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Durante los últimos 3 años, al menos 10 casas se han convertido en espacios escénicos en Guayaquil

"Sostener las Casas-Teatro es hacer una guerrilla cultural"

La Calderachamánika trabaja distintas propuestas teatrales en Casa Vicho, con Martín Peña como guía.
La Calderachamánika trabaja distintas propuestas teatrales en Casa Vicho, con Martín Peña como guía.
Foto: Cortesía
13 de junio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

El  dramaturgo argentino Javier Daulte consideraba que el teatro teje lazos sociales sin que los espectadores lo noten. Es una actividad que se consume en grupo y, más allá del didactismo (capacidad de educar) que planteaba el alemán Bertolt Brecht, para Daulte, el valor del teatro, “su existencia y supervivencia dependen de crear algo atractivo”, dijo en una entrevista con este diario durante una visita a la ciudad, a propósito del montaje de su obra ‘Caperucita, un espectáculo feroz’.

La condición de ‘atractivo’ que Daulte le atribuye a una propuesta teatral está vinculada con el espacio, dentro y fuera de escena. En Guayaquil, durante los últimos 3 años se ha puesto en evidencia esta noción desde sitios más pequeños –casi siempre casas convertidas en escenarios y con más espacios de socialización– que un teatro tradicional y con obras de distintos formatos y géneros. Estos además están modificando la forma en que los actores y dramaturgos plantean sus obras.

La efervescencia de estos lugares lleva a pensar su sostenibilidad, pues en casos como la Casa Clandestina la oferta claudicó antes de cumplir un año. Otros espacios, en cambio, se sostienen sin una programación constante. De acuerdo a varios entrevistados, en la sostenibilidad de estos espacios influye la capacidad para generar y comunicar una agenda alternativa a organismos culturales institucionales; la promoción con la que trabajan y procesos paralelos de formación.

En 2014, Jaime Tamariz y Denisse Nader, a la cabeza de la productora Daemon, inauguraron Microteatro Guayaquil como un espacio de oferta teatral diversa y permanente. “El teatro es encuentro, no desencuentro. Considero que dividir el teatro en comercial por un lado y de investigación por otro es un concepto pretencioso, reaccionario y estancador. Aparte de que arte es todo eso. Una cosa y también la otra”, decía Jaime Tamariz sobre su propuesta y la capacidad para albergar obras en las que se impone el diálogo y otras más experimentales, sujetas a reacciones inesperadas desde el público, tras el efecto de romper la ‘cuarta pared’, aquella barrera más perceptible cuando el espectador está lejos del escenario.

Cristian Aguilera, en su monólogo ‘La piel del cordero’, presentado en Microteatro, recuerda enfrentarse a dos situaciones adversas. Al iniciar su actuación dentro de una funda de basura que se rompe para sacar al mendigo que vive dentro, una chica empezó a pedir desesperada que la dejasen salir. La aproximación a la escena la asustaba. El cuerpo metido dentro de una funda la perturbó. Él salió más rápido de lo acostumbrado, para darle paso. En la misma obra, cuando su personaje pide dinero a cada uno de los espectadores, uno de ellos le entregó un billete de $ 100. Al final de la actuación quiso devolverlos pero al hombre le conmovió tanto la escena que no lo consideró necesario.

Aguilera pasó de producir obras abstractas, sin textos, a escribir y plantear escenas más próximas al público. Su paso de la escuela de Muégano, que dirigía la carrera de Teatro del ITAE (Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador), donde estudió, a Microteatro Guayaquil, le ayudó a abrir el horizonte. “En Micro va mucha gente de televisión y muchos actúan como en tv. De donde yo vengo, teatro y televisión, no es lo mismo, es una cuestión más íntima. Nosotros (a través de la productora El Taller de los Cedros que gestiona con Itzel Cuevas) intentamos compenetrarnos con el ambiente, con cualquier público que sea parte del hecho teatral”, dice Aguilera.

La apertura de lugares permanentes como Microteatro ha generado que actores como Aguilera y Cuevas trabajen propuestas breves en mayor medida. Aguilera dice que hacerlo “es una manera de montar y ganar algo para decir que vivimos del arte. Es verdad que eso quita tiempo para los proyectos largos, pero en algún momento dejaré el micro, para organizarme y hacer obra larga”.

La artista agrega que uno de los factores para captar público con sus propuestas es tener su propia comunicación a través de redes sociales, por ejemplo. “En micro se gana si te marqueteas bien, salir en redes, publicitarlo, hacer el boca a boca y todo el trabajo de un community manager” es fundamental.

En la mayoría de los casos, a diferencia de los teatros formales de la ciudad, estos espacios manejan acuerdos de porcentaje de taquilla con los actores. Además, lugares como El Altillo, espacio inaugurado a inicios de este año en el centro de la ciudad (Esmeraldas y 9 de octubre) han permitido a los grupos tener también un sitio de ensayo, abierto a acoger de talleres.

“El eje fundamental de este espacio es que permite la formación, tanto en danza o teatro, como en otras artes. Planeamos tener una diversidad de actividades que permitan el desarrollo de los artistas, que posibilite  compartir experiencias y la formación con otros gestores del mismo nivel, de la ciudad, que quienes vengan de paso por el país tengan un lugar para hablar de su trabajo”, dice Parra.

Como promotora de El Altillo, ella considera que la sustentabilidad de estas casas-teatro está dada por estas actividades que favorecen a la comunidad también. Esta posibilidad se concreta cuando, al terminar una obra de teatro, el público pueda compartir dudas con el artista, lo cual genera un vínculo y una sinergia que despierta el interés por la creación local.

Para Parra, estos espacios no nacen como una oposición a teatros institucionales de la ciudad, pero sí buscan establecer cercanías con el público que los otros no generan de forma constante. La gestora cultural  considera también que uno de los factores clave para la sostenibilidad de estos espacios es generar una red que permita difundir sus agendas y ganar una coordinación conjunta que permita acoger artistas de otras ciudades e internacionales en una especie de gira local, de manera que se refuercen sus agendas y la oferta cultural.

Cristian Levi dirige las producciones de La Calderachamánika en Casa Vicho, un espacio con encuentros esporádicos. Él considera que si algunos espacios de este tipo han fracasado en sus propuestas se debe a un trabajo poco experimentado. “Aquí tienes que tener las reglas claras, así sea una escena informal. Conocer las dinámicas escénicas, al público, no puedes ser clasista. Hay muchos lugares clasistas, donde siempre vas a ver en todas las muestras a la misma gente. No hay posibilidades de llegar a un colegio, a tu medio circundante, según donde queda el espacio, no generan el acceso para que gente que no tiene una aproximación al teatro la tenga. Yo siempre tengo público nuevo”, comenta Levi.

Sostiene que una de las claves es la comunicación, para lo cual ellos trabajan en el diseño de la fotografía de acuerdo a la necesidad de cada proyecto a presentar.
Para Aguilera, que estos espacios puedan sobrevivir es vital para la escena artística de la ciudad, considerando que “Guayaquil adolece de espacios. Estamos formando una escena cultural, actoral, cinematográfica, que no hay. Estamos construyendo lugares de acción, así como el Micro y otros que te presten su plataforma para presentar tu obra. Uno se las ingenia para presentar propuestas que puedan tener un público. Los espacios-casas, terrazas, lugares privados son como una guerrilla teatral, una guerrilla cultural. Yo propongo eso”. (F)   

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