¿Qué punto tiene todo esto?
Lastimosamente es apenas desde el minuto 50 de la más reciente versión cinematográfica de la novela más reconocida de F. Scott Fitzgerald que la historia y las actuaciones llegan a un nivel atrayente para la audiencia convocada a las salas.
Los primeros episodios del mismo filme, aunque cargados de una potente visualidad -en cuanto a edición, cinematografía, dirección de arte y diseño de producción- son huecos y bastante tétricos como es ahora Nueva York para el protagonista de El Gran Gatsby, del australiano Baz Luhrmann.
Se hace referencia a Nick Carraway, interpretado por Tobey Maguire, que por muchas decisiones artísticas tomadas por Luhrmann y su coguionista Craig Pearce, es un gran homenaje, alusión, al mismo F. Scott Fitzgerald, según lo que cada quien conozca de la vida y trayectoria de esa gloria literaria.
Importante es recordar que este mismo filme fue el que inauguró la edición 2013 del Festival de Cannes. Ese dato dice mucho de la naturaleza de uno de los mayores eventos cinematográfico del mundo para el cine arte e independiente, en el que el jurado puede tener en sus filas a un Rey Midas de Hollywood como Steven Spielberg, además de constantes exhibiciones llenas de grandes nombres de la industria del cine con alfombra roja incluida, y otorgar su principal premio a una película de ruptura y tan significativa como La vie d’Adele - Chapitre 1 & 2 (Blue is te warmest colour).
El exhibir como apertura de un festival un filme cargado de lujo, opulencia, publicidad directa e indirecta, moda, “charm” y otras finas hierbas del mundo comercial -léase de la maquinaria de marketing y publicidad de la industria mundial del cine- tiene que ser un argumento sobre la autorreferencialidad en que vive desde al menos 5 años la cita fílmica en Cannes.
Cannes es una ciudad turística de primera, en su festival se exhibe cine de buena parte del mundo y de todo tipo, mayoritariamente con tintes comerciales, pero al final los premios son para cineastas en ascenso o grandes exponentes del cine arte y del cine independiente.
El Gatsby retratado por Leonardo DiCaprio es un ser obsesionado con alcanzar una
vida tranquilaAsí pasa también con El Gran Gatsby de Luhrmann. Por sus diálogos, por las interpretaciones, y por ciertas circunstancias difíciles muy bien retratadas, podría ser uno de los mejores filmes de cine arte en el mercado, pero justamente el hecho de que haya una industria tras su producción la convierte en una película con los actores del momento y un derroche en efectos visuales y otras bondades técnicas, como diseño de sonido, vestuario, iluminación, decorado de sets, utilería, maquillaje, peluquería...
Tobey Maguire está en su mejor momento actoral desde que protagonizara The Cider House Rules y dejara temporalmente a Spider Man para integrar el reparto de Seabiscuit.
Ahora, el actor se reúne por segunda vez con Leonardo DiCaprio en la gran pantalla (la primera fue en la juventud de ambos en un filme bastante oscuro en cuanto a su fama, Dons Plum, por el que ambos demandaron al director por cómo aparecen) y aún así los momentos en los que el filme depende solo de la presencia de su personaje no son los más atrayentes.
Tal como le sucede al buen Nick Carraway, el público es hipnotizado y cautivado por el protagonista, un personaje que deslumbra: El millonario Jay Gatsby, interpretado por DiCaprio, se roba todas las miradas, elogios y aplausos.
Ese personaje -que tal vez en otras versiones para cine de la novela de F. Scott Fitzgerald ha ocupado un lugar más prominente- comprueba que siempre, de lo bueno, poco es mejor: Se le otorgan al menos tres de las líneas más memorables de la película dirigida y coescrita por Luhrmann:
1) “¿No se puede repetir el pasado? Pero, por supuesto que puedes?”; 2) “Mi vida, mi vida tiene que ser así. Tiene que seguir ascendiendo”, y 3) “Sabía que era un gran error para un hombre como yo enamorarse…”.
Ni que decirlo: DiCaprio está en mejor forma actoral que nunca y aunque esta no es una gran actuación como las que diera en su juventud en This Boys Life o The Basketball Diaries, su interpretación de Gatsby toma mucho prestado de sus caracterizaciones de Jack Dawson (Titanic), Frank Abagnale Jr. (Atrápame si puedes) y, sobre todo, de Howard Hughes (El aviador).
