LA rENOVACIÓN DEL museo lA CASA DEL ALABADO TOMÓ MÁS DE DIEZ AÑOS Y CONSERVÓ SU ESTRUCTURA ORIGINAL
Una casa del siglo XVII alberga ‘joyas’ precolombinas (GALERÍA)
El viaje en el tiempo empieza cuando el visitante cruza el arco de entrada de la Casa del Alabado, en la calle Cuenca, a un costado de la Plaza de San Francisco. “Alabado sea el santísimo sacramento”, reza una frase pintada en el dintel. De allí que así se la conozca a la antiquísima mansión, originaria de 1671 y cuya restauración al estado actual tomó una década.
El museo de arte precolombino Casa del Alabado abrió sus puertas en 2010. Sus visitantes tienen la oportunidad de conocer de cerca a las civilizaciones originarias de Ecuador -desde Valdivia hasta Chorrera, pasando por Carchipasto, La Tolita, Manteño Huancavilca, entre otras- a través de las 500 piezas expuestas a lo largo y ancho de la casa de 2 pisos, en salas equipadas con pantallas LED que el público puede utilizar para obtener más información sobre lo que observa.
Las impresionantes obras -una colección de Venus de Valdivia, una impresionante corona repujada en oro de la cultura Jama-Coaque, un collar de enormes cuarzos perteneciente a La Tolita- provienen de las colecciones privadas de 2 familias ecuatorianas, amantes del arte prehispánico. Todas las piezas fueron adquiridas siguiendo los parámetros planteados por la Unesco acerca de bienes patrimoniales.
En el año 2000, estas 2 familias decidieron abrir el museo para que estas joyas patrimoniales sean apreciadas por la comunidad local y los visitantes extranjeros, pero destacando el concepto de arte precolombino y priorizando ese aspecto de la colección, frente a las facetas antropológicas o arqueológicas.
La decisión se tomó “para darle un valor distinto a los objetos que están aquí y para reconocer a los pueblos originarios del Ecuador la capacidad de generar arte. Tradicionalmente, esa capacidad es uno de los diferenciadores de una sociedad civilizada frente a una primitiva. Nuestras sociedades antiguas pueden no haber sido los aztecas, los mayas o los incas, pero definitivamente eran sofisticadas para el momento en que habitaron y estos objetos lo reflejan”, asegura Jorge Gómez Tejada, historiador de arte y director de la Casa del Alabado.
Para Gómez Tejada, que trabaja con un equipo de historiadores de arte, expertos y arqueólogos en la conservación del museo, las piezas “reflejan convicciones artísticas, estilos predominantes, un entendimiento racional de los materiales y cómo utilizarlos y una iconografía constante. Evidencian todo aquello que relacionamos con arte”, sostiene, y apunta que si bien este concepto de arte prehispánico se maneja en otros museos del mundo, es una novedad para el continente.
La museografía del lugar hace hincapié en la estética, la iluminación y la interactividad con el usuario. La cosmovisión de los pueblos originarios, que dividían el universo en inframundo (lugar gélido y subterráneo que habitan los ancestros), el mundo terrenal, habitado por los hombres, y uno superior, reservado para los poderes creadores, se refleja en la disposición de las piezas.
Así, el recorrido empieza en una sala fría, de luz tenue y paredes de barro, que contiene urnas funerarias que eran utilizadas para guardar los huesos de los ancestros. Muchas de estas son de barro y están decoradas con motivos laberínticos.
Los laberintos representan una concepción antigua sobre la energía, que está en renovación constante. No termina con la muerte sino que fluye y se mueve en el mundo terrenal. Aquí se puede observar la técnica de pintura a tierra, utilizada en la construcción original de la casa y replicada en su restauración.
Unas escaleras conducen al visitante al piso superior, donde la primera sala está dedicada al mundo de los materiales.
Esta sección del museo realza el trabajo artesanal de los pueblos originarios. Con sus manos trabajaban en barro, piedra, metal, madera, fibra vegetal y concha hasta transformarlos en objetos preciosos.
Desde accesorios que colocaban en sus narices hasta herramientas para la caza o la vida diaria, todos se exhiben en grandes vitrinas, poniendo en evidencia las coincidencias y diferencias entre cada una de las culturas. “Las piezas se colocan sin vínculos cronológicos, genealógicos o culturales porque la idea es que el visitante genere conexiones estéticas a partir de lo que ve”, explica Gómez Tejada.
Así, una de las salas es dedicada exclusivamente al mundo espiritual del chamán. Estos seres, depositarios de los conocimientos ancestrales de sus pueblos, se encargan de llevar a cabo los rituales espirituales de cada cultura y son una conexión entre el mundo terrenal y el mundo de los ancestros.
Los chamanes están presentes en todas las civilizaciones antiguas retratadas en el museo del Alabado. Aunque cada una manejaba sus propias y particulares representaciones del hechicero con poderes mágicos y curativos, todas lo consideran una figura importante a la que valía la pena inmortalizar a través de figuras representativas.
En muchas de estas hay una interpretación zoomorfa del chamán. Los animales eran considerados protectores y ayudantes de los hechiceros, quienes, se creía, tenían poderes supranaturales y eran capaces de comunicarse con espíritus y ancestros a través de varios rituales.
Otro espacio está dirigido a una concepción propia de las civilizaciones antiguas: los mundos paralelos. Supramundo, inframundo y el mundo terrenal son representados en distintas figuras. Tienen una concepción dual del cosmos: fuerzas opuestas que -como la noche y el día, lo femenino y lo masculino, el sol y la luna, la vida y la muerte- se complementan y equilibran.
La cuatripartición, en cambio, surge cuando esas 2 mitades se dividen y dan lugar a los 4 puntos cardinales y el concepto de geografía sagrada de las civilizaciones antiguas. Estos conceptos están representados a través de figuras de 2 cabezas o patrones que dividen a las figuras en 4 partes iguales.
Cuando el recorrido está por terminar, el visitante llega a una sala rodeada de vidrio, que muestra un impresionante jardín vertical. El balance entre el montaje de las figuras y la naturaleza que lo rodea es totalmente armónico.
El museo busca ir más allá de ser una vitrina para esta valiosísima colección a través de un convenio con la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) que apunta a profundizar la labor de este con una orientación investigativa y académica.
Desde 2012, ambas instituciones instauraron un equipo de trabajo que se dedica a realizar investigaciones a partir de las piezas expuestas. Además, tiene un importante eje educativo: Recibe al menos una visita de una escuela, colegio o universidad a la semana y los alumnos de historia del arte precolombino de la USFQ deben curar una exposición con piezas del museo, como parte de su currículum académico.
Carina Moreno, coordinadora de Educación en el museo, ha ideado visitas especialmente de personas no videntes que se basan en el sentido del tacto para explorar los diferentes materiales con los que trabajaban los pueblos originarios, como el barro y el metal.
El museo Casa del Alabado es uno de los pocos en la ciudad que trabaja en su totalidad con financiamiento privado, lo cual, según Gómez Tejada, es una ventaja. “Este es un ejemplo clarísimo de que la autogestión es posible y de la buena voluntad que existe en el sector privado para invertir en cultura. Contribuimos y trabajamos con el Municipio de manera constante, pero no dependemos de él”, afirma.