Tres francesas fundan lo “francoguayaco”
Francesa 1
Cuando Katherine Martí estaba por llegar a Guayaquil recibió una llamada a su residencia temporal en África. Eran las cuatro de la mañana y del otro lado de la línea le decían que el presidente de Ecuador de ese entonces, Lucio Gutiérrez, había caído luego de largas protestas civiles en las que intervinieron los militares.
Es francesa e hija de padres españoles que huyeron de la Guerra Civil. Cuando llegó al calor de Guayaquil, en invierno, parecía que no hubiera pasado nada, que el desastre en el que se movía la sociedad, más que por la política, estaba dado por un ánimo que alteraba el modo de relacionarse con el espacio y que hacía que la gente fuera más recursiva que ordenada.
Empezó a dar clases en la Escuela de Idiomas de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Guayaquil y después de unas semanas empezó a traducir, junto con los alumnos que tan bien la recibieron, La casa del que dirán, obra de Pipo Martínez Queirolo.
Había empezado a trabajar la obra con un profesor argentino que después se fue sin estrenar. Como el texto estaba en francés, listo para hacerlo, les hizo la propuesta de ponerla en escena a sus alumnos.
A última hora sus estudiantes prepararon un aula cualquiera, armaron un telón rojo y recrearon la escena de las brujas que atacan una casa de bien con la intención de develar sus trapos sucios.
Al estreno fue Pipo. “No entendí nada, pero me encantó”, le dijo al final de la función a la directora.
Para Katherine, aquella ciudad a la que llegó en medio del caos democrático, guardaba el encanto de la buena disposición para hacer todo lo que hacía falta. Aquí se sintió más francesa, aunque dejó esa cualidad con la que los describen, el quejarse por todo.
En lugar de eso empezó a ser tan recursiva como un guayaquileño que come pescado a las 06:00 de la mañana para atenuar el chuchaqui.
Francesa II
Alice Goy-Billaud llegó a Guayaquil luego de haber buscado esquizofrénicamente un trabajo en Asia. Sabía, desde antes de que un test de aptitudes profesionales se lo dijera, que quería ser literata y vivir en un país hermético. Lo más cercano a ser artista era aprender muchos idiomas que implicaran un nivel de dificultad alto, que salieran de la liga de lenguas romances, como el francés. El español no entraba en su lista, pensaba que podía confundirse y que sería demasiado fácil.
Aprendió chino, griego e hizo una pasantía en Noruega. Cuando regresó de un viaje alrededor del mundo tenía una fijación por China y quería vivir en ese país gigante, pero no lograba el puesto que quería.
Cerró todo y se fue de viaje. Cuando regresó, en su bandeja de entrada había tres propuestas de trabajo en América del Sur. De esas propuestas, el único lugar en el que podía aprender español mientras trabajaba era Guayaquil.
Trabajó ocho meses en la Alianza Francesa, pero vivía con cinco paisanas y su español era tan agreste que introducía al final de cada palabra en francés una “o” o una “a”.
Un día caminó por la noche guayaca y se encontró con un bar lleno de artistas. Se dio cuenta de que aquí, a diferencia de Francia, podía acceder al espacio en el arte que quería y entonces abrió su caja de pandora.
Empezó a creer que era un hombre guayaco. Aprendió a hablar tan mal como en la calle y a no tener miedo. Unos meses después se reencontró con su sangre francesa y se aceptó. Entonces pensó que debía haber más personas como ella, francesas y guayacas al mismo tiempo.
Francesa III
Silvana Pavlovic era científica en Francia. Trabajó 12 años haciendo pruebas de medicamentos para pacientes con cáncer, pero no quería dedicarse a eso, deseaba ser profesora de idiomas y salir de la Francia en la que nació luego de la migración de sus padres serbios.
Empezó a trabajar en la Alianza Francesa y su primer punto de llegada a América Latina fue Perú, luego Chile y hace un año aterrizó en Guayaquil. Aquí decidió dejar la Alianza para meterse de lleno al proyecto Hola France!
Este espacio gestiona cursos, de lenguaje, canto o cocina; y lecturas de poesía para cruzar miradas entre dos idiomas y culturas que frecuentemente se contradicen porque en francés no es posible “alcanzar a llegar”, se llega puntual; ni se “cobra”, porque de dinero casi no se habla. Hola France! es un espacio para “entender el caos, este es un mundo de expatriados, todos somos migrantes pero podemos cruzarnos, partir de sentimientos reales, sensaciones concretas y hablarnos”, dice Alice.
Es de noche en Guayaquil, pero a este ambiente ya no le tienen miedo porque aprendieron a mimetizarse. Han escogido una serie de lecturas sobre mujeres en francés y en español. Hay vino y secretamente los espectadores de la velada anotan las palabras que quisieran convertir del francés al español. El mundo se cruza y se reconstruye. (I)