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El Telégrafo
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Ryuhei Kobayashi, 8 cuerdas de entusiasmo

El maestro Dante Anzolini dirigió la Sinfónica con el tema ‘Concierto para Orquesta’, del folclorista húngaro Béla Bartók, una obra compuesta desde la nostalgia del autor a la tierra que dejó para explorar la música.
El maestro Dante Anzolini dirigió la Sinfónica con el tema ‘Concierto para Orquesta’, del folclorista húngaro Béla Bartók, una obra compuesta desde la nostalgia del autor a la tierra que dejó para explorar la música.
Foto: Lylibeth Coloma / EL TELÉGRAFO
09 de febrero de 2018 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado

Hace dos años murió en Guayaquil, de un cáncer que daba por curado, el maestro japonés Ryuhei Kobayashi. Llegó a la ciudad en 1978 luego de una temporada de estudios de guitarra en Santiago de Compostela, sin imaginar que decidiría quedarse aquí el resto de sus días.

Este miércoles, en vísperas de su aniversario de muerte, los 83 músicos de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil (OSG), dirigidos por el maestro ítalo-argentino Dante Santiago Anzolini, le rindieron un homenaje.

En una ciudad que a veces peca  de olvidar demasiado rápido, en honor a Kobayashi, la Sinfónica sonorizó a Béla Bartók, ese folclorista húngaro que también dejó su patria por dedicarse a la música fuera de fronteras.

Anzolini adelantó antes de iniciar el concierto que Bartók escribió a su inicio sobre la obra “desde esta colina estoy observando donde quien más amé reposa, esta que reposa es la que fue la luz de mis ojos”.

Cuando Bartók dejó su patria murió su madre. La obra se llama ‘Concierto para Orquesta’ porque fue un encargo de Serguéi Kusevitski, el director de la Sinfónica de Boston, quien le pidió a Bartók una pieza con el deseo de hacer brillar su orquesta.

Para Anzolini, Kusevitski es su abuelo artístico y quien estrenó esta obra en diciembre de 1944, unos meses antes de que Bartók falleciera.

Bartók y Kobayashi fueron extranjeros en una tierra desconocida e indagaron en el folclor fuera de sus fronteras, jugaron con lo tradicional de sus países de origen para redimensionarlo.

Kobayashi prefirió siempre vivir cerca del río Guayas, en Guayaquil. Tenía un gato al que llamó Ame, que significa lluvia en japonés. Foto: Archivo / EL TELÉGRAFO

Kobayashi llegó a Ecuador en mayo de 1978 para ser el primer profesor de guitarra clásica de una institución pública, el Conservatorio Antonio Neumane, de Guayaquil.

Lo invitó Beatriz Parra, la cantante lírica que conoció en Santiago de Compostela, mientras él estudiaba la música flamenca y la guitarra con José Tomás.

Ya había ganado el primer premio del Concurso Internacional José Ramírez en España y tercer Premio en el Concurso Internacional de Alejandría, en Italia. Era un guitarrista talentoso, autodidacta y peculiar. Su guitarra era casi una extensión de su cuerpo, afectado por la polio en la pierna izquierda. 

Cuando llegó a Guayaquil sentía que pisaba un terreno desconocido, un lugar que se veía, en gran parte, sucio y desordenado. Desde entonces vivió cerca del río Guayas, por el Malecón, que, recordaba, por esa época, era la casa de muchos mendigos que en la tarde se bañaban en el río y en la noche hacían fogatas, que se veían en la línea costera.

A pesar del caos del cual se rodeaba, sentía que en el conservatorio estaba todo por hacer. Quería encontrar talentos y no rechazaba los métodos para hacerlo, a pesar de que en muchos casos no estaban acorde con lo que él prefería de la música, como cuando le enseñó a tocar rock en la guitarra clásica al curador de arte Rodolfo Kronfle.

La noche de su homenaje, en el Teatro Centro Cívico, estuvo uno de los alumnos de la primera generación que aprendió a tocar la guitarra clásica con Kobayashi.

José Vítores, ahora dedicado a la música desde Alemania, recordó las tardes en las que se reunían a escuchar música en la casa del maestro.

“Sí había gente que se reunía a escuchar música” y el profesor les grababa lo que preferían en casetes.

Ahora, que enseña un poco de lo que aprendió de Kobayashi, confesó que el entusiasmo de la época que compartieron con Kobayashi no lo ha visto repetirse en ningún lado. “En primer lugar el entusiasmo por aprender, muy común entre mis compañeros de esa generación de alumnos, nos arreglábamos por conseguir instrumentos, lo importante era tocar y aprender guitarra, mirar al maestro tocando su instrumento de 8 y su gran afición como ejecutante”, dijo Vítores.

Para Vítores, tal vez uno de los aspectos más inspiradores de la época en la que fue discípulo de Kobayashi fue la bohemia, una categorización que, tal vez ahora, podría sonar mal, pero que reconoce que en su caso era un espacio en el cual se aprendía más que en las clases. “Ir por un trago con Kobayashi era casi una obligación para nosotros”, después del concierto.

Kobayashi tocaba una guitarra de ocho cuerdas como una forma de innovación para la interpretación de temas clásicos, que usualmente se ejecutan en guitarra sexta.

En 2012 le detectaron cáncer linfático.

Confesó, en una entrevista con este diario, que fue un momento dramático porque visualizó su muerte, algo a lo que consideraba bastante lejano. En 2014 se proclamaba libre de la enfermedad.

Los siguientes años, hasta su muerte inesperada el 13 de febrero de 2016, planificó  trasladar su vida a la playa, en una casa que construía a su gusto, donde haría un huerto orgánico y buscaría talentos con más calma que en Guayaquil. (I)

Pasillo

The World of 8 Strings

El disco que lanzó en 2006 incluye temas que van desde Al Di Meola hasta ‘My Heart will go on’, del sountrack del Titanic. Entre  las grabaciones figura una versión del pasillo ‘Despedida’ del maestro Gerardo Guevara. 

40 años vivió en Guayaquil, luego de llegar por una invitación de Beatriz Parra para dar clases. 

Le gustaba el rock

El disco que grabó en 2006 desfigura la idea de que al intérprete no le gustaba el rock, pues interpreta el blues ‘Hey, Hey’, al estilo que lo hizo el músico británico Eric Clapton, en su unplugged.  

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