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El tras cámaras se transmite en la serie ‘desde adentro’, de gama tv

‘Sin muertos no hay carnaval’ invade Guayaquil

El filme tiene 40 locaciones en Guayaquil, una de ellas es en el Barrio del Astillero, al sur de la ciudad. Foto: William Orellana / El Telégrafo
El filme tiene 40 locaciones en Guayaquil, una de ellas es en el Barrio del Astillero, al sur de la ciudad. Foto: William Orellana / El Telégrafo
21 de abril de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Tercer día de rodaje, tres de la tarde y lo que nadie en el crew se esperaba está pasando. “Pero así es el clima de Guayaquil, y llueve”, dijo Bertha Navarro, la mexicana que está en la ciudad para producir la película ‘Sin Muertos no hay Carnaval’, con Sebastián Cordero.

Es la tercera película que trabaja con el cineasta ecuatoriano, confía en él como lo hizo con los proyectos de su compatriota Guillermo del Toro, cuando decidieron continuar sus producciones juntos a pesar de la bancarrota.

Esto ocurrió luego de su primer filme con el que, tras una crisis, su deuda con la banca subió de 150 mil pesos a más de 1 millón.  

Cordero ha dicho que esta es una producción ambiciosa. Quienes lo conocen saben que lo que sigue después de su última película es siempre algo más grande y la última fue ‘Europa Report’, un viaje de tensiones al cuarto satélite de Júpiter.   

Esta vez, el guión que Andrés Crespo trabajó desde 2007, y que luego de dos años Cordero aceptó dirigir, es un thriller. Gira alrededor de una invasión en Monte Sinaí por la que se produce un conflicto entre los dueños de las tierras:la familia Baquerizo y Miranda, representadas por Daniel Adum, como Emilio Baquerizo; Erando González y Víctor Aráuz, como los Miranda.

El abogado Lisandro Terán, interpretado por Andrés Crespo, está buscando sacar provecho de los invasores y de los dueños de la tierra. En medio de esto se desarrolla una historia al estilo de Romeo y Julieta.

Según Cordero es un filme de grandes personajes, en los que se refleja un síntoma de la ciudad y con lo que se retrata Guayaquil. Se explora el problema de las invasiones y los conflictos morales que vive la gente en una situación así. Es una película en la que la justicia es una moneda en el aire que va cayendo y tiene las posibilidades de cerrar el plano de cualquiera de sus lados.

Con sus películas, Cordero ha ido juntando un equipo en el que confía. No es de los directores que grita ni se impone, lleva un diálogo continúo con los actores, productores, con su equipo. Si hay egos, se quedan de lado. “Sabe que no está haciendo solo la película y que necesita tanto de su productor, de su productora como de la gente que está moviendo las luces”, dice Arturo Yépez, productor quiteño que empezó su trabajo con Cordero precisamente en Guayaquil, con ‘Ratas, ratones y rateros’.

“Nosotros como productores tenemos que tener una visión macro de lo que es la película. Sebastián está fijándose en el cuadro, está pensando cómo va a cortar con el otro. Nosotros tenemos que pensar  en el gran contexto de la película que tenemos, en cómo eso aporta o no y hay que tomar decisiones. Hay mucho de toma de decisiones”, reitera Yépez.

Hay más de 100 personas en el Cementerio General de Guayaquil y el agua le llega al equipo de producción a los tobillos. “No estábamos listos para esto”, agrega.

Empezaron a buscar las carpas, las botas, las losas. Hay que seguir grabando, no es posible que el plan de rodaje se desbarate con la lluvia. Al final queda una de las mejores tomas del filme. Un entierro con lluvia conmueve e inunda el peso de la muerte.   

Al cuarto día de rodaje el clima parece hacerles una pasada. Como todos los días, Arturo Yépez llega a la locación, esta vez en el tradicional barrio del Astillero, a “abrir llamado”, la hora programada en que todos deben llegar para empezar a armar el set y encender la enorme Alexa, una cámara digital para hacer cine. Se graban los primeros planos del día. Están esperando la llegada de una actriz de televisión que se integra al rodaje. Yépez habla con el productor de su canal para que la dejen salir, mueve las piezas para avanzar el rodaje. Cuando la actriz llega ya es tarde y aunque es una escena muy complicada por filmar, el retraso no es lo que los lleva al borde de los nervios.  

Yépez recibe una llamada. Algunos implementos técnicos con los que tenían previsto grabar, más que nada filtros y materiales que no se encuentran en Ecuador, se complicaron con las salvaguardias arancelarias adoptadas por el Gobierno. Algunos elementos presupuestados costarían el 32%, 5% o 45% más. Intenta resolverlo por teléfono.

En el set, una gran tela se alza sobre barrotes de madera, cruza la calle, pero empieza a romperse y uno de sus soportes cae cerca de un actor. Empezó a llover, otra vez.

Hoy se cumplen 30 días filmando. Quedan 14 para que el guión esté en su última página y ningún evento ha detenido el rodaje.

La humedad y el calor de Guayaquil solo agotan las baterías, jamás al equipo.

El rodaje se mueve por más de 40 locaciones y las que se improvisan una vez que algunas se cancelan. En la práctica la gente no sale en el cuadro, pero está ahí, siempre observando. Arturo Yépez dice que es un proceso de diálogo, pero entiende que ellos son los invasores. “Nos estamos tomando las calles”, dice Yépez. (I)

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