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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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París se enamoró de nuestra Compañía Nacional de Danza

Ramiro Noriega
Agregado Cultural de Ecuador en París

La Compañía Nacional de Danza del Ecuador hizo una gira en Francia entre el 12 y el 24 de septiembre de 2012. Fueron invitados a festivales en Arcachon y Biarritz y a presentarse en la región parisina. Bailaron obras del cubano Jorge Alcolea y del francés Hervé Maigret, bajo la dirección de María Luisa González. Estas líneas recogen impresiones de esta aventura personal e institucional.

No ha pasado un segundo y ya el hombre está de pie. Aplaude a rabiar, tanta es la emergencia. Le siguen, con el mismo entusiasmo, los de las filas del fondo, y luego los de adelante. En menos de lo que canta un gallo el público que ha acudido al teatro del Carré Bellefeuille, en la región parisina, se une en una ovación prolongada, que va y vuelve, una ovación de nunca acabar.

Alguien, delante, lanza el primer grito, el primero de muchos gritos que se siguen, como si el público ya no fuera el público, sino un coro que comenta los sucesos. En la última fila, los chicos argentinos del ballet folclórico se tienen juntitos, respirando todavía los últimos movimientos del Bolero, ya no el de Ravel sino el de la Compañía Nacional de Danza del Ecuador, esa agrupación anónima, del otro mundo, como escribieron en la revista francesa Danser, que termina su primera gira en Francia, con la misma humildad y sencillez con la que llegó, hace casi dos semanas ya.

Cuando por fin la sala se calla, cuando por fin las luces encendidas logran aplacar la algarabía de los espectadores y cuando por fin los bailarines se mandan a cambiar en los camerinos de este gran teatro de Boulogne, Valentina, una joven ecuatoriana que se vino a Francia cuando tenía dieciséis años, se limpia las lágrimas de la emoción. No sabe por qué llora, si por la música de Ravel o la interpretación de los bailarines de este elenco bizarro para la época (quizá por eso incomprendido), creado hace casi cuatro décadas por un Estado que casi nunca le paró bola, y que solo desde hace unos cuantos lo empieza a descubrir como lo que es, el elenco nacional de la danza contemporánea del Ecuador.

Cuando por fin el teatro se queda vacío, los comentarios se van tejiendo como los testimonios de un hecho insólito. ¿Quién hubiera creído que la noche se iba a hacer con esa fuerza y en ese vértigo? Todavía parece un milagro el recuerdo de esos cuerpos empujados por el Bolero de Ravel de una orilla a otra, como si ellos, esos bailarines, supieran algo que nosotros ignoramos. Flota en el ambiente la solución de este enigma que se llama distancia, y que es como el escorbuto, una enfermedad sin compasión ni cura. ¿Qué nos une a los de esas tierras y a los de esta tierra? ¿Cómo es posible que la música europea cobre vida plena en estas almas americanas? ¿Qué hacen aquí estos artistas ecuatorianos, por qué osan lo que osan, qué les mueve?

-Usted me está devolviendo a mi país -me dice una señora, creo que nacida en Quito. Y me sonríe. Ella sabe que miente. Pero no importa. Lo que cuenta aquí es que existe una clave, y que esa clave está entre nosotros. Se llama cultura, o interculturalidad… Y se llama diálogo y cooperación. Y su signo es el movimiento.

Cuando la noche por fin se instala en las calles de esta ciudad, los bailarines emergen del Teatro del Carré Bellefeuille. Van tranquilos, metidos cada uno en el cuello de las chompas, o en las bufandas de lana otavaleñas, objetos exóticos de un invierno que acá tiene otras formas. Y cuando por fin preparan las maletas de vuelta al Ecuador, y hacen memoria de su paso por Arcachon, por Biarritz y por París, se contentan con frases cortas, como si ya todo estuviera dicho.

Al final, se toman una foto delante de la histórica Ópera de París, la de Garnier. La foto los muestra unidos como un puño. Es difícil, en esa foto, decir quién es quién. Quién es Alcolea, o González, quién es Gabriela, Óscar, Pedro, Lorena, Eliana,  Paúl, Fernando, Sebastián, Vil, Lisset, Cristian, Fátima, Omar, Liz… No importa. Ya volverán. Ya los queremos volver a ver.

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