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Ecuador, 20 de Enero de 2025
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El Telégrafo
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Rosa Vivar: Líder de las huelgas de Portovelo

Rosa Vivar nació en Cuenca en 1890, hija de campesinos inmigrantes del poblado azuayo de Sígsig.

Siendo todavía muy joven se trasladó por razones laborales al Campamento Minero de Portovelo, en la provincia de El Oro, donde, desde 1896 la empresa transnacional de origen estadounidense South American Development Company (Sadco) inició sus actividades de extracción de oro y otros metales y minerales preciosos.

Conectado con las poblaciones aledañas de Zaruma y Piñas, el complejo de la Sadco contaba con cerca de 3 mil trabajadores, de los cuales aproximadamente 2 mil eran mineros, en un número que fluctuaba según el clima y las posibilidades concretas de explotación de los ricos yacimientos allí existentes.

Las minas de Portovelo se hundían a más de 300 metros bajo el nivel del suelo y en ella hormigueaba, en una oscuridad casi completa, una verdadera multitud de trabajadores andrajosos. La Sadco no ofrecía garantía ni seguridad social a sus trabajadores, quienes debían cumplir jornadas agotadoras de más de 8 horas al interior de las insalubres minas auríferas. Bajo estas circunstancias, eran recurrentes los maltratos físicos, los problemas de seguridad y de salud, principalmente, complicaciones respiratorias a las que se sumaban la tuberculosis, la anemia y la silicosis.

Igualmente tenían problemas de salubridad y de intoxicación, ya sea por la respiración en ambientes viciados o por el consumo de agua de vertientes contaminadas con desechos químicos. El trato inhumano convertía a los trabajadores prácticamente en esclavos, debiendo completar sus exiguos salarios con horas extras. Y frente a los recurrentes y comunes problemas de salud que impedían el normal desempeño de los mineros, éstos eran expulsados del campamento sin ningún recurso, obviamente sin indemnización alguna, enfermos y ya sin ningún hogar.

Reproduciendo las abruptas diferencias sociales del complejo, el establecimiento minero estaba dividido en tres sectores: el “castillo”, reservado solo para los gerentes y altos funcionarios de la empresa estadounidense, y cuya entrada era prohibida para los trabajadores ecuatorianos; las modestas viviendas de los empleados nacionales, ubicadas más abajo; y, por último, las humildes, pequeñas y oscuras habitaciones de los obreros, divididas por tortuosos y malolientes callejones.

A nivel cultural, la influencia estadounidense era tan determinante que la principal festividad popular celebrada en toda el área regida por la Sadco era la del 4 de julio. Como recordara el líder comunista Ricardo Paredes en su conocido estudio El imperialismo en Ecuador: Oro y sangre en Portovelo, de 1938, “es innegable que la Sadco ha empleado grandes capitales y un esfuerzo tenaz hasta estabilizar la explotación minera, pero la sangre ecuatoriana ha corrido también a torrentes en los campos de Portovelo”.

A pesar de laborar como empleada doméstica en la casa del gerente de la transnacional, y con ello, asegurarse cierta protección y bienestar, Rosa Vivar no pudo permanecer al margen del sufrimiento de la inmensa mayoría de trabajadores del área, por lo que decidió pasar a la acción y ser una militante más en la conquista de sus derechos laborales y sociales: participó entonces en la que fue la primera huelga de los mineros, en julio de 1919, contribuyendo así a su maduración ideológica y política.

El triunfo de los obreros fue, sin embargo, seguido de un espíritu revanchista por parte de los directivos de la Sadco, quienes apelaron al Ejército para reprimir a los más rebeldes y expulsarlos de Portovelo. La situación se mantuvo en calma, pero siempre tensa y, pese al interés y apoyo demostrado por los socialistas desde el periódico La Antorcha, poco se pudo hacer para la creación de una organización gremial autónoma y duradera.

Con todo, en 1934 y gracias al accionar de un grupo de militantes comunistas finalmente se pudo crear la Asociación Sindical Obrera (ASO) que de manera inmediata entró en la lucha por los intereses de los trabajadores, con una lectura nacional del problema del imperialismo. Y si bien en su campaña presidencial había apoyado los reclamos de la organización sindical, lo cierto es que Velasco Ibarra hizo muy poco una vez llegado al gobierno por mejorar las condiciones de los trabajadores de la Sadco y, particularmente, por fortalecer a su flamante gremio.

