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El Telégrafo
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Entrevista / Rafael Courtoisie / escritor uruguayo

Una apuesta por resignificar lo cotidiano

Foto: William Orellana / El Telégrafo
Foto: William Orellana / El Telégrafo
27 de noviembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958) es un químico que nunca ejerció. En 1995 ganó el Premio Loewe con Estado sólido, Octavio Paz celebraba como parte del jurado la libertad del lenguaje del uruguayo y su precisión. Desde entonces, su carrera ha ido en ascenso.

El año pasado recibió el Premio Casa América por su libro Parranda, una obra que -dice- tiene que ver con América Latina de un modo directo, con la fiesta del idioma español y la fiesta de la poesía. Y más allá de los premios es un libro donde se dio cuenta -como poeta uruguayo y latinoamericano- de que la poesía es un tema de alegría absolutamente insoslayable. “Es una parranda en el sentido latinoamericano. Es una fiesta a través de la cual uno puede resignificar lo bueno y lo malo de la vida en un siglo de enormes desafíos”.

En Guayaquil estuvo como parte de los invitados del Festival Internacional de Poesía Ileana Espinel, donde también dictó un taller e invitó a quienes quieran escribir olvidarse de aquellas palabras que han sido vaciadas de sentido.

¿Cómo se inmiscuyen en Parranda la dialéctica del Eros y Tánatos?

Creo que en toda creación literaria hay una dialéctica. Un enfrentamiento Eros-Tánatos, de vida, pulsión de amor y por otro lado destrucción y muerte. Ciclos que se cumplen. Creo que en la poesía siempre gana la función erótica, la apuesta por lo constructivo, en términos no positivistas, si no de realización interna, de plenitud. En ese sentido es que uno hace la poesía como una fiesta. Creo que al final, aun cuando haya contenidos luctuosos o difíciles, la gran ventaja de la poesía es que transforma el sufrimiento en una posibilidad de goce, de construcción del futuro.

¿Cuál es esta representación de América Latina como una fiesta, pero a la vez como un espacio urbano lleno de conflictos?

He tenido la fortuna, desde hace más de 20 años, de recorrer América Latina. He estado en Ecuador desde el siglo pasado, en Colombia, en Paraguay, en Bolivia, en México, donde tuve mi primer premio y contacto con una Latinoamérica profunda. Creo que la manera de entenderla es con la diversidad, es el continente mestizo, de la pluralidad, pero en esa pluralidad está también la cara oscura de la Luna, la cara sombría y la cara luminosa. No existen los absolutos en Latinoamérica. Existe un juego entre contrarios y existe una posibilidad cierta de superar conflictos y esa es la Latinoamérica que he vivido como país. Uno cuando va de un lugar a otro en Latinoamérica no sale de su país, viajo de Uruguay a Guayaquil y estoy dentro de mi país, en una zona distinta. Entender Latinoamérica como un todo es aceptar la diversidad. Es aceptar que somos también diferentes y en esa diferencia está la alegría que podemos lograr en el intercambio de la comunicación.

Sin embargo, en esa diversidad de América Latina, desde el ámbito editorial no parece estar reconocida. Los premios que recibe desde España, de alguna manera, son una forma de pasar un filtro, ¿es un embudo que sirve mucho para legitimarse?

Ahí hay un problema estratégico de la cultura latinoamericana. De alguna manera la cultura latinoamericana triangula con la metrópolis, que puede ser Madrid, París, Berlín, triangula en el sentido que un escritor latinoamericano debe pasar por Europa, tener premios en Europa para ser legitimado y conocido. Rafael Courtoisie, para ser leído en Ecuador, de pronto tuvo que sacar el Premio Loewe en España. Para poder ser leído en Bolivia o en un país muy cercano a Uruguay, como Paraguay, tuvo que obtener el Premio José Lezama Lima, en Cuba. Es una paradoja porque hacemos triangulaciones con Europa y eso de alguna manera reitera un sistema -no digo colonial porque es exagerado- de sometimiento cultural que creo que debemos superar, no por una competencia o rivalidad con Europa y las grandes metrópolis, sino por una definición de identidad propia. Tenemos que entender que América Latina está absolutamente preparada en el siglo XXI para tener sus grandes premios en poesía, grandes escritores en narrativa. Después del boom hubo una serie de narradores, de poetas, de artistas plásticos, músicos, cineastas que son importantísimos, y América Latina dejó de darles importancia. No es que haya pasado de moda en el mundo, el problema es nuestro, es cómo nos vemos a nosotros mismos. Me entusiasma venir a Ecuador para leer escritores ecuatorianos, pero la escritura poética de Ecuador es tan importante como la que se hace en Grecia, Italia, en Francia. Ese mundo global implica que los latinoamericanos entendamos que los marcos de nuestro continente son legítimos. Creo que países como Ecuador, México, Colombia, tienen una enorme tradición poética que hay que rescatar. Ecuador en particular, porque es riquísimo y de pronto es uno de los países que menos ha salido al exterior con su riqueza.

