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El Telégrafo
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De profesión arquitecto, también es diseñador de interiores y constructor

Tony Moré retoma su trabajo en la pintura

Tony Moré empezó a pintar públicamente en 1984, en el año que falleció su padre. Incursionó en la acuarela para luego pasar por el acrílico.
Tony Moré empezó a pintar públicamente en 1984, en el año que falleció su padre. Incursionó en la acuarela para luego pasar por el acrílico.
Foto: Karly Torres / EL TELÉGRAFO
15 de mayo de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

“Ni mi papá, ni yo somos de apellido Moré, somos Rivadeneira, con ‘v’ chica, como los pobres. Dicen que así le puso (Enrique) Tábara, que ya mismo muere y aún no averiguo bien el tema”, dice Tony Moré, hijo del muralista Humberto Moré, un pintor esmeraldeño que se recuerda por escabar en técnicas plásticas y denominar su obra como una ‘signología funcional’.

Moré adoptó su seudónimo al fusionar los nombres de los pintores franceses Monet, Manet y Renoir. Su obra pasó por el abstraccionismo y el figurativismo. En 1977, Lalot Rivadeneira (nombre original de Humberto Moré) escribió: “Como toda proyección humana, la del artista está mejor definida cuando la tesis y la praxis se conjuntan y potencializan su mensaje, como los principios de la pincelada exaltada que no solo salva a Renoir del anonimato, sino que Rodin puede contar su mensaje. Además, como toda verdad que, siendo cierta, procrea más allá de su especie, Debussy cuenta su ‘Catedral sumergida’ en idéntico principio que la ‘Catedral de Rouen’, de Monet”.

Su hijo Tony Moré, en cambio, trabaja en el constructivismo, al que ha decidido conmemorar con una exposición en el Teatro Sánchez Aguilar, por cumplirse 100 años de la primera vez que se usó el término para describir -aunque de manera despectiva- una obra del artista ruso Aleksandr Ródchenko.  

Tony Moré, quien nació el 7 de febrero de 1953, fue tallerista de su padre y aprendió a pintar con sus instrucciones y pedidos. Es arquitecto y estuvo dedicado a la construcción de inmuebles durante varios años. Aunque nunca dejó de pintar, hace un año la soledad lo hizo retomar el trabajo con el acrílico, evocando su largo camino con las acuarelas en los colores ocres y turquesas, que  destacan en su obra. El artista decidió mostrar su obra individual solo después de la muerte de su progenitor.

“Esto es arte moderno”, dice Moré, quien considera que la forma y el color son esenciales en una obra de arte, en alusión a los artistas contemporáneos, a los que considera facilistas, pues sostiene que no realizan “mucho esfuerzo técnico”.

El artista piensa que “el color y la forma es lo que llega al observado”. En la serie que presenta en el lobby del teatro samborondeño, en Guayaquil, utiliza básicamente la forma del círculo y, en algunos cuadros, figuras precolombinas.

El autor, desde los inicios de su obra, busca distanciarse del trabajo que realizó su padre. “Nada de mi obra tiene influencia de la ciudad. Yo me fui a Estados Unidos por un problema de identidad. Todo el mundo me cataloga como el hijo de Humberto Moré y quiero que mi obra tenga vida propia. Él a mí nunca me trató como hijo, ni como amigo, no lo conocí así y si lo conozco es por las historias que me contaron sus amigos”, dice Moré.

Las circunstancias parecen inevitables: “Tony Moré, con franqueza moral, hace homenaje dual a su padre y así mismo, en este encuentro existencial de dos universos”, escribe el artista Hernán Zúñiga en el catálogo de la muestra, inaugurada la anterior semana. La exposición estará  abierta hasta el próximo 28 de mayo. (I)   

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