En suma, la ASO inició un camino de fortalecimiento en el enfrentamiento directo con la corporación estadounidense y con el gobierno, consagrándose en este proceso particular dirigentes como Rosa Vivar, cada vez más admirada por su condición de mujer y de luchadora social.

A medida que recrudecía la conflictividad obrera en Portovelo, la tensión iba en aumento. La ASO, con creciente predicamento a nivel nacional, encontraba eco en ciudades como Quito y Guayaquil, gracias a la mediación del Partido Comunista y de un conjunto de organizaciones obreras y campesinas esparcidas por todo el país.

Las distintas concepciones políticas y estratégicas surgidas en la dirección del sindicato no impidieron la convocatoria a una huelga general, la que finalmente y por votación tuvo lugar el 10 de noviembre de 1935. La movilización de los trabajadores en paro fue sin embargo sorprendida por una descarga de metralletas del batallón Febres Cordero, apostado desde un tiempo atrás en el campamento; sin embargo, la masacre no pudo frenar la toma de Portovelo por parte de sus trabajadores y así los directivos de la Sadco se vieron obligados a dialogar nuevamente con sus propios enemigos de clase.

Rosa Vivar se vería confirmada como líder de la protesta en la constitución del comité encargado de la negociación con los directivos de la empresa -presidido por Néstor Ordóñez, como secretario general y por dirigentes como Salvador Romero y Miguel M. Capa, entre otros-. Solo unas pocas reivindicaciones del extenso pliego de peticiones fueron finalmente aceptadas por la Sadco, en un tenso diálogo que se prolongó por casi cuatro horas.

Sin embargo, y como había ocurrido en 1919, la trasnacional violó los acuerdos alcanzados para poner en práctica un brutal contragolpe. Así, el 18 de enero de 1936 las fuerzas policiales emprendieron un nuevo acto represivo en contra de los trabajadores de Portovelo, ensañándose particularmente contra los líderes del sindicato, los que fueron apresados y luego expulsados del complejo, junto con cientos de trabajadores implicados en las protestas de noviembre del año anterior.

Con la reacción patronal, el sindicato fue finalmente destruido, si bien permanecería en la memoria colectiva de los trabajadores de la región. Y como varios de sus compañeros, también Rosa Vivar fue expulsada de Portovelo, acusada de “indeseable” por los dueños de la Sadco: sin poder ya retornar al campamento, encaminó sus pasos hacia Piedras y de ahí en dirección a Piñas.

Convertida ya en una figura de relieve, el poeta y cronista ecuatoriano Roy Sigüenza escribió sobre Rosa: “Llegó de Cuenca, niña, y en Portovelo apeó las muñecas por las ideas; se le templó la sangre y se le afirmó la voz para hacerse oír en el hombrerío suspicaz y desconfiado con toda mujer ‘que habla raro’, pero dice la verdad: que los gringos de la Sadco explotan, que los obreros deben unirse y luchar por sus derechos.

Y se vio echar vuelo a las palabras ‘huelga’ y ‘compañero’ desde su garganta, como un par de mirlos, y cubrir con su vuelo todo el valle del campamento en 1935”. Por otra parte, Rosa fue convertida en personaje de la novela Curipamba, publicada por Ángel Felicísimo Rojas en 1983. Allí era descrita como “mujer enseñada a sufrir, (que) no había perdido el juicio en los combates, y (que) en todo instante supo lo que debía hacer”.

Pese a que fue bautizado con su nombre el premio que reconoce valores cívicos a lo más destacado de la provincia de El Oro, todavía hoy Rosa Vivar ocupa un lugar más bien marginal en la historia del movimiento obrero y en la del feminismo ecuatoriano. Sin duda, resulta necesario indagar más sobre su vida y sus luchas, para de ese modo recrear los tiempos de una generación de combatientes políticos que incluso entregaron sus vidas por el bienestar de los trabajadores del Ecuador.

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