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Punto de vista

Reflexiones en la Torre de Babel

Reflexiones en la Torre de Babel
21 de mayo de 2015 - 00:00

Una metáfora más que elocuente para representar a la sociedad moderna que nos atraviesa desde hace varios siglos es la bíblica Torre de Babel. ¿Cómo pensar el derrotero de esta sociedad babélica y oblicua? ¿Cómo pensar su naturaleza laberíntica? Para hacerlo transitaremos algunos de los escalones esenciales que nos conducirán a las entrañas de esta torre que llamamos “civilización capitalista”.

El ahora, ese tiempo crucial de toda vida es el que construye los puentes del tiempo que vendrá, el que levanta los cimientos de la ciudad que llamamos “futuro”. El hoy se convierte en el tiempo-bisagra de lo que será mañana. Un mañana con luces y sombras en el que el devenir de las circunstancias nos posicionara como sujetos más cerca de la claridad o al filo de las tinieblas. Protagonistas de esa nueva y enigmática trama temporal, como un juego de ajedrez del que nuestro destino depende del movimiento que hagan los contendientes. La política es sin duda un juego de ajedrez en tiempo real en el que nosotros somos las piezas.

La política, nos enseña Wilhelm Bauer, es la historia del presente y la historia es la política del pasado. Esta dialéctica es esencial para comprender el presente desde el pasado y cómo se configura el futuro como ese tiempo que inexorablemente se convertirá en presente. Ernesto Laclau contribuyó a renovar de manera notable el pensamiento político, situando al conflicto como parte inherente de la política donde el conflicto es la pulsión que moviliza la sociedad. Una sociedad futura armoniosa sin conflicto -dice Laclau- es una “utopía reaccionaria” tomando distancia tanto del posmodernismo como de la totalidad hegeliano-marxista sin claudicar a su transformación ni a los proyectos que persigan dicho fin.

El presente es nuestro punto de referencia, nuestro centro. El lugar en donde nos paramos para interpretar el pasado y proyectar el futuro. En los tiempos de la conciencia, dice Franz Brentano, el futuro está representado por la imaginación, es decir, es un tiempo que existe en realidad sino que habita en nuestra imaginación cuyo núcleo es el deseo. La pulsión de deseo que arma el rompecabezas de la imaginación es el que nos proyecta a ese tiempo que por ahora solo habita en nuestra subjetividad. La relación romántica casi poética diría que se establece entre el presente concreto y mundano y el futuro imaginado, la mayoría de las veces idealizado, es el que le otorga genuina importancia a nuestra condición humana que nos permite reflexionar del presente y sus contradicciones del que estamos inmersos y soñar con un tiempo que no existe pero que lo contemplamos como parte de nuestra existencia.

¿Cuál es el problema filosófico más serio que debemos afrontar, qué nos debe y tiene que quitar el sueño? No es la muerte como muchos creen o piensan, sino la vida. La vida es el dilema que tenemos que permitirnos atestiguar, porque es nuestra y de nadie más. No es la muerte en sí lo que nos debe preocupar, sino el peregrinaje de nuestra vida, los jirones de experiencia que dejamos en el camino de nuestro periplo. La muerte es ese momento trágico que nos impide continuar, de convertirnos en ausencia perpetua que rompe los vínculos creados en rededor de nosotros.

Quizás sea el momento más sublime de la filosofía, el que aclara las oscuridades del ser-en-el-mundo. Este es el momento de la ontología, la que nos lleva a la encrucijada de saber por qué vivimos y si vale la pena estar aquí sin considerarlo una condena por no haber elegido estar donde estamos. (O)

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