Estuvo en la feria internacional del libro
Un pirata cartonero en el Centro de Quito
A Jonathan Jirafa, que se hacía llamar también Jonathan Velázquez cuando estaba envuelto en un terno gris, un maletín negro lleno de papeles judiciales, de conflictos y tristezas, un buen día se le ocurrió cambiar los esferos y las sentencias por pinceles y cartulinas, las lágrimas y las tristezas, por los colores y las risas y su vida ordenada, enternada y aburrida cambió de un tirón.
Oriundo de El Salvador, con tradiciones tropicales y una gran cabeza rizada, se dijo: ¡Voy a ser pirata! No para desenterrar un viejo galeón español lleno de oro, no para vivir en una isla solitaria, alejada, llena de cocoteros, no. Se hizo Pirata de Cartonera y recorre nuestro continente repartiendo felicidad. Si usted nunca ha sido pirata y menos de cartonera, Jonathan le explicará.
Lo hará con la misma paciencia con que se enfrentó a cerca de treinta chicos y chicas de 5o. de básica, revoltosos, inquietos, incontrolables y a casi una docena de adolescentes bastante grandecitos, que no se explicaban qué hacían junto a los pequeños en el día de visita a la Feria Internacional del Libro.
El pirata comenzó a sacar de su baúl, disfrazado de mochila, cartulinas, latas, potes, tubos y un juguete. Al menos así lo llamó él... ¿Qué iba a hacer Jirafa con tantos tereques? Habló de Japón, ¿acaso el pirata también habría hecho de las suyas por allá? No, ¡qué loco! Era una canción.
Finalmente, entre cantando y contando explicó que en Japón había nacido una técnica llamada papel marmolado, llamada así por la textura que asemeja al mármol, y queda impregnada en la cartulina. Es la magia vuelta papel. “¡Qué miedo!”, dijo Violeta.
Preparó Jirafa unos menjurjes: que si óleo, que si pigmentos, que si linaza… y cuántas cosas más. Los más chicos muy atentos, los grandotes aburridos… por ahora.
Jonathan, el Pirata Jirafa, explicaba y revolvía todas aquellas pastas de colores. Después dijo que debía colocarlas en un envase con agua. ¿Pensaba el pirata preparar espagueti? No, no había cocina, pero sí muchos pequeños tachos con pintura azul, roja, naranja, verde y amarilla.
Los más chicos tenían cara de soñar con embarrar sus camisetas para ver las caras de sus mamás al regresar a casa, y los mayores ya no tan aburridos, aunque quizás todavía preguntándose ¿Qué hago aquí?
Cuando el pirata introdujo una cartulina en aquella lavacara llena de provocativos círculos de colores flotando suavemente sobre agua, y a los ¡uno, dos, tres, cuatro, cinco… bueno hasta quince! la levantó… ¡ohhhhhhhhhhh! Hasta la maestra de inglés, Paola, quedó impresionada.
Y ahora sí, todo el mundo se puso a “marmolear”, solo que no era solamente en las cartulinas donde se “marmoleó” esa mañana, sino en las caras, las camisetas, las narices y las orejas.
Al fin los grandotes se avisparon, los chiquitos se embarraron y dejaron a la maestra atribulada, y Jonathan Jirafa miraba todo fresco, para él no había pasado nada que no hubiera estado en sus pronósticos de Pirata Cartonero. El premio fue que cada uno se llevó a su casa, grandes y chicos, junto con la evidencia del origen de tanta ropa coloreada, sus hermosos, realmente hermosos, papeles marmoleados.
El premio de la Feria Internacional del Libro Quito 2015 Las [otras] palabras y del Ministerio de Cultura y Patrimonio fueron las caras de gozo de los futuros potenciales pintores, conseguidas con unas pocas pinturas y pedazos de cartulina. (I)