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Sacachún pidió su restitución tres veces

San Biritute, el puente de retorno de los dioses guancavilcas

Los habitantes de Sacachún durante el retorno de la figura guancavilca, que estuvo en Guayaquil desde 1952, por iniciativa de Francisco Huerta Rendón.
Los habitantes de Sacachún durante el retorno de la figura guancavilca, que estuvo en Guayaquil desde 1952, por iniciativa de Francisco Huerta Rendón.
archivo / el telégrafo
19 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Sergio González busca tornillos en una botella plástica repleta de elementos que, en algún momento, le sirvieron para la carpintería, uno de sus tantos oficios. Trabaja en un banquito de madera para sentarse a pasar la tarde afuera de su casa. Desde allí ve el monumento devuelto, el San Biritute, el tótem fálico que le arrebataron a Sacachún, su pueblo, cuando él era apenas un niño. Un arqueólogo tenía como aspiración hacer la ‘Avenida de los dioses guancavilcas’ en una calle citadina. La iglesia quería erradicar el culto a un dios que antecedía a su llegada.

González tiene 78 años, la piel tostada y sobrecargada de lunares en el pecho que contrastan con una cadena plateada y el dije de una cruz, como la que quedó sola, en la ausencia de San Biritute, durante su exilio al Guayas. La suya es de algún metal oxidable, la del pueblo de madera e incorrupta.

Recuerda que cuando era niño llegó por San Biritute un grupo de hombres que no estaba quemado por el sol como él, “los hombres blancos”. Sacachún, su pueblo, estaba de fiesta. Celebraban a San Gerónimo, como cada 30 de septiembre. “La gente estaba borrachita, se pusieron malcriados y les tiraron piedras”. Pelearon por San Biritute, el dios de sus ancestros y no dejaron que se lo llevaran.

A la semana volvieron en camionetas y con armas. El festejo había pasado y lúcidos vieron cómo se llevaron a la divinidad que hasta entonces hizo llover, trajo la fertilidad y milagros a quienes lo pedían. “¡No se lo lleven, carajo!”, gritaron, pero no sirvió de nada. Con la misma lucidez con la que vieron subirlo en una camioneta y protegerlo con colchones, reclamaron la figura hasta su regreso.

Algunos de los pobladores migraron ante la sequía y la falta de trabajo para manos jóvenes. González se unió a una orquesta que recorría la costa de la Península de Santa Elena. La dejó cuando aparecieron los disc-jockey y la gente dejó de contratarlos. Entonces, volvió a Sacachún como hace cinco años pasó con San Biritute.

La avenida de los dioses incomprendidos

En 1952 el arqueólogo Francisco Huerta Rendón llegó, junto al fotógrafo Olaf Holm, a Sacachún. Se hospedó en una de las treinta casas que conforman la única calle del pueblo y durmió en duras tablas de guasango. Los habitantes le contaron que sus antepasados cargaron por días con San Biritute desde el cerro Las Negras en una peregrinación festiva. Aquel monolito fue el centro de otras nueve figuras dispuestas en círculo, algunas de ellas, como San Biritute, con forma fálica. El lugar fue un centro ceremonial de la cultura Guancavilca (500 d.C. - 1530).

San Biritute trajo la primera de las grandes lluvias que revistió de verde los campos de Sacachún, llenó de agua sus albarradas ancestrales y reprodujo el ganado. La figura antropomorfa tallada en piedra con restos del mar, la más grande que se haya encontrado de su tipo (1,63 metros), sanaba, daba hijos y devolvía el período menstrual a quienes se les había interrumpido desde el centro de Sacachún. Las mujeres se frotaban en él desnudas para pedirle hijos. San Biritute cumplía.

La última vez que alguien lo azotó para que hiciera llover las mujeres gritaban en coro “¡No le peguen!”. El contacto del cuero del látigo y la piedra provocó chispas y lluvias torrenciales. Su verdugo tuvo fiebre hasta morir. Desde entonces nadie se atrevió a golpearlo. Sus virtudes se consagraron y en las festividades, como el día de los difuntos, le dejaban lista la comida, aunque no comiera nada.

