer del Apocalipsis (Cap 12)".
Para Gabriela Montalvo, máster y analista cultural, los monumentos son siempre un símbolo de disputa: "una disputa por la imagen, una disputa por ese territorio, una disputa por un lugar y un símbolo".
El Panecillo para ella es un sitio con raigambre precolombino, incluso preincaico que tenía importancia ritual, importancia simbólica para la cultura prehispánica, entonces sucedió como sucede con otros lugares y otras plazas: colocaron el monumento, la iglesia o la edificación para decir quién estaba en el poder.
"Se intentó que fuera una réplica de la virgen de Quito de Legarda, que es una escultura que me parece muy bonita y además tiene mucho valor histórico, pero en mi muy personalísimo criterio estético quedó horrorosa, me parece que no le hace justicia a la Virgen de Legarda".
Para Daniela Mora, activista quiteña, pensar en El Panecillo es pensar Quito, mas no en un elemento de identidad de las y los quiteños.
"A pesar de su historia, que arquitectónicamente es una pieza magnífica y que turísticamente se la vende como uno de los lugares que se debe visitar en la capital, El Panecillo, en conjunto, no ha logrado convertirse en un elemento con la relevancia de otros monumentos en el mundo, como la Torre Eiffel, el Cristo Redentor, el Obelisco en Buenos Aires, El Ángel de la Independencia en México. Quizá nos hemos acostumbrado a la imagen de postal, lejana, casi etérea para evitar mirar los problemas que se manifiestan de forma vívida a sus pies. La falta de apropiación del símbolo, más allá de nuestras creencias personales, es mandatorio si queremos construir una identidad como quiteñas/os".
Kingman señala que la virgen de El Panecillo "está ubicada en un área que aún ahora sigue siendo de disputa porque la parte patrimonializada del Centro Histórico termina en la calle Rocafuerte, la misma que hace de umbral o de frontera con respecto a la zona que ya ha sido incorporada a la patrimonialización, la especulación inmobiliaria y el turismo, donde se va fabricando la idea de la ciudad histórica, la que tiene valor, pero que deja de lado la inmensa parte del Centro Histórico que no está patrimonializada, que es todavía un mundo popular, un mundo que solo es retratado como peligroso".
Gabriela agrega que la disputa siempre es válida alrededor de esos monumentos, que siempre va a volver a surgir y se va a reeditar cada vez que sea necesario y cada vez que haya un conflicto político, una tensión política, una tensión social, una tensión cultural.
"Lo importante está en que discutamos qué significa, a quién le habla esa escultura, qué le dice. Los monumentos siempre están para marcar poder, poder conquistador, poder libertador, poder decir a quién le estás dando visibilidad, qué significa esa monumentalidad, esa espectacularidad".
Gabriela también sostiene que hay otros lugares que tienen mayor significado, mayor peso.
"Hay gente muy apegada a este tipo de iconografía y a estas cosas que les parece dan una identidad a la ciudad, a mí no, pero considero que ya es parte del paisaje. En todo caso, ya está ahí y siempre quitar algo que es parte del paisaje, del uso, de la memoria, es difícil".
A juicio de Daniela Mora, la relevancia de los símbolos y los espacios genera la necesidad de atención y cuidado por parte de autoridades y ciudadanía en general, pues no basta con bellas fotos de atardeceres enmarcando la silueta de la mujer que ha inspirado canciones y películas de crítica social.
"La pregunta no es qué significa para la ciudad, sino por qué permitimos que una pieza de tan magnífica envergadura, que se eleva sobre un espacio de alta relevancia histórica y simbolismo, no pase de la mirada irrelevante de la cotidianidad", asevera Daniela.
Kingman pone el acento en esa división que existe entre el norte y el sur que, haciendo un paralelismo con otras latitudes, son tan comunes.
"Hay ese juego de esa imagen hispanista en una zona que es profundamente conflictiva como la de El Panecillo (los ciudadanos subimos con recelo) y esa zona que cubre la Rocafuerte, la Ambato, la Aguarico, espacios estigmatizados como peligrosos, que son al mismo tiempo espacios de deseo. Para Kingman la política de patrimonializar Quito se ha desarrollado a partir de hitos o avanzadas de conquista, generando constantes desplazamientos de poblaciones".
También aborda el tema de la peatonización porque está ligada a ese divorcio entre las zonas patrimonializadas y las que todavía no están.
"El proceso de peatonización iniciado un poco antes de la pandemia iba a la conquista de nuevas calles, como la Rocafuerte para arriba hacia esa zona. Entonces me parece que ahí hay un trabajo por hacer para entender cuál es el lugar que ocuparía la virgen en esta construcción de imaginarios".
Dice además que es respetuoso de la religiosidad y que sabe de la rica religiosidad popular, pero que habría que investigar un poco qué lugar ocupa ahora la virgen de El Panecillo dentro de la religiosidad porque se trata de una virgen importada: ¿es objeto de adoración o solo objeto ornamental?
"Más allá hay otra virgen, la de El Cinto, que en cambio es una huaca verdadera. Las huacas eran los montes sagrados, las lagunas y esa era una huaca que controlaba las erupciones del volcán Pichincha. Esto quiere decir que tiene un significado mucho más fuerte y todavía hay peregrinajes que están muy arraigados en el mundo popular. Yo creería que también hay una variedad de hitos religiosos significativos como San Francisco, San Roque, San Sebastián en los alrededores de El Panecillo que tienen una raigambre muy antigua, como huacas y después también como templos católicos", concluye.
La Virgen de El Panecillo sale hogaño a la palestra (enero de 2021) a propósito de la propuesta que hiciera el candidato a la presidencia Guillermo Lasso de encontrar la tecnología necesaria para hacer que la icónica estatua no solo mire hacia al norte de la capital, sino también hacia el sur.
Gabriela Montalvo considera que no es un hecho anecdótico el que la virgen de El Panecillo sea ahora parte del discurso porque esta reedición de los valores conservadores está a la vista, además pondera el hecho de que no toda la población quiteña es conservadora, religiosa o devota de la virgen, "es decir los monumentos tienen un significado distinto para quien los mira en distintos momentos históricos. Y el hecho de que la virgen mire hacia el norte siempre ha causado un conflicto con el sur".
La diversidad popular es una mezcla de tradiciones antiguas, hispanas y no hispanas, pero en el caso de la virgen de El Panecillo se percibe, al menos en Quito, con una significación puramente ornamental e incluso como una metáfora de las insalvables diferencias entre norte y sur y lo que eso conlleva: la lucha de clases.