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El Telégrafo
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Rubira invierte la subjetividad de lo sagrado

El artista integró el colectivo La Limpia, agrupación que trabajó distintas exhibiciones y constituyó un proceso de autoformación.
El artista integró el colectivo La Limpia, agrupación que trabajó distintas exhibiciones y constituyó un proceso de autoformación.
Foto: Eduardo Escobar / El Telégrafo
23 de enero de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

La iglesia de Santo Domingo se reconstruyó más de cinco veces luego de los ataques piratas y los incendios. El primer templo católico de Guayaquil —construido por la Orden de Predicadores dominicos en 1548— intentaba sobrevivir a las adversidades de una ciudad calurosa construida en madera y mangle. En la construcción que permanece, en la subida del cerro Santa Ana, se impone el mito: su arquitecto, el italiano Paolo Russo, habría tomado la estructura de la madera quemada para rehacer la estructura religiosa.

Luego de 178 años, Stéfano Rubira (Guayaquil, 1978) retoma la idea del mito del desastre, la construcción de madera acabada por el fuego y el poder de la religión, su entretejido en el desarrollo de la sociedad. Entonces, toma el púlpito diseñado por Russo, originalmente hecho en mármol blanco de Italia en combinación con uno rojo de Cuenca. Rubira hace un boceto en sanguina para tallarlo en madera e invertirlo, lo saca de su reducto sagrado y lo profana. Lo llama Púlpito (diálogos subjetivos).

El artista parte de la idea de que las “grandes teorías de Estado tienen un origen teológico. Hay una secularización de la fe que la asume el Estado, hay todo un entretejido entre estas ideas que parecen polares y son muy complejas en la construcción de una subjetividad -social-”.

El subcomandante Marcos, el portavoz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional mexicano, dijo que “el poder pudre la sangre y oscurece el pensamiento”. Para Rubira, ir contra la subjetividad de una persona —constituida por lo religioso— es asesinarla.   

A Rubira no le interesa crear un relato nuevo, su obra está marcada por un rescate de lo perdido, menospreciado, oscurecido, para poder llevarlo a una nueva discusión, o “al menos intentarlo”, dice. En Púlpito (diálogos subjetivos) hay un gesto que surge de esa relación entre lo profano y lo sagrado. Considera que lo profano consiste en restituir al uso cotidiano un objeto “que nos ha sido quitado porque relacionamos lo sagrado con la religión, no con el ser humano, no con el individuo; la idea es que lo sagrado pueda volver a ser un tema individual, si pudiéramos secularizarlo empezaríamos a considerar a quienes nos rodean como algo sagrado, entonces nace una nueva ética”, dice el artista.

Desde sus primeros trabajos, hace quince años, reconoce un marcado interés en la memoria histórica, por narrar aquello que se había perdido en el relato oficial. Con esa premisa formó junto a Óscar Santillán, Félix Rodríguez, Ricardo Coello y otros artistas el colectivo La Limpia. “Considerábamos que no estábamos en nada. No había Universidad de las Artes, tenías que seguir una carrera alterna, en esa carencia  del medio te obligabas a buscar cosas. La Limpia fue una manera de autoformarnos y pensamos en ese momento”, relata Rubira. Entonces, se empieza a formar un trabajo que se vincula a lo social como campo de investigación pero no como un marco de interés de la obra. Se evidencia en Curaciones, presentada en 2004, una serie de pinturas e instalaciones que tienen el pigmento de la Violeta de Genciana, como una forma de capitalizar sus virtudes terapéuticas, al curar metafóricamente la memoria y hurgando en el potencial lírico que evocan determinadas fotografías históricas extraídas de fuentes documentales e imágenes del álbum familiar.

En 2012, hace Transmisión, una serie de bocetos a lápiz de figuras de la modernidad, de la cual excluyó un púlpito. Lo había hecho como una figura representativa de la relación de la humanidad con el poder y la modernidad, pero el resto de figuras se anclaban de forma más precisa en la idea del uso de la razón que trae la doctrina filosófica.

Ahora lo presenta tallado y solo en concordancia con los diálogos subjetivos que marcan al hombre. El objeto de 300 libras y más de tres metros de largo fue tallado por los maestros Manuel Pillajo y José Luis Villalva, de aquellos que se encuentran poco dedicados a esta actividad menos comercial que la ebanistería.

El proyecto de Rubira fue uno de los ganadores de los fondos concursables, entregados por el Ministerio de Cultura y Patrimonio, en 2015. Se expone en la Galería de Arte NoMínimo hasta el 14 de febrero. (I)   

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