Variedad de rostros se esconden tras las teclas de marfil y ébano
En el auditorio del Banco Central de Guayaquil reposa un piano de cola que, por varios inconvenientes burocráticos, no ha podido trasladarse, aunque los bienes culturales de dicha entidad pasaron ya a la administración del Ministerio de Cultura.
Se vuelve, incluso, más sencillo comprar uno nuevo para las salas del MAAC Cine o del Teatro Centro Cívico Eloy Alfaro, que lo necesitan. Por su parte, el Centro de Arte posee dos, y el Teatro Sánchez Aguilar ya adquirió el suyo; todos de primer nivel.
Los concertistas de piano graduados en los diferentes conservatorios de Guayaquil, especialmente en el Nacional Antonio Neumane y el Superior de Música Rimsky Korsakov, aún deben luchar para presentarse con regularidad, pues a la dificultad de mover y adquirir los instrumentos, se suma el hecho de que la música instrumental o clásica no goza aún de aceptación popular.
Juan Castro, miembro del directorio de la Casa de la Música y colaborador de la Sociedad Fondo Jóvenes Talentos, señala que el pianista es apreciado, pero el problema es que el país no es lugar para tener una carrera de concertista; por eso Mangfred Mora, por ejemplo, discípulo de la cátedra del recientemente fallecido maestro Reinaldo Cañizares, estudia para ser pianista acompañante en la Escuela Superior de Música de Múnich. Indica que muchos quieren brillar como solistas, pero en Ecuador no se puede vivir como concertista, solo que se tenga contratos internacionales constantes, lo que es lejano a la realidad local.
Agrega Castro que Cañizares era el mejor preparador de pianistas para recitales o conciertos, por lo que no existe persona en el país que ocupe su cargo, como maestro de piano que becaba a sus estudiantes y rector del Conservatorio Superior de Música Rimsky Korsakov. Muchos instrumentistas jóvenes y algunos profesionales son aún incapaces de autoprepararse para tocar frente al público y están limitados, “no estaría garantizada la excelsitud de sus presentaciones”.
El discípulo de Cañizares
Juan Carlos Escudero, actual director administrativo del Teatro Centro Cívico, graduado de la cátedra de piano y música de cámara del Conservatorio Superior de Música Rimsky Korsakov, y reconocido por la Asociación de Cronistas de Espectáculos (ACE) de Nueva York, comenta que el piano es una actividad artística que requiere de mucha práctica y que si se lo deja por un día, uno lo siente, pero si se lo hace por varios días, el público lo siente, como decía Arthur Rubinstein.
Cumple con el horario de director administrativo para la sede de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil y trata de no hacer menos de 3 ó 4 horas al día para poder mantenerse en forma. Además, es abogado y lo fue de la Sinfónica local, aunque estudió piano desde que a los 8 años entró al Rimsky Korsakov de la mano de su padre, y el maestro Cañizares le abrió las puertas.
Concluyó la carrera de Jurisprudencia en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil en 2007 -no fue su primera opción- y desde entonces descubrió el nicho aparentemente descuidado del perfil musical y las exigencias y necesidades que tiene el artista en el ámbito legal. Las presentaciones como pianista no han dejado de aparecer y el premio de la crítica neoyorquina, para Escudero, engloba una experiencia gratificante porque el sacrificio del músico es muy grande.
Su profesor, Reinaldo Cañizares, quien lo preparó para el concierto de 2009 que premió la ACE, fue siempre claro al decirle que para llegar no solo bastaba el talento, sino que la práctica diaria había que asumirla con una disciplina militar y una vocación prácticamente religiosa.
El joven concertista define el piano como un monstruo por dominar y una extensión del intérprete, pues al tratarse de un instrumento visualmente enorme, completo, puede intimidar. Y se dice que es completo porque las cuerdas y los martillos hacen que la gama de posibilidades y la paleta de sonidos sea amplia, casi infinita.
Para Escudero es un reto combinar sus notas y desde los parámetros técnicos construir, dar vida, aunque se toquen obras de otra persona. Afirma que un instrumentista es 99% sacrificio y, como en toda actividad humana, serlo involucra responsabilidad; ser pianista es ser artista, un poeta del instrumento.
Alista repertorios como solista y para tocar junto con orquestas, porque en mayo se plantea dar un recital en La Habana interpretando el “Concierto para piano y orquesta nº 1” de Dmitri Shostakovich, con un ensamble de los jefes de fila de la Sinfónica Nacional de Cuba, bajo la dirección de Enrique Pérez Mesa; luego, atender una invitación del Conservatorio Sergei Prokofiev de Viña del Mar, un recital en EE.UU., cuya fecha está por definirse y acompañar a una orquesta neoyorquina a fines de este año.
Mientras tanto, propone que Guayaquil y su orquesta sinfónica, como una de las entidades musicales más representativas localmente, se merecen su gran piano de concierto.
El ritmo de Le Tangó
Fernando Pérez es el amigo de barrio de Eloy Velásquez y su socio musical, desde que crearon un grupo para la Alianza Francesa de Guayaquil y luego se transformaron en lo que hoy nuevamente es el dueto Le Tangó.
Él solo estudió hasta cuarto año de piano en el Rimsky Korsakov, desde sus 20 años, cuando ya seguía la carrera de ingeniería en informática en la Espol. Empezó tocando en el pequeño piano de su hermana, sacando canciones al oído. Tuvo cuatro maestros, desde 2000: el pianista titular de la Sinfónica de Guayaquil John Hernández; dos profesoras rusas y al final la armenia Katrin Kazaryan. Posteriormente, cuando subieron los costos, se enfocó en su carrera y en el trabajo.
