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Ecuador, 24 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Una ventana al mundo mágico religioso del país

Un guerrero indio que haya matado a su enemigo lo decapita, pero no puede conservar su cabeza porque ésta todavía mantiene el rostro de la ira y aún guarda el odio. Por eso la enterró muy lejos de su morada y a cambio conservó una réplica de su cara como trofeo de  aquella batalla y por prestigio. Esta figura conserva todavía la expresión de la derrota y sirve de amuleto para el guerrero en los siguientes enfrentamientos.

Esa pieza y otras 350 más pertenecen a la colección del Museo del Alabado y  se exponen bajo el concepto de  amuletos, cuyo contenido simbólico conecta al pasado.

El director del Museo, Christian Mesía, comenta que han querido sacar provecho a lo mínimo y no a lo monumental de las exposiciones, apelando a la capacidad de observación de la gente que verá en estas pequeñas piezas la conexión con la guerra, con lo religioso, con la fertilidad o, simplemente, símbolos de identificación de entre la masa. “Los amuletos nos protegen, nos dan fuerza ante momentos difíciles o cargados de tensión, igual como ahora la religión y sus objetos, como  cuando alguien agarra una  cruz fuertemente”, afirma Mesía.

Esta exhibición con piezas de más de 5 mil años de historia ecuatoriana se relacionan con lo que el ser humano hizo a diario. En la actualidad las estampitas, escapularios, collares o, incluso, lo que tienen los chicos como piercings o aretes en sus rostros, son vistos como amuletos a los que los humanos se aferran  para protegerse. En cuanto a la construcción de las piezas, Mesía destaca “ese horror al vacío si lo comparáramos al barroco, y que en nuestra cultura se hizo presente desde lo precolombino”. Piezas esenciales como la fertilidad, sea agrícola, pesquera o  la reproducción, se relacionan con la incomprensión del hombre frente al mundo y sus fenómenos. Piezas de mujeres embarazadas representaban la  fertilidad y su anhelo de que no desaparezca. El  desconocimiento sobre la vida después de la muerte hizo que el hombre primitivo creara pequeños objetos de los cuales se agarraría para no desmoronarse  y sentir valor antes de partir.

Los amuletos que van desde un centímetro hasta quince, están hechos en piedra, arcilla, spondylus u oro, y  formaron parte de la magia religiosa creada para transitar. “El miedo a lo desconocido es el vínculo entre el pasado y el presente;  aferrarse a algo, creer en algo más que sale de este mundo, creer en  lo extraterrenal”, afirma el director.

El curador de la muestra, el coleccionista y miembro del Museo del Alabado, Iván Cruz, asegura que los amuletos son elementos que te identifican, igual que un tatuaje  traería  buena fortuna o evitará las malas energías o  envidia. En cuestión a los amuletos, Cruz, que coleccionó estas piezas durante años, las llevaba por mucho tiempo  en su bolsillo de la misma manera que los antepasados. “En estas piezas está lo monumental del pequeño formato”, afirma,  y destaca la ternura de  una figura de apenas diez centímetros donde una nutria sostiene a su cría entre sus brazos, o una serpiente recreando su movimiento. El jaguar, cuya forma fue muy utilizada en las culturas precolombinas, simbolizaba el poder, y su rostro con dientes grandes y puntiagudos se lo podía llevar como collar, o en algún lugar del vestuario.  La metamorfosis del hombre y animal se muestran en varias piezas que no tienen un orden por culturas, sino por conceptos.

“Estamos hablando de épocas históricas que no pueden ser vistas por regiones, sino por uso o conocimiento”, relata Cruz. La muestra, que inicia desde hoy,  permanecerá abierta durante varios meses y  complementa a las ya existentes del Museo, ubicado junto a la Plaza de San Franciso. Esta organización tiene una colección de 5 mil piezas, de las cuales se exhiben   permanentemente alrededor de 850 objetos.

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