El distanciamiento del pintor de la vida social se acentúa una vez que decide radicarse en el recinto cuatro mangas, en las proximidades de quevedo
Tábara aún dedica 6 horas a la pintura
Enrique Tábara (Guayaquil, 1930) confiesa desde su casa de campo en el recinto Cuatro Mangas, en las proximidades de Quevedo, haber vivido una infancia feliz. Fue el último de 9 hijos y de adolescente vivía obsesionado con los colores de las mariposas. Colores que a sus 85 años no ha dejado de usar en su jornada diaria. Está comprometido con su pintura y todos los días le dedica al menos 6 horas. Por su fascinación por los colores y las formas ha dejado la ciudad porque dice “las musas ya no están”.
Según su hijo Oswaldo Tábara, como era el último de sus 8 hermanos se volvió una persona más sensible que el resto. De adolescente se hizo coleccionista de esos insectos voladores de escamas coloreadas que son las mariposas. Llegó a tener más de 6 mil, de todos los tipos. Observaba en ellas las formas y los colores. “El color puede ser la expresión del síntoma de la época, como lo fue por mucho tiempo la imagen, como si el artista transitara por los diversos caminos del destino. Expresar el presente y los presagios del futuro”, dijo él mismo sobre su obra.
Esa proximidad a la naturaleza en su niñez se vuelve premonitoria, ahora que luego de su recorrido artístico por las ciudades más grandes y cosmopolitas del mundo retornó a la naturaleza.
La pintura de Enrique Tábara ha estado influenciada desde siempre por el pasado, con las formas precolombinas que se expanden en las culturas indígenas de toda América Latina. Ha transitado por distintas etapas, pero desde el principio, desde sus primeras presentaciones, se planteó darle otra tónica a todo lo que hacía. En un contexto en el que los mayores expositores del arte ecuatoriano hacían alusión al indigenismo y su realidad social, Tábara decidió no hacer indios.
“El recurso de la geometría, que debe a su país ancestral, se vuelve reflejo de horizontes soterrados donde las sombras subsisten y los terrores tienen un nombre que pierde en el paisaje el recuerdo de mil tardes. Caras y más caras hacen un espiral y las raíces no callan en los instrumentos. La historia tiene altos y bajos y entre los matorrales hay muchos catres abandonados. Cierto. Pero es preciso llevar la experiencia hasta el límite. Los vecinos más cercanos a Tábara, a siglos de camino, son los incas, y ellos mismos rigen su pintura. Mi amigo se tatúa de azul bajo un sol de fuego; las fiestas se repiten y la imaginación descifra muchas consecuencias”, escribió sobre su obra Joan Brossa, el poeta español en lengua catalana.
Su trabajo con perfiles inició en la escuela, antes de empezar en el Colegio Bellas Artes. Tenía pocas intenciones de aproximarse a las materias que no le interesaban y según su hijo, lo pasaban de grado solo porque hacía los dibujos de las personalidades históricas: Simón Bolívar, Alfaro.
En una de sus estapas más destacadas, antes de viajar becado a una escuela de arte de Barcelona, decide retratar la urbanidad de la ciudad desde su marginalidad. De este período son los rostros de los ‘Niños carboneros’, ‘Las mujeres de barrio’, ‘La negrita’ y ‘La solterona’.
En Barcelona su trabajo estaba tan consolidado y maduro que André Bretón lo invitó a representar a España junto a Dalí, Miró y Granell en la exposición de Homenaje al Surrealismo, en París. Cuando vuelve a Ecuador lo hace con una evolución de su estilo, los ‘pata pata’.
Según la leyenda, este género de su obra nace una vez que rompe un recuadro femenino en pedazos.Sabía que como artista debía tener una marca, algo único. Los retazos habían configurado al azar una pierna y con su calmada forma de observar, Tábara las reproduce desde todas las instancias. “Estos elementos no se distancian de su ancestralidad. Son piernas y pies atravesados por esta misma impronta: piernas y pies de la erranza”, dijo Marco Antonio Rodríguez, expresidente de la Casa de la Cultura.
El crítico de arte Georges Peillex decía sobre esta faceta que “a partir de aquí, Tábara ha entrado en una fase decisiva de su carrera. Su pensamiento y estilo han tomado una forma no definitiva, porque un artista joven no puede poner límites a su evolución, pero perfectamente desgajada de toda enseñanza extranjera y estrechamente ligada a su personalidad, de tal modo que la ha construido con evidente madurez”.
Enrique Tábara se ha dedicado a su obra, ni siquiera ha tomado el control de la venta de sus cuadros, actividad que encargó a uno de sus 11 hijos hace algunos años para seguir pintando a solas. “Mi papá solo ha sido artista”, dice.
Ni siquiera ha pedido denunciar uno de los 8 o 10 casos de plagio que registra anualmente su obra por creer que se hace autopublicidad.
Nunca fue ni de izquierda ni derecha y en un documental presentado hace poco en la sala de cine del MAAC, en Guayaquil, trabajado por David Grijalva, Tábara confiesa que siempre prefirió que unos pensaran que era de uno u otro bando. Él no se relaciona con ninguno. “Mi papá tiene un perfil muy bajo, él es artista, no es publicista ni empresario. En este país al que más bulla hace se le cree”.
Tal vez también por este perfil que maneja es que poco le ha costado hacer críticas a la ciudad y el arte, como cuando cuestionó que en la Casa de la Cultura de Guayaquil no existan distinciones para los artistas que se exponen en el espacio público, indiferentemente de su trayectoria.
Incluso se negó a la propuesta del alcalde Jaime Nebot para trabajar un mural a su estilo -de los tantos que existen- bajo un puente.
Pero hay algo que Tábara quiere hacer antes de morir: fundar un museo con parte de su colección de figuras prehispánicas y algunos de sus cuadros. Aunque no se ha concretado aún, confía en que será posible.
Su trabajo diario lo combina con la observación de ovnis en un espacio que ha creado próximo a su vivienda y desde el cual -dice- es posible avistarlos. También dedica tiempo a la poesía. Su autor favorito es Nicanor Parra, pero a diferencia de su poema ‘El hombre imaginario’, en el que el personaje narrativo vive en una mansión rodeado de árboles a la orilla de un río, todo lo que vive Tábara es real y solo lo que dibuja es imaginario. (I)
DATOS
Luego de sus estudios primarios, estudia en el taller de dibujo y litografía de la sociedad Filantrópica del Guayas, un año más tarde se matricula en la Escuela de Bellas Artes.
En el Colegio Bellas Artes de Guayaquil conoce al alemán Hans Michaelson, cuya principal característica es pintar con gruesos pegotes de óleo. Michaelson es una de las influencias centrales de su obra.
Su primera exposición personal la presenta en 1952, con apenas 22 años de edad, en la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas. Tres años más tarde fue becado por el gobierno ecuatoriano para estudiar en España.
En 1960 gana el IIPremio Internacional de Pintura Abstracta celebrado en Suiza, firma contrato con el marchante suizo Georges Kasper. Viaja a Suiza y se instala en Morges. En 1961 participa de la exposicipón junto a Joan Miró, Salvador Dalí y Eugenio Granell. El año siguiente expuso en la feria de Nueva York. En 1964 regresó al Ecuador. Sus obras están en algunos museos de España y otros países del mundo.