Punto de vista
¿Por qué me gustó Saudade?
He leído muchas críticas que se hacen al cine ecuatoriano; algunas acertadas, otras mucho menos. Es cuestión de punto de vista y perspectiva. Cuando me fui de Ecuador (1985), los cineastas locales se jactaban de ser cineastas sin haber hecho una sola película, eran cineastas de oficina, a lo sumo amantes del cine que soñaban con hacer cine. Recuerdo haber visto un par de películas y un par de documentales, a más de Luzuriaga, nadie iba más allá de un intento o dos de filmar; en suma, pura jactancia. Hubo que esperar el surgimiento de un grupo de gente ‘nueva’ para que la cosa empiece a tener algo de consistencia. Lo que posibilitó y permite ahora que se hagan tantas películas en Ecuador, que podamos decir que existe un cine ecuatoriano, fue el hecho de que esta gente se sentara a trabajar, nada más. Las pretensiones de unos y otros pueden ser distintas; son siempre necesarias las diferencias, incluso las discrepancias; pero en un momento lo único que vale es el trabajo, la perseverancia, la búsqueda. En el cine, si bien los egos son enormes, llega un punto en el cual la realidad industrial obliga a unos y a otros a trabajar en beneficio del proyecto en marcha; más aún en un país como Ecuador, con un sistema tan frágil, que corre el peligro en cualquier momento de quebrarse. No voy a decir que está entre nosotros un nuevo Fellini o un Bergman; pero, ¿debe ser esa la pretensión?, ¿por qué no asumir simplemente que nada se alcanza sin esfuerzo, que nuestro cine se está construyendo y que eso es lo único que importa? Una de las películas que a mí, de niño, me emocionó mucho fue l’argent de poche, de Truffaut, evidentemente sin tener idea de quién era Truffaut. Cuando llegué a Francia, y sin saberlo, uno de mis mejores amigos, Philippe Goldman, había sido uno de los actores principales de la película, me enteré de ello años después de conocerlo, Philippe no es de los que pasan jactándose que de niño trabajó con Truffaut. Cuento esto, porque quién no ha visto, no una sino varias películas cuyo tema es la infancia o la preadolescencia o la temprana juventud o las madres solteras o los crímenes horrendos y un infinito etcétera de temas recurrentes. Como en literatura, en cine nos repetimos, obvio. En ese sentido, yo diría que Saudade (que se estrena mañana en Ecuador) no hace sino entrar en una temática, no pretende inventar el agua tibia. Es una película de jóvenes.
Su primer logro es que respeta los ingredientes del género: conflicto generacional y social, interrogantes existenciales, primeros amores, futuras traiciones. ¿Qué la hace especial? El contexto, claro, la época histórica, el país donde ocurre, las afueras de una ciudad (Quito) que poco existe en el imaginario cinéfilo del mundo, la mirada del cineasta, que no es ni la de un francés, español, sueco o peruano. La película de Donoso es eficaz; no tiene, a mis ojos, errores de guión (que puede no gustar, ¿y?), las actuaciones, ante todo de los jóvenes, son buenas, nos permiten entrar en el universo de sus personajes; me veo en ellos. A mí, Saudade me transportó a una parte de mi vida, dejándome ese sentimiento de añoranza alegre, de tristeza alentadora; me hizo acuerdo de mi bicicleta, de los bosques en los que yo andaba, de las desidias que me asaltaban y que no tenían respuestas. Salí contento aquella noche que la vi, en París, en el taller de Jaime Zapata, quien había convidado a algunos amigos a una proyección, suerte de avant premiére mucho antes del estreno ecuatoriano. En definitiva, chévere haberla visto. Buen viento a Saudade y a Donoso y su equipo, que seguro nos traerá nuevas y excelentes sorpresas.