Según Holm, su nombre extraño, sin relación directa con las denominaciones de la cultura Manteño-Guancavilca a la que pertenece, era la alteración fonética del latín ‘virtutis’: masculinidad u hombría. El doctor Julio Pimental Carbo dijo que su nombre vendría de la designación indígena ‘bairitu’ que significa “muy dorado”.

Cuando Huerta Rendón propuso que aquella figura única en su tipo debía estar en Guayaquil, junto a otras, la iglesia lo apoyó. Monseñor Silvio Haro estaba convencido de que mantener a San Biritute era sostener “el pecado de idolatría” frente a la capilla que ellos habían inaugurado del otro lado de la calle. “Si es santo por qué no lo meten a la iglesia”, había dicho un sacerdote de paso por Sacachún. Nadie nunca lo intentó. Sabían que San Biritute tenía otras dimensiones.

En su exilio “se lo puso inmediatamente en la avenida 10 de Agosto -escribió Huerta- en su intersección con la de Pedro Carbo. Trazamos el proyecto de verja ornamental que debía rodearlo (inspirada en motivos precolombinos), escribimos la leyenda para la placa por colocarse, preparamos los metales para que ambientasen la figura e intervino la política, quedándose San Biritute sobre un bloque de cemento, en completo abandono e incomprensión ¡Veleidades del destino! ¡Altibajos de la suerte! ¡Ni siquiera los dioses están libres de sufrirlas!”.

En la misma calle estuvieron durante algún tiempo la piedra ceremonial de los punáes (500 d.C.-1530), encontrada por un campesino en Campo Alegre, de la isla Puná. Junta a ella la ‘Tetona de Juntas’.

En esa calle el ahora arqueólogo Edmundo Aguilar tuvo su primer contacto con el tótem. Cada vez que pasaba por el centro, siendo aún un niño, miraba aquellas figuras curiosas sin comprender por qué estaban allí, ni quiénes eran. Durante el tiempo que San Biritute permaneció en la calle jugaron con él y hasta lo vistieron de los colores de la política de las campañas electorales de turno. Y a pesar de que San Biritute llegó a la ciudad para evitar que continúe su ritual, por las noches, a escondidas hubo quienes le pedían fertilidad y rozaban a escondidas sus cuerpos desnudos con la piedra fálica.

A principios del 90 lo guardaron en el Museo Municipal. Aguilar, que entonces hacía su maestría en antropología, visitaba Sacachún y armó un pedido de devolución. La generación que en su infancia vio llevarse al dios de sus padres no lo había olvidado, quería su regreso, quería que vuelva a llover como antes y regresen los que se fueron.

El entonces director del museo, Paco Cuesta, estaba de acuerdo con la devolución, pero desistió a los días. Los habitantes de Sacachún lograron hablar con el alcalde de la ciudad, León Febres-Cordero, quien les volvió a negar su retorno. “No creo que la Municipalidad llegue a institucionalizar una especie de ritual o algo que tiene símbolo sexual (...) si bien la Constitución consagra la libertad de cultos, pero cultos es una cosa y acciones de otra naturaleza va más allá de culto. Yo en lo personal creo que esta pieza histórica debe reposar en el museo”, dijo.

Hace siete años los habitantes de Sacachún pidieron un nuevo retorno. La población que lo vio irse en su infancia lo recibió con alegría en la vejez, el 16 de julio de 2011. “Yo le pido cosas cuando me enfermo”, dice Sergio González. Agripina Lino y su vecina cumplieron 80 y ya no le piden “porque estamos viejas. La gente que viene sí lo hace, se frota con él y San Biritute da”.

“San Biritute además de ser una figura prehispánica tiene esa magia”, dice Erika Espín, una de las personas que desde el Instituto Nacional de Patrimonio estuvo vinculada con su regreso. Ahora, la comunidad de Las Juntas y la de Puná quieren también pedir sus figuras, quieren el tótem de madera de guasango que está a la entrada del museo, ‘La tetona de Juntas’ y la piedra de lagartos. Buscan estar en contacto con sus antepasados, sostener la oralidad de sus tradiciones con sus dioses cerca. (F)

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