Tom Wolfe, el cronista de costumbres de EE.UU. y admirador de Zola
Inventor del “nuevo periodismo” que se adentró tardíamente en la novela con el éxito de ventas La hoguera de las vanidades, el escritor Tom Wolfe, que murió a los 88 años a causa de una infección, radiografió a la sociedad estadounidense con una pluma innovadora y colorida.
Sus ensayos y novelas reflejan su asidua lectura del sociólogo alemán Max Weber.
Según Wolfe, “el estatuto de un individuo en la sociedad, su pertenencia a una clase social y cultural, determinan quién es, la manera como piensa y se comporta, mucho más que su psicología personal y su historia íntima”. Wolfe mismo nunca buscó rebelarse contra su propio medio, la burguesía blanca y conservadora del sur de Estados Unidos.
El periodista dandy
Dandy educado y a la moda con sus trajes blancos o crema, cuellos almidonados, sombrero fedora y polainas, se jactaba de ser el único autor estadounidense que votó por George W. Bush en 2004.
Casado desde 1978 con Sheila Berger, la directora artística de la revista Harper’s, y padre de dos hijos, llevaba una vida discreta en Manhattan, lejos de los escándalos que poblaron sus novelas.
Hijo de un ingeniero agrónomo, Thomas Kennerly Wolfe Jr. nació el 2 de marzo de 1930 en Richmond, Virginia. Aceptado en la prestigiosa Universidad de Princeton, eligió no obstante asistir a la Universidad Washington & Lee para permanecer cerca de sus padres, antes de partir a Yale, siguiendo el consejo de sus profesores.
Diplomado en civilización estadounidense, comenzó en el periodismo en Springfield Union, un periódico de Massachusetts, en 1956. Dos años después se unió a The Washington Post como corresponsal en La Habana y luego en la capital estadounidense.
En 1962 renunció y se mudó a Nueva York para ser periodista free lance. Fue enviado a California por la revista Esquire para hacer un reportaje sobre los fanáticos de los automóviles que rehacen sus coches.
Entusiasmado por el tema sufrió el “síndrome de la página en blanco” cuando debía escribir su nota. El jefe de redacción de Esquire le pidió entonces que describiera en una carta lo que vio para utilizar la materia prima.
Liberado de su angustia, escribió 49 páginas y encontró su estilo.
Bajo su pluma, el reportaje acabó convirtiéndose en una novela corta, El coqueto aerodinámico rocanrol color caramelo de ron (The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, 1965): hay una presentación de los personajes, se multiplican los puntos de vista, hay pedazos de diálogos intercalados entre las descripciones, onomatopeyas y muchos signos de exclamación.
Su carrera estaba lanzada. Unos 18 meses más tarde se tornó la figura central del “nuevo periodismo”, un híbrido bajo el cual se ubicaban más o menos a su agrado escritores como Hunter S. Thompson, Norman Mailer y Truman Capote.
Para medios, como Rolling Stone o el New York Herald Tribune, Tom Wolfe escribió crónicas corrosivas sobre la cultura pop estadounidense, tratando temas que aparentemente no eran de mucha actualidad: el mercado del arte o el LSD.
Sin embargo, sin pretender la menor objetividad, palpaba antes que muchos otros las grandes tendencias sociológicas aún subterráneas en el país, como la ola hippie o el individualismo creciente de la década de 1980. Más allá del estilo, su trabajo se apoyó siempre en una meticulosa investigación y horas de entrevistas.
Para Elegidos para la gloria, traducido también como Lo que hay que tener (1979), su ensayo sobre los pioneros de la conquista espacial, pasó nueve años recorriendo Estados Unidos.
El texto fue convertido en un éxito de Hollywood con Sam Shepard como protagonista e hizo saltar a la fama al piloto de tests de la Fuerza Aérea Chuck Yeager, el primer hombre en romper la barrera del sonido.
Cuando a los 57 años decidió lanzarse a la ficción conservó intactos sus métodos de investigación. Su primera novela, La hoguera de las vanidades (1987), es un retrato hiperrealista y mordaz del Nueva York de los ochenta: el protagonista, un joven y codicioso banquero de Wall Street, que parece tener todo, atropella con su lujoso coche a un afroestadounidense en el Bronx, se escapa y su mundo comienza a derrumbarse.
La novela fue un éxito de venta mundial. Solo los derechos de adaptación al cine le reportaron $ 5 millones y fue llevada a la pantalla grande con Tom Hanks como protagonista.
Admirador de Zola
Tensiones raciales en el sur (Todo un hombre, 1998), la vacuidad del sistema universitario (Soy Charlotte Simmons, 2004), inmigración (Bloody Miami, 2013): el crítico de las costumbres estadounidenses se sirvió de todo como materia prima.
Su estilo desorganizado le valió críticas acerbas de sus contemporáneos, sobre todo de Norman Mailer y John Updike. “No fui lo bastante mezquino con él (Mailer). Hice todo lo que pude para serlo más, pero creo que no fue suficiente”, aseguraba en una entrevista de 2014.
Wolfe no escondía su admiración por la novela realista francesa, en particular por Emile Zola debido a su “acercamiento periodístico del tema y de su integridad”.
En 2016 mostraba que no había perdido rapidez mental con una nueva obra, El reino del lenguaje, un ensayo que celebra la importancia del lenguaje en las realizaciones humanas. (I)