Lemebel, homenajeado en la Universidad andina
Tres lectores le dieron su Adiós, mariquita linda a Pedro
La irreverencia y escritura de Pedro Lemebel revivieron en Quito, la noche del último jueves, cuando un trío de sus lectores -Fausto Rivera Yánez, Fernando Sancho y Juan Carlos Cucalón- transgredieron el conversatorio ‘Narrativas desde los márgenes’ -planteado por la Universidad Andina Simón Bolívar- con lecturas que recordaron el paso del autor chileno por el país, una valoración de su obra y las sensibilidades que desataba.
Lo de Rivera fue un homenaje al autor de Tengo miedo torero -fallecido a causa de un cáncer a la laringe a fines del mes pasado-: “La patria de Pedro Lemebel no tiene himnos, tiene la radio encendida con música de Rocío Dúrcal o Lucho Gatica cantando historias de desamor. (...) La patria de Pedro Lemebel no tiene botas, tiene tacos de diez centímetros que te permiten ver más allá de las gorras de los milicos fachos que aún gobiernan. (...) La patria de Pedro Lemebel no va para la derecha ni para la extrema izquierda, sino que zigzaguea, penetra en el barro y se deja fecundar de flores. La patria de Pedro Lemebel no tiene ‘hombres nuevos’, como alguna vez lo planteó el socialismo del siglo XX. Él no era un hombre nuevo, no calzaba en ese formato de ásperas voces y gestos duros. Pedro Lemebel era un verdadero hombre, lleno de ternura y sin miedo a exteriorizarla”, leyó el crítico cultural.
Fernando Sancho recordó del autor de Loco afán: Crónicas del sidario su encuentro con el también periodista narrativo Carlos Monsiváis, luego del cual el escritor mexicano “perfiló una posible respuesta” a la indagación sobre si Pedro era homosexual: “ya preguntaste, ahora déjame, en testimonio de tus sentidos, que te regañe por miopía deliberada”. Es que “Lemebel pone al descubierto la homosexualidad proletaria de la cual fue parte”, por ello, Fernando empezó su alocución con el título ‘Disidencia sexual y mariconaje guerrero’.
El escritor Juan Carlos Cucalón hizo un recuento performático de su andar con el homenajeado que inició con una sentencia compartida: “Y cuando la yegua montó en cólera, ¡la cólera era yo!”.