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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Sin zapatillas de ballet y tutú también se hace danza

Algunos críticos dicen que la noción de lo contemporáneo inició después de la Primera Guerra Mundial, cuando Isadora Duncan optó por bailar descalza, apartando las clásicas zapatillas de ballet y con una sencilla túnica como atuendo, en vez del famoso tutú.

Esta disciplina, que es portadora de una importante función, la comunicación, inició como una reacción en contra de las posiciones clásicas y rigurosas del ballet, pero a medida que ha pasado el tiempo ha fragmentado el modelo establecido originalmente y ahora es un arte que utiliza el cuerpo como un instrumento de expresión emocional y que se nutre de otras prácticas (teatro, música, etc.) para crear una dinámica llena de energía, gestos y apropiaciones.

Localizar la danza contemporánea en Guayaquil no es difícil, los personajes que se desenvuelven dentro de esta disciplina se conocen todos, o casi todos. Carolina Pepper es una de ellos, inició en el mundo de la danza a los tres años, pero fue a los quince cuando tuvo su primer acercamiento con lo contemporáneo. “Un día llegó Lucho Mueckay a Guayaquil y empezó a dar cursos de contemporáneo en la Casa de la Cultura y yo me pase a recibir clases con él”, comenta Pepper, quien desde entonces dejó las zapatillas de ballet por movimientos que alcanzan cada segmento del cuerpo, y se dedicó a perfeccionarse viajando a otros países, a recibir talleres, cada vez que puede y a dar clases.

Luis Mueckay, bailarín de danza contemporánea y co-fundador del colectivo de danza y teatro Sarao, recuerda que su regreso definitivo al país se dio en 1988, pero antes de eso ya existía un notable desarrollo de la danza contemporánea en la capital, por algunos solistas y agrupaciones. Mueckay rememora cómo su primera presentación en el Teatro Centro de Arte dejó “extrañados” a muchas personas del público, que no entendían esa nueva y “rara” forma de movimiento escénico, ya que hasta ese momento en Guayaquil la preponderancia continuaba llevándola el ballet, la danza folclórica, el  flamenco y un estilo de jazz de revista con notorias bases en lo clásico.

Luego de eso Lucho, como lo conoce la mayoría de personas, decide quedarse en su ciudad natal y dictar talleres formativos en diversos lugares de la urbe. A la par, Sarao cobra fuerza con el ingreso de los bailarines Jorge Parra y Tani Flor, y actrices como Marina Salvarezza y Mirella Carbone, de Perú.

El escenario de la danza contemporánea parecía empezar a dar sus frutos en el puerto. Mueckay empieza a dirigir la escuela de ballet de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas y junto con Sarao surgió la primera generación de bailarines contemporáneos de Guayaquil.

Sin embargo, en la actualidad el escenario ha cambiado un poco. En un lapso de más de dos décadas surgieron y desaparecieron agrupaciones, aumentó el número de bailarines y coreógrafos contemporáneos, pero también la mayoría de estos terminaron emigrando de Guayaquil o del país. Para bailarines de larga trayectoria como Jorge Parra, director de la corporación Zona Escena, la situación actual de la danza contemporánea en la ciudad es preocupante. Dice que a las autoridades culturales e incluso a los mismos bailarines les falta más autonomía, menos concesiones, más creadores y mejores espacios de formación, para cambiar la mentalidad de la gente que estudia danza -aunque considera que hay unos pocos dedicados con seriedad y respeto- . “Falta mística, rigor y pasión por este arte; hay unos pocos muy emprendedores, pero eso no es suficiente”, manifiesta.

Jenny Carvajal, bailarina contemporánea, cree que esta disciplina está “avanzando”. Ella siente que el panorama artístico de la ciudad está mejorando, ya que cada vez es más recurrente que lleguen a Guayaquil bailarines importantes del extranjero a dar talleres; sin embargo, asegura que lo que hace falta en la ciudad es una compañía, “de ese modo el trabajo de los bailarines y coreógrafos podrá ser recompensado económicamente, porque aquí es muy difícil solo vivir de la danza”.

Como otras artes escénicas, la danza de Guayaquil ha sido relegada en mucho tiempo por centralismos y falta de apoyo decidido, así lo ve Lucho Mueckay, quien cree que este arte está reinventándose, “por rehacerse, por ser batallado”. Mueckay, maestro de muchos bailarines, considera que aún se tienen que vencer prejuicios culturales donde la técnica solo sirve para atraer estatus, preciosismo, clonación de cuerpos o “enriquecerse con mínimos esfuerzos”. Pese a ello se reconoce optimista y cree en los cambios que se están dando, como la creación de la  nueva Universidad de las Artes, que estará en Guayaquil y pretende cubrir este vacío.

Carolina Pepper concuerda con el hecho de que se están generando espacios académicos que ayudan al crecimiento de este arte, ya que para ella, como para muchos bailarines, la danza contemporánea es la más intelectual de las danzas. “Hay una manera más consciente de trabajar con el cuerpo, de qué estás haciendo y por qué”. Y es que el cuerpo del bailarín contemporáneo no solo que debe tener condiciones corporales óptimas, sino que debe aprender a conducir energías y habilidades creativas que le permitan  trabajar con un coreógrafo o convertirse en uno sin someterse a la tiranía de la imitación.

En Guayaquil probablemente no se puede hablar de un movimiento consolidado, pero hay quienes deciden bailar sin zapatillas, con otro vestuario, demostrar que la danza contemporánea no es hija del ballet, que es su propia hija, es creación, ruptura, innovación y pasión.

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