The Wall: Roger Waters tumbó un muro en Berlín
La Potsdamer Platz de Berlín es un lugar simbólico para la historia alemana del siglo XX. En la emergente ciudad cosmopolita de Berlín, en la década de 1920, se convirtió en punto clave no solo del creciente tráfico de vehículos, sino de la escena cultural cosmopolita de la ciudad.
Unos años más tarde, poco quedaba de ello: la Potsdamer Platz fue destruida en gran medida durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler se suicidó en el búnker debajo de la plaza, y escapó así del juicio de los victoriosos aliados.
Pero eso no fue todo: la posterior división alemana también tuvo lugar, literalmente, en la plaza, que se convirtió en una zona restringida en la llamada “tierra de nadie”, al lado del Muro de Berlín.
Y allí fue el legendario concierto “The Wall”, que Roger Waters, de Pink Floyd, dio el 21 de julio de 1990, el año de la reunificación alemana.
Experiencia global y espacio común
“No se está preparando ningún congreso político, ni se realizará aquí una convención entre dos partidos hermanos del Este y el Oeste”, escribió el semanario Der Spiegel en 1990, en su informe preliminar sobre el concierto. Se refería así al ímpetu de los principales eventos masivos alemanes en el siglo XX.
Fue un recital benéfico de proporciones gigantescas: el montaje duró más de cuatro semanas, y fue una mega tribuna de 168 metros de largo y 41 metros de profundidad. Para esa tarea se emplearon a unas 600 personas, y se dijo entonces que 220.000 boletos habían sido vendidos por adelantado.
Las grúas estaban listas para maniobrar enormes monigotes, y también se movilizaron varios helicópteros, una banda de alientos del Ejército Rojo, y célebres músicos como Bryan Adams, Cyndi Lauper o Scorpions como comparsas.
Pero fueron los tonos más tranquilos los que resonaron particularmente: “¿Qué usaremos para llenar los espacios vacíos donde solíamos hablar?”, se pregunta Pink, el protagonista del álbum diseñado como ópera rock. En la canción “Empty Spaces”, golpea de lleno el corazón dividido de Alemania.
Hubo 350.000 asistentes y millones de espectadores en todo el mundo se acercaron, a través de sus televisores, para participar de esa nueva experiencia ocurrida en Alemania.
Por entonces, el álbum The Wall tenía once años de haber salido al mercado. En noviembre de 1979, marcó un cambio de estilo en la música de Pink Floyd, pero esto no le restó éxito: antes del concierto en Berlín, “The Wall” ya había vendido 19 millones de copias.
El concierto había sido escenificado 31 veces en Estados Unidos, Londres y Dortmund, y se había hecho una película con su nombre en 1982 con Bob Geldof en el papel principal. Hasta la fecha, “The Wall” tiene el récord como el álbum doble más vendido, y sigue siendo uno de los 30 álbumes más exitosos de la historia.
Este éxito del álbum, para el cual Waters escribió la mayoría de las canciones, también llevó a su salida de Pink Floyd. El cantante y bajista reclamó el control artístico exclusivo, hubo una disputa, y Waters dejó la banda en 1985. Cuando entonces se le preguntó en una entrevista si volvería a interpretar la ópera rock en su totalidad, respondió con un claro “No”. Pero si cae el Muro de Berlín, quizá lo reconsidere.
El “Fondo Conmemorativo para el Socorro en Desastres”, lanzado un año antes en Reino Unido para recolectar donaciones, planificó el concierto benéfico.
Memoria e historia como espectáculo
Waters buscó una banda para reemplazar musicalmente a sus antiguos colegas de Pink Floyd, y tocaron. Era mucho más que “solo” música. Esto queda claro en Waters. Another Brick In The Wall - Part 1, sobre la hermana pequeña de quizás la canción más famosa de Pink Floyd.
Pink piensa en su padre, que no regresó de la guerra: “Papá ha volado a través del océano, dejando solo un recuerdo”. Este recuerdo se visualiza en la forma de un ladrillo de poliestireno, que forma una pared junto con otros traumas y recuerdos: “En general, fue solo un ladrillo en la pared”.
En el concierto de 1990 en Berlín, el simbolismo de dicho muro era otro, y muy claro: con 168 metros de largo y 25 metros de altura, la enorme instalación representaba recuerdos dolorosos, desgarrados, biografías y realidades de la vida, así como el autoaislamiento ideológico en la historia alemana. A este respecto, el final del concierto también puede entenderse como una terapia grupal histórica para que Alemania se reencontrara.
Cuando el gigantesco muro fue derribado después de dos horas, en cuanto sonó la frase clave “derribar el muro”, la multitud celebró frenéticamente. Olvidó los problemas técnicos del espectáculo, como fallas de energía y una calidad acústica miserable, porque históricamente fue un espectáculo mucho más relevante: la multitud unida en el evento en Potsdamer Platz y frente a las pantallas no solo había experimentado un gigantesco espectáculo de rock, sino que vivió, una vez más, la caída del Muro de Berlín. (I)