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El Telégrafo
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Uýra Sodoma, drag queen comprometida con la selva amazónica

Nació en una pequeña comunidad de menos de 40.000 habitantes en el interior de Santarém, al norte de Brasil. A los seis años se mudó a Manaos.
Nació en una pequeña comunidad de menos de 40.000 habitantes en el interior de Santarém, al norte de Brasil. A los seis años se mudó a Manaos.
Foto: AFP
29 de julio de 2018 - 00:00 - Redacción AFP

Descendiente de indígenas, Emerson Munduruku nació en la Amazonía brasileña. Los lazos que lo conectan con la selva son tantos y tan intrincados que en su momento de mayor transformación este biólogo creó a Uýra Sodoma, su álter ego drag queen, para enseñar sobre conservación.

Con faldas hasta los tobillos, casi siempre con el torso desnudo, pintada de amarillo, verde o rojo y coronada por un tocado de hojas o flores, Uýra nutre su propuesta estética de semillas, ramas y otros materiales naturales que recolecta poco antes de su metamorfosis, un proceso que demora unas dos horas.

Luciendo casi como una extensión de la tierra o como un bicho camuflado en la selva, participa en proyectos educacionales, enseñando a jóvenes de comunidades amazónicas a conectarse con la naturaleza y a protegerla.

“En una época de cambios me pregunté cómo quería trabajar con conservación ambiental. Lo hacía desde la perspectiva científica, pero percibí que también era importante la perspectiva social. Hasta ese momento Uýra no tenía cara ni nombre”, contó Emerson, de 27 años.

Uýra nació en la capital de la Amazonía como respuesta a la violencia física, a cuestionamientos personales y a la convulsión nacional de un país que en 2016 se debatía con una crisis política que desembocó en la destitución por el Congreso de la presidenta de izquierda Dilma Rousseff, acusada de maquillar las cuentas públicas.

“Brasil estaba viviendo un golpe, había expresiones artísticas de protesta en todo Manaos y yo me preguntaba cómo agregar otras perspectivas a mi trabajo. Era decisivo que Uýra existiese”, explicó Emerson, con un tono de voz suave y risa constante.

Hasta entonces, este descendiente del pueblo indígena Munduruku estudiaba anfibios y reptiles, casi siempre en espacios científicos. “Pasé seis años de mi vida trabajando con sapos y lagartos (...) y un día me golpean saliendo de un bar por llevar labial y delineador en los ojos. Allí sentí en la piel la violencia, entendí que existía. Comencé a acercarme a mujeres, a travestis, a entender más sobre racismo, sobre lgbt-fobia”. (I)

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