Ha renunciado a múltiples empleos por diversas razones, y entre ellas nunca ha faltado seguir practicando su música, esa vocación latente que no puede postergarse por mucho tiempo. Las necesidades económicas, desde luego, lo obligan a volver a un trabajo formal. Ahora sale de la oficina en Samborondón, llega a su casa alrededor de las 18:30 ó 19:00 a practicar piano, ya que Le Tangó alista un concierto para el 30 de marzo.
Recuerda las cátedras individuales de media hora, dos veces a la semana, en el conservatorio, en las que se trabajaba sobre determinados temas, desde lo más básico hasta la parte dinámica, en base a correcciones de sus profesores, lo que significaba que toda la práctica se hacía en casa -siete horas al menos-.
Pérez, en las diferentes etapas de Le Tangó -que ha funcionado como dúo, trío, cuarteto y quinteto con guitarra, violín, contrabajo-, ha sido el encargado de hacer los arreglos y hasta julio de 2011 pudo ayudarse con los conocimientos y la experiencia del entonces guitarrista del elenco, Carlos Hernández.
Su primer maestro le pidió dedicarse a la música, pero él era cohibido y le costaba creer que tenía talento; solo tocaba el piano porque le gustaba, pero ya tenía el sueño de estar sobre un escenario. Con Velásquez tocaban de todo, hasta que les pidieron tango y poco a poco ponían cada vez más temas de ese estilo en el repertorio, por lo que el fuerte de Pérez es hacer las melodías, los bajos, el ritmo para que Le Tangó suene más lleno; las partes solistas –el piano es muy fuerte en este rol- melódicas y las partes armónicas para los temas que tocan, escribir las partituras y hacer el ensamblaje para la puesta en escena –lo que puede tomar unas dos semanas si alguien se dedica exclusivamente a ello, porque se registra la interpretación que suena mejor-.
Con Le Tangó participaron de la octava Cumbre Mundial del Tango en Bariloche (Argentina), en 2009, lo que les valió la invitación a la novena en Seinäjoki (Finlandia), en 2011, pero el evento era en junio, la invitación formal llegó en abril y al solicitar apoyo del Ministerio de Cultura quedaron fuera de tiempo y no lograron viajar.
Fernando Pérez, a sus 32 años, prefiere el piano acústico porque por más bueno que sea el teclado o piano de escenario no alcanza el mismo sonido. Considera que el pianista profesional tiene que acomodarse con el piano que esté en el tablado y continuar su aprendizaje viendo videos de los grandes maestros -como Arrau-, escuchando las interpretaciones famosas de piezas del repertorio mundial.
Sin considerarse un virtuoso, sabe que la comodidad al tocar es lo principal para que la parte emotiva fluya; además, cree, por alguna razón, que los gestos de la cara deben evitarse en lo posible.
El receptor de la llave divina
Aunque no conoció al maestro Reinaldo Cañizares, como artista -pintor, escultor, restaurador, poeta, declamador, cantante lírico y pianista- le duele su pérdida y desde ya Tito Quinto Cerda Llona, todo un personaje guayaquileño, retratado por Jorge Velarde y habitúe de los cine foros del MAAC, bisnieto del médico y poeta Numa Pompilio Llona, se imagina “una ciudad del artista”, donde el apoyo no faltara y el público tuviera opciones y predisposición.
Por más de 60 años ha entregado su arte al Ecuador: esculturas y pinturas en el Teatro Municipal de la Ópera de Chile, luego de sus estudios con el escultor judío-alemán Tótila Albert y grandes maestros de la pintura, que le permitieron por 10 de sus 20 años en Chile restaurar los retratos de los presidentes de esa nación.
Dice, con su tono entrañable y, para algunos, delirante, que vivía en un palacio, lo que causó encontrones tanto con los izquierdistas de Allende como con los militares de Pinochet.
Gracias a sus amigos Luis Briones, Juan Castro y Bernard Fougeres mantiene su ardua actividad artística y vive en un departamento con su hermana, cuya enfermedad causó su regreso. Dejó Chile, donde tuvo su piano Steinway de cola entera, heredado de una tía, que tocó bajo la enseñanza de los maestros Ramón Caamaño, Claudio Arrau y Federico Longás (recuerda que Rubinstein tocó su mano y le dijo que tenía futuro, además conoció a Roberto Bravo, el mejor concertista de Wagner)”.
Vino a Ecuador, donde, dice con certeza, se siente libre, pues recibió la llave divina de un ángel, que nutre su vocación musical (algunas personas que lo han visto tocar y cantar ópera dicen que hay que interrumpirlo; sino no para).
Indica no tener nada que ver con los concertistas a los que respeta mucho, pero está trabajando, solitariamente, en su técnica. Combinó a los grandes compositores con los melódicos y creó la Sinfonía Americana y la Sinfonía Ecuatoriana.
Su humildad y su dirección al arte no impidieron que se graduara de odontólogo, mecánico y laboratorista y aunque lo han premiado, creyendo que es chileno, sus más de cuarenta condecoraciones, entre estas las alusivas a los 60 años de Pablo Neruda, Gabriela Mistral y su representación de Rubén Darío en Chile, las dedica a Ecuador.
Actualmente, desarrolla una obra literaria titulada Sensibilidad Humana -1.600 poemas, entre uno a la bandera de Guayaquil y el titulado “Tengo sed”-. Recuerda que, para el público chileno, transformó en himno sus varias versiones del tema mexicano “Ojos tapatíos”, que primero rehizo como Ojos chilenos. Sus conciertos tienen sus propios arreglos y duran entre hora y media y dos horas. Es común verlo por el Malecón, donde, con su amabilidad característica, aborda a cualquier curioso dispuesto a escuchar cómo entra en trance cuando se sienta al piano; ese animal que, aunque “difícil de domar”, tiene en Guayaquil a varios que le hacen frente.