Sin embargo, es su don -o ángel, por llamarlo de una manera más coloquial- para el romance y el drama romántico lo que le da un sabor a buen vino a El Gran Gatsby de Luhrmann, ya que DiCaprio logra una química innegable con otra joven pero maestra de las interpretaciones románticas, Carey Mulligan.
Mulligan, con su personaje de Daisy Buchanan -al igual que con el del primo de ella Nick Carraway-, parece percibirse, de seguro por un juego intencional con el guión, como un homenaje a una persona real: en este caso a la esposa de F. Scott Fitzgerald, Zelda, de la cual existen más que una serie de referentes en las biografías de ambos, por sus carreras literarias y los retratos que otros artistas han hecho de ella en otros medios (pensando bastante en Alison Pill como Zelda Fitzgerald en una o dos escenas del filme Medianoche en París de Woody Allen).
Aún así, “El Gran Gatsby” no termina de encajar en los patrones -impuestos por uno mismo o por la crítica especializada- de lo que se considera una gran película.
Pero sí da muchas sorpresas como la aparición de la comediante Isla Fisher en la piel de Myrtle Wilson, la amante de Tom Buchanan, el marido de Daisy.
También se agradece la presencia de la leyenda del cine indio Amitabh Bachchan, que interpreta al socio de Gatsby, Meyer Wolfsheim.
En el reparto tampoco se queda rezagado Joel Edgerton como Tom Buchanan, especialmente en las escenas en que cruza palabras con Gatsby, en la fiesta en casa del misterioso millonario y en una habitación de hotel, revelando a su esposa Daisy, a su excompañero de Yale Nick Carraway, y a la amiga de su esposa Jordan Baker, quién es en realidad Jay Gatsby, de dónde viene su dinero y cuál es su verdadero origen social.
El Gran Gatsby recuerda mucho a proyectos pasados de Baz Luhrmann, como Romeo+Juliet, Moulin Rouge y Australia, todos filmes de gran presupuesto, reconocidos artísticamente por el público y la crítica, épicos en algún sentido de la palabra, pero no grandes películas.
La música contemporánea en el fondo de varias secuencias y las letras de una máquina de escribir o de titulares de diarios, en marca de agua, sobre las escenas destacadas, no hacen más que afianzar esta hermandad entre los audiovisuales dirigidos por Luhrmann.
No es para menos el juego con los colores en los vestuarios y en los sets, la temperatura del color en la fotografía, en la que destacan las escenas nocturnas y la luz verde que Gatsby miraba e intentaba alcanzar, aunque solo son elementos del timbre y, en parte del tono, de la nueva versión para cine de El Gran Gatsby.
Sigue faltando algo que destaque, que ponga al espectador a enfrentarse a lo dicho por el filme de Luhrmann, su vida personal y lo que conozca de la novela original que da génesis a este audiovisual.
Nunca se percibe en realidad la grandeza de Gatsby, tal vez solo al final, cuando Carraway logra desnudar, sin quererlo en realidad, a Jay Gatsby, el pobre joven que renegó de su pasado para triunfar en el Ejército, la primera gran guerra y hacer fortuna durante la prohibición y antes de la gran depresión.
El Gatsby que retrata DiCaprio está obsesionado con alcanzar una vida tranquila, ser un buen hombre y nutrirse del amor de la única mujer que ha amado, y para conseguirlo está dispuesto a hacer una fortuna en una sociedad de gánsteres.
La ambición, la pasión y la tragedia son los principales leitmotivs de la película dirigida por Luhrmann, sin caer en lo truculento o en lo melodramático, pero sí en el musical y en el teatro.
Hay una mezcla perfecta entre ¿Quién le teme a Virginia Woolf? y La dolce vita en la versión que Luhrmann hace de la novela de Fitzgerald.
De literario solo aparece la presencia, algunos diálogos, y la actitud de Nick Carraway. Para retratar con precisión los años 20 en que se dio la historia de la novela original falta que suene más jazz y al menos una falda o vestido con flecos. Para retratar las contradicciones que el Festival de Cannes nos ha dado en los últimos años, El Gran Gatsby tiene todo lo necesario, y algo más.