Matilde Ampuero hace énfasis en el hecho de que existen distintas tendencias al valorar los productos artísticos, partiendo por las del ciudadano común, que posee únicamente una apreciación subjetiva. Otra que puede advertirse con frecuencia es la de artistas y entendidos en arte que se quedaron en el discurso de la búsqueda de las raíces de una identidad latinoamericana. Y está también la de aquellos que gustan del “arte light”, que juzgan y consumen desde una perspectiva aliada con la decoración de interiores y la visión de revistas de moda.

Se registra, así mismo, un fenómeno nuevo para nuestro medio: el arte de y para los nuevos intelectuales que, con premura, leen a Derrida, Foucault, Baudrillard y otros sumos sacerdotes de la filosofía contemporánea.

Durante los últimos 20 años, artistas ecuatorianos se quejaron de la ausencia de crítica seria en el país, tanto que muchas de las intervenciones realizadas en ese lapso, fundamentales para entender el desarrollo del arte contemporáneo nacional, no fueron registradas ni siquiera por aquellos que hacían las veces de historiadores.

Ese vacío, que aún existe, fue aparentemente sustituido, en los últimos años, por la figura del curador que hace circular la obra (los bienes, las acciones, el dinero...) del artista dentro del llamado “circuito de arte internacional”: salones, bienales, ferias de arte y galerías.