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El Telégrafo
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El pintor Y dibujante quiteño Luigi Stornaiolo ilustró el más reciente libro de versos del poeta mantense considerado ‘maldito’

Pedro Gil: la poesía, una adicción que salva

“He ganado estos muchos premios / premios que no los gana cualquier gil” es un verso del poeta mantense. Daniel Molineros / El Telégrafo
“He ganado estos muchos premios / premios que no los gana cualquier gil” es un verso del poeta mantense. Daniel Molineros / El Telégrafo
03 de septiembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Casi nadie recuerda a los poetas tras los festejos de sus victorias efímeras. Quizá solo un puñado de lectores, un par de amigos, sus amantes... casi nadie. Hace tres años, el poeta Pedro Gil dejó el instituto siquiátrico Sagrado Corazón, donde estaba internado, para ir a un recital que era parte de un extinto encuentro que llevaba un nombre pretencioso: Quito, ciudad de letras. Entre los asistentes estaba el pintor Luigi Stornaiolo, quien se convirtió en amigo de Pedro luego de escuchar su voz de inconfundible acento costeño leyendo sus propios versos.

“A Luigi Stornaiolo parece que le gustó mi poesía, lo cual fue un honor”, dice Pedro Gil mientras suelta una mueca, una sonrisa casi imperceptible en la redacción de este diario. Cuando empezó a escribir poesía, Gil ya admiraba al pintor quiteño, “no porque fuera crítico de arte sino por intuición, por olfato”.

En alguna ocasión, Pedro Gil quiso que Stornaiolo hiciera unos retratos para un libro suyo pero, entonces, el mantense “era un joven anónimo” y esa condición le imponía una distancia mayor que la que separa a Manta de Quito. Casi tres décadas después, 16 dibujos de Luigi Stornaiolo ilustran un poemario de Pedro Gil, el cual lleva en la tapa una interpelación a otro artista a quien tampoco le espantaba viajar al fin de la noche: Bukowski, te están jodiendo (2015).

“Yo lo nombro (a Stornaiolo) en un poema (‘Las edades’) porque alguna vez me dije ‘este hombre está más enfermo que yo en el sentido físico y, sin embargo, sigue creando, por qué no’. El libro lo escribí en cuatro semanas, veintiocho días. Yo sé que hay que dedicar más tiempo, pero yo venía haciendo apuntes”, dice Pedro, quien, mientras camina por Quito o por Manta, suele detener su paso cada tanto para escribir lo que se le ocurre porque —vuelve a la seriedad absoluta— “las ideas están en los buses, las imágenes están en la calle. Creo que el poeta es como un fotógrafo que capta la imagen poética aunque no tenga una cámara (...) Esto es como cuando uno tiene sexo, se le va acumulando y, cuando a uno le toca, ¡sale! Todos mis libros los he hecho rápido, como este, en menos de un mes, uno me duró como dos meses. Pero no es que me senté y escribí de un tirón. Anduve meses y hasta un año con apuntes que escribía a mano”.

A los 16 años, Pedro Gil pertenecía al taller del escritor guayaquileño Miguel Donoso Pareja (1937-2015) y a los 17 su primer libro ya tenía un título en forma de proclama: Paren la guerra que yo no juego (1988). Según recuerda Pedro, a Donoso Pareja —quien regresaba al país de su exilio en México— le dieron a escoger entre formar a escritores en Cuenca, Machala o Manta. “Él escogió esta última ciudad por el mar y porque él se imaginaba que ahí había talento. A Cuenca no fue, según conversaba —dice Gil, otra vez con su media sonrisa—, porque hay mucha élite ahí y todo el mundo cree que es poeta. Y a Machala tampoco fue porque decía que era como más troglodita esa ciudad; entonces escogió Manta porque —entre otras cosas— recordó que ahí había nacido el poeta Hugo Mayo (1895-1988)”.

Pedro Gil fue sepulturero, como su padre; limpiador de pozos sépticos, en los cuales buscaba mariposas; reportero que extraía belleza de las cosas cotidianas, al igual que en su poesía; terapeuta de adictos luego de que lo declararan crónico (así se titula uno de sus poemarios: Crónico, poemas del siquiátrico “Sagrado corazón”, 2014).

En este punto del recorrido que hace por sus recuerdos aparece una explicación que, a su vez, lo retrata: “Ya sabemos cuál era la vida de Arthur Rimbaud —a Pedro lo han llamado “el Rimbaud ecuatoriano”—. Charles Baudelaire tenía sus conflictos... en un dossier, Jean Genet hace una definición hermosa de lo que es un escritor maldito: simplemente, es estar apartado de la gracia de dios. Ser maldito no es andar haciendo relajo ni metiéndote (al bar) Ventana arriba”, sentencia ceñudo.

Para Gil, joder a Bukowski es seguir una moda recurrente, la de los “remedos de malditos. Jorge Martillo Monserrate —dice— me enseñó una frase importantísima: ‘no se trata de poetas malditos, son poetas malitos’”, y sonríe, al fin, Pedro Gil.

El malditismo —esa condición de ir, desde el arte, contra las normas establecidas— “es fusionar tu vida con la literatura”, vuelve a alzar la voz Pedro, como cuando lee sus poemas. “El malditismo no es ser snob. El maldito es Leopoldo María Panero. ¡El malditismo es cosa seria!”, dice mientras dibuja una sonrisa en la portada de su libro, bajo la leyenda: “Por la vida, por el arte, Bukowski, te están jodiendo”.

Al preguntarle si el libro es una interpelación a los “escritores malitos” más que al autor de La Senda del perdedor, Gil explica: “estoy descontento con la mayoría de una generación que está denigrando a Charles Bukowski, lo está malinterpretando, no lo valora ni rescata al verdadero personaje, al que llegó a trabajar a Hollywood por su talento, el que pasó tanta hambre, el que nunca perdió la esperanza de alcanzar a ser reconocido por su literatura (...) Claro que era un borracho salvaje, pero eso no es chiste. Borracho salvaje puede ser cualquiera, otra cosa es el talento”.

Pedro Gil aclara que su último poemario no es un cuestionamiento ni una crítica: “es que aquí no hay crítica, es el país de los elogios mutuos —usa un término de Miguel Donoso Pareja—. Aunque haya críticos que valgan la pena, vivimos la lógica de ‘Tú hablas bien de mí, yo hablo bien de ti’. El libro nace, más bien, como una necesidad de justificar mi vida. Me impactó, me dolió mucho la muerte del Miguel Donoso porque él asumió un papel de padre, pero de esos padres severos: me enseñó lo que es la disciplina”.

El libro está dedicado a la memoria del fallecido hermano del autor, el escritor Ubaldo Gil y a Donoso Pareja, “porque él llegó a un taller en una época en que yo salía de prisión —dice Pedro—: La poesía para mí es salvación, también es una adicción pero que salva, no una que te lleva al hundimiento total”. (F)

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