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El Telégrafo
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Sin pensamiento no hay entretenimiento

Sin pensamiento no hay entretenimiento
05 de septiembre de 2013 - 00:00

Carta abierta a Johnny Czarninski:

Estimado Johnny, en días pasados las y los cineastas del Ecuador hicimos pública una carta donde le invitábamos a revertir su decisión de no exhibir el documental La Muerte de Jaime Roldós en Supercines.

Ese mismo día usted hizo público un comunicado donde explica que Supercines, por ser una empresa “de entretenimiento y no de comunicación”, procura evitar “la proyección de documentales, películas y comerciales cuyo contenido implícita o explícitamente pueda entenderse como de carácter político…”.

Como guionista y directora de cine pero, sobre todo, como espectadora, su declaración me generó un profundo desconcierto cargado de preguntas como las siguientes:

¿Qué sería de la industria del entretenimiento sin las películas de contenido explícitamente político como Argo, Lincoln, La tierra hostil, La cortina de humo, Poder absoluto, JFK, Nixon, La lista de Schindler, Ghandi o la clásica Todos los hombres del Presidente, por mencionar solo unas cuantas?

¿Y qué sería de esta industria sin las películas de contenido implícitamente político como La Guerra de las Galaxias, donde el Imperio es la fuente del mal, o Avatar e incluso Ice Age, donde se alude, en clave de fábula, a conflictos derivados de la desmedida ambición de progreso de nuestra civilización?

Coloco ejemplos del cine de Hollywood porque es el que sostiene el negocio de cadenas como Supercines, pero lo mismo cabe decir del cine de cualquier lugar del mundo: evitar lo político implicaría eludir todos los conflictos de poder que nos constituyen como seres sociales, es decir, dejar de pensar.

Me atrevo a preguntar, entonces: si el contenido político es inevitable, incluso en los filmes de Hollywood que su cadena exhibe cada semana, ¿cuál es la diferencia entre estos filmes y La Muerte de Jaime Roldós? Y me atrevo a responder: la diferencia es que el contenido político de La Muerte de Jaime Roldós nos incomoda porque nos interpela como sociedad que se piensa democrática. Y me atrevo a sugerir: esa incomodidad, lejos de ser una razón para no exhibirla, tendría que ser la principal razón para exhibirla.

Lo otro sería retroceder a las prácticas de una era que hoy se recuerda como la más oscura de la historia de Hollywood: la del “macarthismo”, cuando, en el país de las libertades políticas se persiguió y excluyó de la industria del cine a guionistas, directores, actores y productores, precisamente por sus ideas políticas.

Me atrevo, entonces, a insistir: la exhibición de “La Muerte de Jaime Roldós” en Supercines sería recibida por el medio audiovisual como un gesto democrático y de respeto por nuestro trabajo, como cabe esperar de una empresa comprometida con el presente y el futuro de nuestro cine y de nuestro país.

Usted y yo sabemos, Johnny, que no hay industria del cine sin arte cinematográfico y que el arte es, necesariamente, una invitación a pensar. Sin pensamiento… no hay entretenimiento.

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