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El acto fue en la sesión solemne de la institución

Velasco: “No tengo espíritu de migrante”

La medalla Carlos Zevallos se instauró en 2009, para reconocer la labor de los miembros de la institución. Miguel Castro / El Telégrafo
La medalla Carlos Zevallos se instauró en 2009, para reconocer la labor de los miembros de la institución. Miguel Castro / El Telégrafo
25 de septiembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Jorge Velasco Mackenzie ha dicho que no tiene alma de migrante. Ha estado en Roma, en París... pero no puede quedarse. No puede dejar de vivir en Guayaquil, la ciudad de Río de sombras, donde “la luz aproxima a las lejanías”, como dice uno de sus personajes en El rincón de los justos. Este jueves, en la sesión solemne por los 70 años del nacimiento de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas, Velasco Mackenzie fue condecorado junto a Jorge Suárez y Rosa Pogo. Con ellos se ha transformado la institución durante las últimas décadas.

Velasco Mackenzie empezó a frecuentar la Casa de la Cultura cuando quienes empezaban a trabajar en su escritura se reunían en el café Montreal, en Pedro Moncayo y Víctor Manuel Rendón, detrás de la institución. “Muchos escritores se profesionalizaron, algunos abandonaron las letras. Otros se fueron del país. Yo me he ido muchas veces del país, pero no me acostumbro y siempre regreso, porque extraño esta Casa. Es la única ciudad del mundo donde puedo vivir. No tengo espíritu de migrante”, dijo después de recibir la condecoración Carlos Zevallos Menéndez.

Desde allí divisaba el parque Centenario, que ahora está cerrado, como el café. Velasco, uno de los escritores más prolijos de la marginalidad guayaquileña, admite que es una de las cosas que no le gusta de esta zona, donde está su segunda casa, según ha dicho. “No me gusta que hayan cerrado el parque, eso para mí afectó mucho el ornato. Creo que es uno de los pocos parques en el mundo que es cerrado; el parque Centenario enrejado”.

Aun así, en su entorno se mantiene la dinámica de vendedores, retratistas y profetas. En el parque que le hace frente a la Casa de la Cultura se desarrolla la novela que ahora escribe. El personaje es parte real de la cotidianidad de la plaza con rejas. Se trata de Floro, el ciego que viene a cantar pasillos con su hijo al hombro.

“A mi dios, o quienquiera que sea, mis padres, me dieron el don de la palabra escrita, pero me negaron el don de la palabra hablada, pero por ahí dicen que no soy tan mal escritor. A eso es a lo que me he dedicado durante 40 años. Agradezco a la Casa de la Cultura que es para mí mi segunda casa. Agradezco a mis lectores que durante todo este tiempo han estado leyendo. A la hora del agradecimiento les agradezco a todos, hasta a los conserjes”, dijo el autor en su discurso.

Velasco Mackenzie sigue viviendo en Guayaquil, donde están las historias sobre la marginalidad, donde las recrea desde la invención.

En cambio, cuando el crítico de cine Jorge Suárez inició sus labores en la cinemateca de la institución que lo premió con la misma distinción, le ofrecieron dirigir los cine-foros. Él pidió la cinemateca porque tenía más nombre y tras ella ha pasado diez años con un público frecuente, fanático de los clásicos del cine.

Rosa Pogo, en su discurso, pidió que la recuerden como la señorita Rosita, como la llaman los niños a quienes enseña a leer creyendo en que la “transformación de la sociedad es posible a través de cada una de las personas”. (I)

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