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El Telégrafo
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PESE A LA SUSPENSIÓN DE SU CONCIERTO EN 2013, EL GRUPO HA TENIDO UNA ASISTENCIA MASIVA EN MÁS DE UNA DECENA DE CONCIERTOS HECHOS EN EL PAÍS

¿Por qué Mägo de Oz goza de tanta fama?

Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
15 de mayo de 2015 - 17:23 - Luis Fonseca Leon

Si hubiera que buscar una palabra que defina al grupo del folk rock —¿pop?— español Mägo de Oz, sería renovación. Pese a que Txus, su baterista, líder y compositor principal dice que no hay fórmulas para el éxito en la industria de los discos de platino, la novedad y constancia en la producción de cada redondo y la integración de nuevos músicos —a los titulares y a sus presentaciones— podría ser la receta.

La banda que comanda Txus ha sobrepasado la decena de presentaciones en Ecuador, es la que más veces ha ‘cruzado el charco’ para visitar este país, siempre con cifras envidiables de taquilla —solo hace unas horas, en Quito, fueron a verlos unos 4 mil seguidores—, asistencia integrada por adolescentes en su mayoría, fans que se renuevan y sorprenden con cada artificio del grupo, sean muñecos inflables, disfraces, vestimenta de época o, como esta vez, una proyección de cortos con detalles en tercera dimensión y una puesta en escena que el encargado de la batería definió como circense.

Pero los efectos son falibles, y si a inicios de este siglo Mägo de Oz prometía traer a Ecuador la escenografía con la que asombraron a quienes fueron a verlos en la Plaza Monumental de Las Ventas, en Madrid, dejando decepcionados a los quiteños al solo mostrarles un muñeco inflable del Quijote con la insignia de AC/DC en el pecho, esta vez el 3D de su corto fue opacado por píxeles, aunque 2 pantallas laterales proyectaron lo mismo en 2 dimensiones, el tradicional formato de cada concierto.

Aunque sus miembros digan lo contrario, Mägo de Oz no es pionero en casi nada de lo que hace sobre el escenario, convertido, a ratos, en tablas de un teatro efímero, aunque no improvisado. Su inclusión de melodías celtas y folk, allá por los noventa, es algo que el flautista Jethro Tull incorporó 20 años antes a sus discos de vinilo, con su característico salto en un pie. Varias melodías que hicieron célebres a los españoles al mando de Txus le deben muchísimo a los ingleses Iron Maiden y Rainbow —banda de la que incluso han grabado versiones en español— y a sus ‘vecinos de patio’, Barón Rojo.

Las tesituras de la espectacular voz de José Andrëa fueron quizá su marca de fábrica —tan parecidas, por coincidencia, a las que conforman los tonos de Pacho Brea, de Ankhara o de Javier Endara, ex-Wild—... pero ese cantante se fue del grupo hace más de 3 años y Javier Domínguez “Zeta”, su reemplazo, quien dice haberse —por usar un término marketinero— ‘posicionado’ ya en el grupo, deja vacíos físicos en escena pese a que su calidad vocal es indiscutible. Las comparaciones siempre son incómodas, pero para el puñado de seguidores de antaño que fueron a ver a Mägo de Oz al Ágora de la Casa de la Cultura es imposible no recordar la forma en que José empuñaba el pedestal del micrófono y exhalaba agudos que su relevo omite con frecuencia. De todas maneras, Zeta le ha impuesto su estilo a las composiciones de las que ha estado a cargo, como las de Ilussia (2014), el disco que presentaron en Quito la noche del jueves, hoy, en Ambato y que mostrarán mañana, en Loja.

