Por eso celebramos este espacio
Conocí a Mariana Andrade durante la producción de Prueba de vida, de Taylor Hackford, en 2000. Desde entonces admiré sus cualidades como Matrix-dominatrix. En 2001 me pidió ciertos acolites para el cine que estaba por abrir. Me encantó la idea de un cine independiente en Quito y estaba dispuesto a apoyar con todo. Aparte de ser una pantalla amigable para con cualquier experimento audiovisual, cubría un tremendo vacío en el que vivíamos los cinéfilos.
Después de la trasformación de los cines tradicionales en templos para parar de sufrir, no nos quedaba nada, pero nada, más allá del mall…
Hemos sido amigos, enemigos, socios, coautores, cómplices y encubridores. Para entusiasmar a Mariana no hace falta mucho. Sobre todo si se trata de ver las cosas desde otro lado, pasar al otro lado. Nuestro arreglo es simple: yo ejecuto, Mariana firma.
Creo que juntos hemos hecho cosas buenas. El festival de cine hecho en casa, por ejemplo. ¿A qué cine se le ocurre pasar películas familiares en su pantalla grande? ¿Creen que Cinemark proyectaría el cumpleaños de Rosita, 1973”?
Siguiendo esa línea de investigación sobre cinematografías ‘menores’, en 2009 publicamos (en coautoría con Christian León) el proyecto de investigación Ecuador bajo tierra, videografías en circulación paralela. Parte de él consistió en visibilizar a directores y productores que estaban totalmente marginados. Directores como Nelson Palacios o Nixon Chalacamá, que pese a haber producido más películas que ningún otro, habían sido ignorados hasta por los más fervientes expositores de la retórica de la inclusión.