Tres escritores rescatados y otra visión del ‘Viejo Luchador’
Por: Miguel Donoso Pareja
Tres escritores azogueños en la vanguardia de la Literatura nacional (Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guayaquil, -Guayaquil 2013-) es el título del libro con el que Rodrigo Pesántez Rodas rescata a tres escritores azogueños, coterráneos suyos.
Todo muy bien, desde la solidaridad provinciana hasta la proyección nacional, no en lo que respecta al rescate y la ubicación en la vanguardia puesto que de los escritores que menciona Pesántez Rodas hay referencias en la literatura ecuatoriana y no necesitan ser rescatados.
Augusto Sacoto Arias (1907 - 1979), por ejemplo, está consignado por Rodríguez Castelo, en Literatura ecuatoriana, libro publicado en 1980, en los siguientes términos “Augusto Sacoto Arias comenzó por la brillantez de la metáfora posmodernista y la fue superando por mayor carga intelectual y luego… etcétera”, de manera que estaba rescatado 33 años antes, tal vez más, del rescate que propone Pesántez.
Y en cuanto a la vanguardia, vivíamos en esos años dentro del modernismo, tardío entre nosotros, y nadie, salvo Pablo Palacio o Hugo Mayo, quizá algo de Humberto Salvador, transitaba en la vanguardia.
Alfaro en la sombra (Paradiso Editores, Quito 2012), de Gonzalo Ortiz Crespo, es una novela histórica sobre la base de un esquema epistolar, la correspondencia de Isabel, hija de un comerciante capitalino (Miguel) desplazada a Guayaquil para despachar una mercadería. A ella le tocará vivir los hechos de una guerra fratricida y comentar con su padre lo que sucedía en Quito y Guayaquil, los errores del “Viejo Luchador”, la reacción popular, el crimen horrendo que se preparaba con el arrastre de Alfaro y sus comandantes, en fin, todos los acontecimientos que llevaron a González Suárez a prohibir cualquier celebración de la Iglesia ante la proximidad del crimen del Ejido, porque “lo que están fraguando es una salvajada”.
Mucho más iremos desentrañando a través de estas páginas, a veces exageradas, como aquello de que no era fácil llegar a Guayaquil, pues el acorazado ecuatoriano Libertador Simón Bolívar impedía la entrada al puerto (pág. 135), lo que más parece un chiste o una cruel tomadura del pelo al atribuirnos un acorazado a quienes no llegábamos a una lancha torpedera.
Y no va más señoras y señores, niñas y niños. Solo la angustia de no saber qué somos, de dónde venimos, adónde vamos, qué hay después de la muerte, dónde comienza la vida, ¿existe un despertar?