Tras 20 años, "Sex and The City" aún enamora
Esta fue la historia del fin del amor en una ciudad que lo prometía todo, Nueva York. Ya nadie tenía desayunos en Tiffany’s ni aventuras amorosas como en la cinta An Affair to Remember, de Leo McCarey. La era de la inocencia había terminado y, con esta nueva época, también surgía un grupo de cuatro mujeres deseosas, contradictorias, sexualmente activas, emocionalmente rotas y llenas de referencias culturales y clichés.
Sex and the city –la serie basada en el libro homónimo de Candace Bushnell y adaptada a la televisión por Darren Star– cumple 20 años desde que fue trasmitido su primer capítulo por HBO en el verano de 1998. El programa fue la más radical antesala para los grandes tópicos que se hablarían con mayor comodidad en el siglo XXI: feminismo, cultura pop, homosexualidad, drogas, críticas a los modelos convencionales de familia, prostitución, arte contemporáneo, entre otros.
El cuarteto de amigas compuesto por Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), Charlotte York (Kristin Davis), Miranda Hobbes (Cynthia Nixon) y Samantha Jones (Kim Cattrall) develó –sobre todo para el público latino– moldes atípicos de mujeres autónomas que apostaban por el placer antes que por el amor romántico, aunque algunas veces fue al revés.
Carrie –una mujer hedonista que confió hasta el final en un hombre (Mr. Big) que la decepcionaba, pero que respetaba su individualidad– fue la escritora que cumplía el rol de antropóloga sexual en una ciudad cada vez más egoísta, gentrificada y liberal; Miranda fue la abogada graduada con honores en Harvard que estaba obsesionada con su trabajo y cuyo cinismo y pesimismo hacían de ella una mujer que descreía del amor utópico; Charlotte fue una comisaria de arte con los mayores (pero necesarios) clichés, que la convirtieron, quizás por eso, en uno de los personajes más auténticos de la serie: en su desesperada búsqueda por un hombre ideal, terminó casándose con un tipo que le prometió sana felicidad; y Samantha, cuyo feminismo parecía provenir de un manual de Camille Paglia, fue una relacionista pública que ponía, antes que nada, el cuerpo ante cualquier situación: el goce fue el centro de su ética personal, laboral y sexual.
Los primeros capítulos de la serie –en los que Nueva York aparecía como una ciudad genuinamente gastada, el libreto aún estaba en construcción, los diálogos eran menos elaborados y las alusiones al arte no eran tan pretenciosas– fueron los más aclamados por la crítica, a diferencia de la última temporada y de las dos películas posteriores al programa, cuando los personajes cayeron en estereotipos gratuitos.
Sex and the city, sin embargo, no ha dejado de convertirse en una escuela sentimental; no ha dejado de proyectar la imagen de que existen mujeres complejas que pueden amar la escritura tanto como los zapatos que guardan en su clóset. (I)