Lo de anoche (interpretar casi todo su último disco conceptual, con escenografía e intercalando cortos sobre el tema que sostiene su nueva estética) tampoco es nuevo en el rock, es algo que hace Judas Priest, por ejemplo, o los angelinos WASP, quienes, precisamente en España, fueron criticados por tocar los temas del disco que querían promocionar nada más, sin darle espacio a los cásicos de la que sigue siendo la época dorada de esta música, 1980. A eso hay que añadir, en otro sentido (cuestiones de formato, no de estilo), que Mägo vive de su propio pasado, tanto que sus escuchas de antaño se la pasaron entre bostezos y sentados mientras ellos mostraban al público sus temas más recientes. Pero un puñado de fans no marca la diferencia y los créditos del corto Ilussia (dividido en 3 actos) dieron paso a un ‘intermedio’ que mostraba, en las 3 pantallas dispuestas en el ágora, algunas de sus canciones más aclamadas.

Entonces, Mägo de Oz se renueva sin dejar de repetirse a sí mismo. En Jesús de Chamberí (1996) ya contaron una historia que hilvanaba las letras de sus canciones, aquella sobre la segunda venida de Cristo, a un suburbio madrileño con la rebeldía nunca comprobada de este personaje, hasta que lo matan por traición. En La Leyenda de la Mancha (1998) la mira estuvo puesta en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha y las letras continuaron su senda literaria y humorística. Para Finisterra (2000) la maquinaria ya estaba afinada y de Miguel de Cervantes se dio un salto hacia la actualidad de Arturo Pérez-Reverte para musicalizar, en ‘La Cruz de Santiago’, al no tan honesto pero valiente y fiel Capitán Alatriste. La fórmula estaba a la vista, el molde forjado y Gaia, una trilogía (2003, 2005, 2010), ni más ni menos, era la forma en que Txus y compañía volvían a ‘poner las manos en su masa’. Ilussia (2015), por tanto, con tercera dimensión y circo incluido, no es más que una repetición de ese proyecto, exitoso en Iberoamérica, que ha hecho de los Mägo unos sátiros talentosos capaces de renovarse a cada paso, con cada cambio de formación, sin perder acogida entre, al menos, unos cuantos miles de seguidores ecuatorianos, bolivianos y mexicanos, principalmente.

Su ritmo es tan pegajoso e impecablemente interpretado que abruma, cuando no emociona. Un espectador en silla de ruedas coreó todas las canciones del grupo la noche del jueves. Ese tipo de manifestaciones, al igual que las banderas, los gritos y una audiencia nada distraída que se coloca un par de gafas multicolores sería inverosímil en cualquier otra presentación, pero aquella era la de Mägo de Oz, la banda de unos roqueros madrileños a quienes se les ocurrió, un día de 1988, montar un espectáculo al que fueron cambiando de nombre, renovándolo hasta hacer que muchos crean el artificio aquel de rock ópera que, efectivamente, ejecutan. Guitarras, teclados, violines, flautas traversas y hasta una gaita integran la partitura y Txus parece seguir siendo el baterista no virtuoso, exacto en directo, que da pie a las canciones con los 3 toques en los platillos que patentó Nicko McBrain y, por si fuera poco, trajo, por primera vez, a su banda de hard rock rosa, Burdel King, que con un humor de cabaret hizo de las suyas en la capital, luego de la presentación de los quiteños Corazón de Metal.

La subida al escenario de Leo Jiménez fue ese plus que también vienen poniendo en cartelera desde hace unos años. El cantante les agradeció y compartió micrófonos en un par de sus canciones, como lo hizo alguna vez el guitarrista Walter Giardino (cerebro de Rata Blanca) o, como aquella misma noche, su colega Manuel Seonane, quien ya estuvo en Ecuador, en octubre de 2013, junto con los segovianos Lujuria, una banda que, a diferencia de Mägo, no ha descubierto la fórmula y aunque su cantante, Oscar Sancho, deja que los ‘parados’ (desempleados en España) entren gratis a sus conciertos, quizá no está dispuesta a forjar el señuelo, una fórmula, una renovación repetida, que le otorgue los discos de platino que Mägo de Oz se ha cansado de recibir. O quién sabe. En el rock todavía no se ha perdido el derecho a emocionarse con fórmulas musicales ni a fabricarlas y venderlas ni a ser eternamente joven y famoso, como un mago. (I)

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