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Simón Bolívar, más que ficción

Simón Bolívar, más que ficción
24 de julio de 2019 - 00:00 - Isabel Hungría

Victor Von Hagen, Indalecio Lievano y William Ospina son solo algunos de los antropólogos, historiadores o escritores que le han sacado punta a su lápiz para perfilar la vida de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco. Y lo mismo ha hecho Netflix con los 60 capítulos que ha editado sobre él en una serie que parece más una novela que un biopic.

“Tengo la absoluta certeza de que los venezolanos van a sentirse muy orgullosos del Bolívar que contamos”, dijo en lo que puede llamarse alegato de defensa la libretista de la serie, Juana Uribe, ante la arremetida previa de Nicolás Maduro. 

El presidente venezolano juzgaba la calidad de la serie cuando aún no había sido estrenada con una frase insidiosa: “Las televisoras de la oligarquía colombiana van a inaugurar la serie de Bolívar. Cuántas mentiras, difamaciones y basura pondrán”.

La crítica, lejos de menoscabar el prestigio de la producción (estrenada el 24 de junio) despertó el interés de la audiencia, que vio con estupor cómo el autor de la extemporánea censura se retractó: “confieso que me puse a ver la serie Bolívar. Me pareció atractiva, bien producida y colorida”. 

Más allá de la polémica, se puede decir de Bolívar que su vida estuvo matizada por decisiones propias de quien sigue los designios de su corazón y por bifurcaciones inherentes a las circunstancias.

¿Pero cómo valorar a Bolívar en su justa dimensión sin la estridencia política? 

Retratar al Libertador es una empresa ardua y compleja, ya que su figura está marcada por los avatares propios de una existencia tan intensa como ambivalente.

Nació en el seno de una familia acaudalada; creció al amparo de sus queridas esclavas y estudió a los exponentes de la Ilustración. Esos detalles sumados al hecho de que vivió de espaldas a la fútil aristocracia propiciaron la simbiosis para que siendo un mantuano (el grupo de criollos poderosos) se decantara por las ideas libertarias. 

Y como epílogo tuvo en su maestro Simón Rodríguez al radical revolucionario que le inoculó la llama de la Independencia.

Sintió una profunda admiración por Napoleón Bonaparte, de quien aprendió que un buen orador podía conquistar el mundo: el que sabe comunicarse tiene el poder.  Y así fue que convenció a los criollos de que la causa libertaria era la solución para que no tuvieran que pagar más impuestos a la corona. Ya Andrés Bello, otro enamorado de la independencia, le había dicho cuando fue su maestro lo importante que era la dialéctica.

Las disyuntivas atraviesan la existencia del libertador: vivió como un auténtico sibarita cuando viajó a Europa, pero llevó una vida austera cuando las campañas libertarias así lo exigieron; rechazó el dominio español, pero se enamoró profundamente de la española María Teresa del Toro,  la única mujer con la que se casó. Luego de que ella muriera (de fiebre amarilla, en Caracas) prometió no volver a casarse, cumpliendo cabalmente dicho voto pero entregándose libremente a la pasión de amores efímeros: Fanny, Isabel, Josefina (Pepita), Anita, Bernardina...

Efímeros hasta que conoció a Manuela, La Sáenz, su “amable loca”. Si bien Bolívar continuó con sus deslices amatorios, Manuela fue su leal y ubicua amante. Así se desdoblaba Bolívar, pero siempre movido por una pasión porque no era un ser maleable.

Alexander Von Humboldt, a quien Bolívar conoció en Europa, le mostró la América que él desconocía. “Señor Bolívar, usted conoce más territorios de ultramar (Europa) que los propios llanos venezolanos”. Aquella frase taladró la mente del joven libertador.

Como humanista, astrónomo, naturalista y explorador, Humboldt veía a América con ojos fascinados. Y Bolívar dijo de él en una suerte de frase proverbial: Humboldt ha visto en tres años en América más de lo que han visto los españoles en tres siglos juntos.

También se le atribuye a Bolívar el sentido de justicia; de ahí que decidiera promulgar constituciones cada vez que tuvo el poder. “Donde está Bolívar está la República”, manifiesta el escritor William Ospina al analizar su legado. El eurocentrismo caricaturizó su figura sin entender que en América hasta la naturaleza conspiraba para constituir la gran nación que él deseaba.

“Las fronteras naturales, formadas por la cordillera de los Andes y la selva amazónica, eran ya de por sí un gran escollo para la creación de la gran nación”, plasma el escritor colombiano en su libro En busca de Bolívar.        

En Los Retratos de Bolívar lo describen como criollo. “En su rostro no se percibían características del negro ni del indio. Tenía un color de piel frecuentemente hallado entre los meridionales. Blanco, ligeramente dorado y quemado por la intemperie tropical”.

“El general es todo menudo y nervioso. Tiene la voz delgada pero vibrante. Y se mueve de un lado a otro, con la cabeza siempre alzada y alertas las orejas. Su aspecto exterior predispone en su contra. Todo él es flaco y desmedrado. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos; cuidados con esmero; las patillas y bigotes rubios”.

“Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando estaba irritado. Bolívar tenía siempre buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie”. Así lo describen en líneas generales el militar José Antonio Páez, el político irlandés Daniel Florencio O’Leary y el historiador José Rafael Sañudo. 

Bolívar medía físicamente 1,68 metros; sin embargo, a juicio de muchos historiadores, era grande, humano y endiabladamente persistente.

El estrés de las batallas y los dilemas políticos no permitieron que Bolívar posara para un pintor.

El investigador Óscar Padua dijo sobre la reconstrucción de su rostro, tarea encomendada por el extinto Hugo Chávez (tuvieron que exhumar sus restos) que la pretensión del expresidente era anular la imagen más genuina del Libertador realizada por el pintor limeño José Gil Castro. El mismo Bolívar acreditó la fidelidad del retrato: “fue hecho con la más grande exactitud y semejanza”.

Nació un día como hoy, 24 de julio (1783),  en Caracas y murió el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta (Colombia). 

La libertad de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia reposa sobre sus fatigas. Fatigas que estuvieron acompañadas de pobreza, persecución, amebiasis, tuberculosis y vanidad. “Oh, mi gloria”, se lamentó cuando fue desterrado por segunda vez. 

¿Héroe o tirano? Ante su séquito de admiradores o de detractores, que se emocionan con las loas o se enfurecen con las ofensas que le dedican, todo pasa por el tamiz de la subjetividad y por la retórica demagógica de la época. ¿Cuál será la próxima serie que graben sobre su vida? 

Entre récords y el meollo intelectual de la revolución

Peleó en 472 batallas. En seis ocasiones fue derrotado. Navegó 123.000 kilómetros, más de la distancia navegada por Colón y Vasco de Gama juntos.

Cabalgó una distancia lineal de 6.500 km, es decir media vuelta a la Tierra, aproximadamente. La distancia que recorrió equivale a 10 veces más que Aníbal, tres veces más que Napoleón y el doble de Alejandro Magno.

Sus ideas fueron escritas en 92 proclamas y 2.632 cartas, muchas de ellas dictadas de forma simultánea y en diferentes idiomas a distintos secretarios.

El fondo intelectual de la revolución era derrotar a España; constituir un gran imperio mitad democrático mitad feudal que mediante una política común se transformara un día en los Estados Unidos de América del Sur, y con la nueva forma de gobierno presenciar la aparición de una nueva raza.

“Los lazos que nos unían con España han quedado cortados y no somos indios ni europeos, aunque tenemos algo de unos y otros”, proclamó Bolívar. (I)

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