¿Algún caso específico?

La tradición de poesía hecha por mujeres es una de las más importantes de Latinoamérica. En ese sentido, quiero mencionar a Aleyda Quevedo como una tradición de poesía erótica resignificada, pero no puedo dejar de mencionar a otras mujeres de la generación anterior, como Catalina Sojos. Uno de los problemas que uno menciona es que siempre queda algo sin nombrar. En ambas el discurso poético involucra al Eros y la pulsión de vida, lo erótico no solo es una cuestión de relación física, es una apuesta por la vida. En ese sentido, las mujeres latinoamericanas, ecuatorianas en particular, han sabido tomar en el siglo XX la bandera y llevarla adelante.

Así como hay este triángulo con Europa también está el tema de la publicación y la mediatización que existe de por medio, pero a veces los libros de verdad no llegan...

Es relativo. He editado en varios países y sin duda no hay una circulación de libros como sí había en los 60, y eso es una paradoja. Porque en los 60 y 70 los libros que se editaban en Uruguay, Colombia o Ecuador circulaban aunque no había internet, una posibilidad de comunicación instantánea que la hay de algún modo, estamos balcanizados y es más difícil. Por suerte, como aquí ocurre con ediciones de la Línea Imaginaria o el Quirófano Ediciones hay un esfuerzo o presencia muy grande que permite leer escritores de todo el mundo. Esos pequeños esfuerzos hay que apoyarlos porque en ese apoyo hay una inversión en la cultura, que es también una construcción de identidad y realidad nacional latinoamericana. Lamentablemente, en muchos órdenes, seguimos dependiendo de España. Ahora no hay que hacer falsa oposición, sino que hay que entender que Iberoamérica -España y Latinoamérica- es una unidad, con contrastes, y hay que potenciarlo. Pero América Latina no puede esperar ser bendecida por una Europa que en definitiva tiene su crisis y tiene sus grandes problemas. América Latina tiene que tomar la cultura como un hecho absolutamente prioritario y de construcción social, no como la fresa o la cereza del pastel, sino como algo esencial.

¿De qué depende que la ‘letra resista’ en la blogósfera?

Creo que depende de la apuesta por la esencialidad literaria más allá de las formas y del soporte, de celulosa de papel, es simplemente una tecnología al servicio de una forma literaria y no la forma literaria al servicio del medio. Es verdad que el medio es el mensaje, pero en términos de la escritura el medio lingüístico es literario de por sí, sea en soporte digital o en papel. Lo que depende de que la letra resista es la posibilidad de utilizar esas redes sociales. Estar a través de cualquier buscador en todo el mundo sin ser un apocalíptico. Creo que no hay que ser ni un apocalíptico, terrorista, triste, absolutamente pesimista ni un integrado, demasiado optimista. Hay que ser un crítico optimista. Hay que utilizar los medios masivos. Podemos usar Facebook para la estupidez cotidiana, para una especie de diario de la tontería, o para vehiculizar muy buena parte de la mejor poesía y la mejor reflexión latinoamericana. Entre esas dos posibilidades yo elijo la segunda.

Su trabajo literario va de lo mínimo a lo macro, como de una cuchara a esa ‘América Latina profunda’ ¿Cómo fija fronteras?

Me interesa la narrativa y la poesía, pero en la poesía he encontrado la posibilidad de ver la maravilla de lo cotidiano. Te puedo decir que una silla en términos de denotación es un mueble, un artificio doméstico, esa es una mirada práctica de la realidad. Pero puedo decir que esa silla con sus cuatro patas es un animal sobre cuyo lomo inmóvil el hombre puede viajar a distancias enormes sin moverse. Cuando duerme, cuando sueña despierto, cuando entiende que ese animal inmóvil soporta sobre sus cuatro patas la humanidad en un solo individuo. Esa mirada que rescata la silla de lo cotidiano, o la cuchara o una copa de vino es un ejercicio poético de vida, de resignificación de lo cotidiano, de respirar y vivir en la maravilla. Esa es una de las apuestas que hago en la poesía porque me sirve para vivir.

Juan Manuel Roca decía que se puede hacer una teoría de las artes, considerando que donde no hay poesía, no hay arte.

Estoy de acuerdo. Hay una teoría general de la existencia humana, que tiene que ver con la poiesis, en el sentido de su etimología griega, es la creación, desde la nada. De ahí viene la palabra poesía. No hay construcción humana sin poesía. Hay una teoría sociológica general del humanismo que pasa por entender que en el centro de la actitud humana hay una actitud poética. Después viene el Homo faber, el hombre que construye, vende, pero sin el hombre que sueña e imagina no existen los otros hombres. No existe la humanidad. (I)

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